Juan Buridán (1300 a 1353 d.C.) fue un teólogo católico que comentó uno de los textos menores de Aristóteles (Del Cielo o De Caelo) y extrajo de allí una paradoja que ha pasado a la posteridad con el nombre de “paradoja del asno de Buridán”. Es probable que ni Aristóteles ni Buridán hayan hablado de asno alguno, pero se le ha dado tal nombre y a así se le conoce. Una paradoja es una aparente contradicción y la del “asno de Buridán” ilustra lo absurdo de la indecisión frente a dos posibilidades con el mismo valor.
Si colocamos un burro hambriento frente a dos pilas de yerba iguales, es probable que el burro no sepa hacia cuál avanzar y muera de inanición al no decidirse cuál de los dos manjares comer primero. Pero esta indecisión absurda es ya una decisión solapada. La paradoja buscaba ilustrar los escollos a los que se enfrenta la libertad humana o el libre arbitrio al tomar una decisión racionalmente frente a dos posibilidades igualmente válidas y cómo el no decidir era ya una decisión socarrona. Es distinto a lo que ocurre en la situación que llamamos dilema moral, en esta última se debe tomar un curso de acción con dos valores morales enfrentados, es decir, decidirse por un valor es, al mismo tiempo, afectar otro valor.
El concepto de valor posee una carga subjetiva, ello es innegable, pero cuando se trata de valores morales la interpretación subjetiva se clarifica con los criterios objetivos que brinda la comunidad para su discernimiento. En otras palabras, si bien la decisión es personal y subjetiva, ella debe estar equilibrada con lo que afecta a todos, con lo que proviene de la comunidad de modo tal que bajo las mismas condiciones racionalmente todos llegaríamos a la misma decisión recta y justa. Esto es lo que Aristóteles denominó de acción prudente y que más tarde Kant llamaría de ley moral. Acción prudente y ley moral no deben oponerse de modo alguno, sino complementarse productivamente.
La paradoja del asno de Buridán es la inviabilidad a la que llega la persona indecisa en términos volitivos. El no tomar una decisión y permanecer inmóvil frente al temor de elegir por una acción razonablemente prudente en términos de rectitud y justicia es como morir de hambre frente a dos suculentos manjares y, paradójicamente, esta es su decisión final. El juego de la libertad exige riesgos, abandono y movimiento tras lo deseado. Deliberar y decidir es la expresión más fidedigna de la voluntad libre que se encuentra a sí misma en la medida en que se efectúa en las acciones.
Lo que Aristóteles y Juan Buridán pensaron, en términos éticos, sobre la inviabilidad de la indecisión, puede ilustrarnos (mutatis mutandis) el letargo en el que se encuentra el Señor Procurador de la República frente al caso Odebrecht y, como funcionario controlado por el Presidente, la indecisión que engalana al Estado dominicano comparado con los demás Estados latinoamericanos envueltos en la red de sobornos que todos conocemos a través de la prensa nacional e internacional.
En la práctica política nacional es una conducta repetida el darle larga a los asuntos que lesionan intereses cercanos a determinados grupos económicos o al clan político de turno. Somos testigos de cómo se juega vilmente al cansancio y al agotamiento en determinados casos cruciales en términos jurídicos a través del dilatamiento kafkiano de los procesos o del recurrente “no ha lugar”.
Aquí es cuando la indecisión aparente es una “decisión capciosa” que muestra el despropósito moral y ético en que vivimos en la práctica política y el sistema jurídico criollo. El Presidente en la persona del Procurador reinventa la paradoja del asno de Buridán cuando la indecisión es una estrategia diseñada al margen de la rectitud y la justicia.
De todos modos, a pesar del aparente éxito del juego de la indecisión artera, que no es más que un simulacro de mal gusto de impunidad, ambos funcionarios olvidan el desenlace de la historia del asno de Buridán. La muerte por inanición no fue producida por las pilas de heno, sino por la naturaleza misma del asno, traicionado por su débil y empobrecida voluntad.