Analicemos, desde la historia reciente, lo que ocurrió el pasado domingo cuando se suspendieron las elecciones municipales por “irregularidades” en el sistema de votación implementado por la Junta Central Electoral. Lo que ocurre hoy tiene que ver con una construcción de poder que el partido-Estado gobernante, y su actual máximo caudillo, han venido instalando desde 2012. Todo análisis político tiene que sustentarse en una perspectiva histórica. Por tanto, Danilo Medina y su partido-Estado, el hegemónico PLD, se pueden entender mejor desde esa mirada. Veamos.

Juan Bosch, el fundador del partido morado en 1973 tras desavenencias en el PRD, concibió un partido de cuadros intelectuales que se convirtieran en vanguardia política para liberar al país de sus grandes taras históricas (autoritarismo, ignorancia, falta de institucionalidad, corrupción y clientelismo). Para ello, dirigió un partido minoritario cuyas debilidades electorales compensaba con autoridad moral para señalar al PRSC de Balaguer y al PRD de Peña Gómez por sus lastres. El PLD construyó, en sus primeras décadas, una impronta de partido intelectual y de líderes éticos. En el imaginario dominicano fue visto como una opción de gente seria que, a diferencia de los otros, “no robaba”.

Sin embargo, tras la coyuntura histórica del 1994 con el fraude electoral de Balaguer y la crisis que le sobrevino, al PLD se le abrió una ventana de oportunidad para acceder al poder. El contexto era el siguiente: Balaguer no podía seguir como presidente por su avanzada edad y el fraude; y Peña Gómez, el gran líder de masas, no podía ser presidente porque “era haitiano” y por su temperamento volátil. Entonces, quedó el PLD como opción tanto para la mediación estadounidense como para los poderes fácticos nacionales. En la segunda vuelta de 1996 se selló la entrada del PLD al poder. Desde ahí, se impuso el pragmatismo y se redujo a los estatutos y debates académicos el ideal boschista fundante.

Danilo Medina, un líder de gran inteligencia práctica y sagacidad, pero carente de formación intelectual dilatada, fue el constructor de la ingeniería política que hizo el PLD para su transformación de partido pequeño de cuadros, a maquinaria electoral (lo que es hoy). En ese proceso, el partido morado se vació de contenido y desideologizó para hacerse de una mayor capacidad electoral. Si antes había que ser intelectual y “serio” para entrar al PLD, ahora sólo había que ser un político habilidoso y tener dinero para mover estructura política. Porque en un país autoritario y de mayorías pobres de bajísimo nivel educativo, si un partido quiere constituirse en maquinaria electoral sin necesidad de cambios estructurales debe moverse desde lo puramente pragmático: los resultados. Y eso se logra creando capacidad clientelar.

Danilo Medina, así las cosas, llegó al poder en 2012 como resultado de un extenso historial de militancia y dirigencia a lo interno del PLD. Una vez en el Palacio Nacional implementó una política de total pragmatismo a los fines de deshacerse de Leonel Fernández, el otro caudillo del partido (ilustrado este sí), y apoderarse de todos los resortes de la maquinaria electoral peledeísta. Y, de ese modo, convertir su voluntad en la voluntad del Estado. De ahí vino la construcción de la imagen de Danilo como un presidente “sencillo” y abierto a la gente; sobre todo a los más humildes con sus “visitas sorpresas”. Al mismo tiempo, su presidencia efectuó un amplio programa de ejecución de obras y políticas para “responder” a las “visitas sorpresa” y atender demandas ciudadanas como la del 4% del PIB para educación. Así, Danilo instaló el imaginario de “gerente eficiente” que resuelve. Porque si Leonel el intelectual no dio el 4%, argumentando que primero había que pensar para qué se educa en el siglo XXI, Danilo sí lo dio y llenó al país de tandas extendidas y nuevas escuelas. Porque es un presidente que no habla mucho, sino que “soluciona”. Esto es, la lógica de los resultados por encima del debate político. Concepción muy de estos tiempos de capitalismo tardío donde predomina el paradigma del “gerente de su propia vida”.

Desde ese imaginario, y la narrativa mediática que lo acompañó, Danilo levantó una imagen de presidente híper popular con una aprobación fantástica (nótese la utilización del término) de casi el 90%. La estrategia en el fondo era llevar esos números al Comité Político del PLD, para imponer la “necesidad” de reelección porque “el pueblo lo quiere” y era el “único” candidato que aseguraba al PLD seguir en el poder. Y como en el partido-Estado el poder lo define todo, pues se impuso la reelección y se modificó la Constitución a tales fines (mediante negociaciones en el Congreso que se dirimieron a base dinero). Y así Leonel quedó sentenciado dentro del partido-Estado.

Impuesta la reelección, vino una campaña electoral en 2016 totalmente determinada por el dinero. Porque no solo el danilismo impuso la reelección, también instaló una lógica electoral perversa donde no hay elecciones, sino que “mataderos electorales”. Dado por un contexto en el que lo electoral se decide con dinero, y el Estado se pone al servicio de la voluntad del gobernante. Lo cual genera una enorme iniquidad entre la oposición y el partido-Estado. Siendo que este último no lleva candidatos a las elecciones, sino que lleva al Estado en sí mismo con sus interminables recursos económicos y logísticos.  La voluntad de poder llevada a su más anti democrática y nefasta expresión. Así el PLD ganó con el increíble 63% en 2016.

Y así también Danilo impuso a su delfín, el ignoto Gonzalo Castillo, en la primaria del partido-Estado en octubre del año pasado. Construyeron un candidato en pocos meses: convirtiendo en “figura nacional” a un individuo que apenas podía expresarse. La voluntad de poder, entienden Danilo y su grupo, lo puede todo. Por tanto, detrás de lo que ocurrió el domingo hay una voluntad de poder que ya decidió no perder las elecciones. Y que para lograr tales propósitos irá por todo y por todos. La oposición dominicana, si le interesa merecer tal nombre, debe entender la naturaleza del poder que gobierna el país: la visión que hay detrás donde el Estado se concibe como patrimonio; la concepción autoritaria y jerárquica del poder (¿recuerdan a Danilo diciendo que quería “su Congreso”?); y el pragmatismo que entiende que todo se puede comprar. 

Si queremos retener lo poco que tenemos de democracia, y perfilar un futuro de país avanzado que supere este autoritarismo anacrónico, debemos articular una estrategia nacional contra esa voluntad de poder que hasta ahora todo lo puede y todo lo compra. El partido-Estado busca tres cosas esencialmente en esta coyuntura: desmovilizar el voto de la oposición que es más de entusiasmo que clientelar; desviar el debate nacional de la corrupción a una cuestión técnica sobre cómo deben hacerse las elecciones; y llegar a mayo con una narrativa mediática y percepción instaladas de que el PLD es “invencible”. Estrategia que comporta una construcción política que va de arreglos políticos territoriales a base de dinero, a una publicidad sinfín y a voces en los medios desinformando y atacando la oposición.

El partido-Estado tiene claro lo que hace. ¿La oposición tiene claro cómo combatirlo?