No acostumbro a analizar la actualidad. Primero, porque es inútil: el análisis que no se acompaña de acciones no sirve para nada. Y luego, porque no es más que es un ejercicio que se olvida tan pronto se lee (si es que se lee). Si hoy me detengo a escribir sobre el discurso del presidente es porque pronostica las catástrofes que nos esperan si nos quedamos cruzados de brazos y no nos alzamos contra las acciones del gobierno. No analizaré un discurso de 42 páginas. Me concentraré en los detalles que me han parecido significativos.
Espero que los que todavía pensaban que Danilo iba a “hacer lo que nunca se había hecho” hayan finalmente abierto los ojos (si es que existen dominicanos tan cándidos). Danilo es más de lo mismo. Es más, es peor. Durante sus gobiernos la corrupción ha alcanzado cotas nunca antes vistas. Danilo es el más cínico de nuestros presidentes: para prometer mano dura con esa corrupción que durante sus mandatos ha campeado por sus fueros hay que tener – nunca mejor dicho – una cara muy dura. Danilo ha resultado un manipulador de primera: para tratar de convencernos de que una estafa de la magnitud de Punta Catalina en una panacea nacional hay que tener un alma muy retorcida, o al menos saber retorcer muy bien la realidad. Finalmente, Danilo ha dado muestras de una sorprendente mitomanía: acusar a los que denuncian dicho mamotreto de ser partidarios del caos y el atraso es una mentira digna de Donald Trump.
Hay quienes piensan que sus acciones contra los robos de la Barry Gold y de Bahía de las Águilas – acciones meritorias, la verdad sea dicha – son garantía de que luchará contra la corrupción que carcome su gobierno. Se equivocan. A ellos les diría que una razón sencilla explica la rectitud y la decisión con la que Danilo actuó entonces: ni los ejecutivos de la Barry Gold ni la mayoría de los que se hicieron de títulos en Bahía de las Águilas eran miembros del PLD.
Cuando los delincuentes pertenecen al PLD, Danilo no ha hecho nada o muy poco ¿Llevó el Ministerio Público el caso de Félix Bautista hasta las últimas consecuencias? No ¿Ha hecho lo mismo con el caso de los Tucanos? No ¿Y – no podemos olvidarlo – con el de la Sun Land? No ¿Eliminó la OISE? No ¿Y por qué? Porque los delincuentes responsables de estos desmanes pertenecen al PLD.
En muy contados casos, Danilo ha hecho algo. Canceló a los que, hace algunos años, convirtieron a la Cancillería en un mercado de electrodomésticos, a los que cobraban miles de dólares en peajes – dólares del erario público – a las incontables botellas nombradas en el servicio exterior (Pero pagó a sus bocinas para que no se hicieran eco de este desfalco). Canceló los títulos de propiedad que algunos compañeritos habían conseguido en Bahía de las Águilas…Pero, habida cuenta de que unos y otros habían delinquido, ¿Dio instrucciones al Ministerio Público para que los sometiera a la justicia? No, los dejó irse libremente y, en el primer caso, con millones de dólares fruto de nuestro trabajo en los bolsillos ¿Y por qué? Porque todos pertenecían o eran allegados al PLD o a sus partidos aliados.
Lo he dicho muchas veces y lo repito: la gran tragedia de nuestra nación es que los políticos son más fieles a sus partidos que a los dominicanos.
Lo he dicho muchas veces y lo repito: nadie puede servir a dos amos. Nadie – ni siquiera Danilo, sobre todo Danilo – puede servir al PLD para servir al pueblo.
Hay quienes piensan que a Danilo hay que darle tiempo para que cumpla sus promesas. A ellos les respondería parafraseando a Serrat:
“Despierta pueblo tierno
Que el gobierno está enfermo
Y no esperes mañana lo que
No te dio ayer…”
Danilo no hará nada contra la corrupción por una simple razón: sus ambiciones reposan sobre ella. Sin corrupción no hay poder. Y sin poder no hay posibilidad de perpetuarse en el palacio.
Basta ya de análisis. Hace falta la acción ¿Qué debemos hacer? Protestar con mayor fuerza. Con mayor firmeza. Con mayor frecuencia. Nuestras protestas obligaron a Danilo a salir de su silencio. Sigamos protestando hasta que Danilo – y sus sucesores – se vean obligados a actuar. A dejar de hablar y a castigar a los corruptos.
Si no lo hacemos, nuestro apocalipsis está al doblar de la esquina.