El mar de lamentos, pasiones desmedidas, conjeturas de redes y espectacularización  mediática sobre la agresión contra el afamado expelotero dominicano de Grandes Ligas, David Ortiz –Big Papi–, perpetrada el domingo de noche por un sicario en el exclusivo bar Dial and Lounge, en la calle presidente Vásquez casi esquina avenida Venezuela, municipio Santo Domingo Este, tiene su raíz en su condición de líder deportivo. Un liderazgo que no quitó a los políticos, ni a los empresarios, ni a los religiosos…

Pero la empresa del sicariato es mundial y está muy activa. A diario “cobra facturas” por diferentes conceptos (drogas, celos, envidia, deudas). Unas pasan inadvertidas, otras –como el caso David–  son objeto de opinión pública.

David Ortiz, el Big Papi, herido de bala

Hasta su retiro como poderoso bateador emergente de Boston, el carismático Ortiz fue vendido por el multimillonario espectáculo del béisbol estadounidense como un símbolo a seguir.

Con su talento para engrandecer el negocio; sobre todo, con sus espectaculares cuadrangulares, y la ayuda mediática, el corpulento atleta se convertía así en centro de atracción de la fanaticada del popular deporte, no solo en Estados Unidos, sino en República Dominicana y otros países. El “Big Papi” fue convertido en un llena-estadios. Vea en el enlace, su jonrón 500: https://www.youtube.com/watch?v=b9W8t2hiIIg.

Él ha aprovechado su posicionamiento para, fuera del terreno de juego, crear una fundación que viabiliza cirugías a niños pobres con patologías cardiovasculares.

UNA MALA JUGADA

Big Papi ahora yace mal herido en el prestigioso Massachusetts General Hospital, tras ser intervenido por cirujanos dominicanos para reparar las lesiones provocadas por una bala en el hígado, intestino delgado, colon y un riñón.

https://www.infobae.com/america/deportes/2019/06/11/el-ex-beisbolista-david-ortiz-es-atendido-en-boston-tras-ser-baleado-en-republica-dominicana/.

Ídolo de la pelota, ahora postrado, es objeto de pasiones desbordadas. Una abrumadora mayoría lo quiere tal cual es y clama porque sobreviva a las graves heridas; adversarios radicales a quienes les hiede el crecimiento de un pobre o indigente y nunca se miran al espejo para revisar los traspiés de su moral, especulan hasta de su vida privada, al considerarlo “barrial”, “chusma”, que solo posee mucho dinero.

David Ortiz, sin embargo, está revestido de méritos que trascienden sus números históricos en los estadios gringos. Números que, aún él muerto, lo llevarán al Salón de la Fama de Cooperstown.

Desde pequeño rebasó la exclusión social y la incertidumbre de la pobreza; soportó las tentaciones del consumo de drogas y el narcotráfico, de las mafias y la vagancia. Prefirió, en cambio, el desafío. Dedicó parte de su vida a hacer con excelencia lo que pudo. No se arrodilló y, aun joven y eficiente, con la fama en lo más alto, siendo icono, se retiró a contracorriente de la fanaticada.

Aunque el gran negocio lo vendió como un astro, el Big Papi ha querido seguir como un ser humano bonachón, perfectible, salido de las entrañas de Haina, un municipio industrial contiguo al Distrito Nacional, pero preñado de gente empobrecida. Y eso vale demasiado. Pocos de los que se ufanan de intelecto desarrollado, logran sobreponerse ante la excitación que provocan los dólares en cantidades industriales. Casi siempre amaneran la forma de hablar y los gestos, cambian la indumentaria hasta la ridiculez y olvidan sus orígenes.

Los errores que el Big Papi comete en su andar por la vida –si errores fuesen– son parte de su condición de humano perfectible, y solo él habrá de escoger entre enmendarlos o repetirlos. Solo él sabe del peso de su cruz.

Ninguno de sus errores, sin embargo, merecen, ni por asomo, el atentado que ha sufrido con un método de la globalización (ejecución por encargo), que lo mantiene al filo de la muerte.

David Ortiz es un líder deportivo nuestro, y, aunque ese liderazgo es hechura particular y no se lo adeuda a nadie aquí, nunca ha actuado con resentimientos. Todo lo contrario: ha dado muestras de filantropía que hoy algunos han olvidado para favorecer el morbo espumoso sobre la sangre de una marca país, derramada en el piso de un bar.