La actualidad política no puede sorprender. Es consecuencia de una democracia que sigue a gatas y degradada. Vemos hoy lo que ayer vimos: refriegas descarnadas y pandilleras entre hombres adictos al poder y al dinero, dispuestos a transgredirlo todo en la consecución de sus objetivos. Mienten y se desmienten cotizando leyes y principios a la tarifa del momento. Nada nuevo bajo este sol que ni quema piratas ni amedrenta bandidos.
Uno que insiste implacable en retener la presidencia y el otro que pretendía volver a ella se fajaron, y terceros se apresuran a rodear al ganador asegurando pitanzas arrancadas de las carnes del pueblo. Una vieja historia. En tiempos de dictadores el asunto hubiese sido fácil: Danilo ejecuta a Leonel o Leonel a Danilo; y quién sabe si Luis Abinader hubiese fusilado la pareja terciándose la bandera tricolor.
Ajusticiado el generalísimo, comienza la democracia llenando de obstáculos el camino de esos incorregibles aspirantes a eternizarse en el poder. Ahora enfrentan impedimentos legales, constituciones y votantes que entorpecen sus desenfrenadas ambiciones. En democracia han tenido que hacerse expertos en engañifas y estafas populares, maquilladores de realidades y personalidades, estrategas del engatusamiento. Por eso, esta batalla descarnada y sin escrúpulos de la que somos testigos no es otra cosa que el capítulo final de un plan trazado con brillantez y alevosía donde juegan a la democracia para llevársela de encuentro.
Danilo Medina no escatimará esfuerzos ni travesuras para retener el poder (las entrañas de su psiquismo las describe al punto el maestro Andrés L. Mateo), por eso sigue fiel a los consejos de su perenne y pérfido consultor brasileño, cuyo lema de trabajo desnuda el alcance y la inmisericordia de sus estrategias: “… enseño a practicar política sin culpa”, declaró mientras pulía la imagen de Chávez. “Es experto en maquillar y potabilizar candidatos”, apunta el New York times; “considera las elecciones como un combate sangriento…” continua el artículo en el mismo diario. Este señor me recuerda a un frío instructor de comandos homicidas.
Basta repasar el destrozo sistemático con el que el actual padrino del PLD aniquiló al antiguo para sentirse en la presencia de un “transformer” letal, que lo mismo se le ve de San Francisco que de destructor de constituciones y apañador de robos públicos. Es un enorme dragón flamígero que en un abrir y cerrar de ojos puede convertirse en humilde campesino. ¡Qué peligroso enemigo se gasta la oposición dominicana! Sin embargo, no es imbatible. Caerá. Todos caen.
El tiempo de esa caída está en manos de la oposición: tienen que entender que enfrentan a un colosal y desalmado rival. Deben finalizar la retórica, el miedo y la delicadeza; arremeter contra el monstruo; exponer sus responsabilidades presentes y pasadas; hablarle al pueblo de errores y corrupciones ocultas; de fracasos documentados, de complicidades directas e indirectas. Esto es una pelea de trampas y tramposos, todo se vale, a lo consultor brasileño: sin culpas ni remordimientos.
El candidato presidencial del PRM, comienza a movilizar su artillería en dirección correcta bombardeando la coraza del “transformer”. Pero tiene que hacerse de armas devastadoras, rodearse de sabichosos capaces de tirar arena a los ojos, legionarios dispuestos a desenterrar las basuras del adversario. Se acabó la diplomacia. Sólo destruyendo el mito construirán la victoria.