A pesar de que a Danilo Medina Sánchez las leyes y la Constitución de la República Dominicana no lo obligan a que tenga que permanecer sentado en una banca de la Asamblea Nacional para cumplir con el protocolo de traspaso de mando, la razón y la cortesía lo constriñen.
No acudir a dicha ceremonia es un perfecto absurdo. Irrespetar la figura del Presidente, es un error inconmensurable, al punto que podría devaluarse a niveles críticos el modelo del poder. Primero, no asistir parece cosa sencilla, pero no lo es; es una actitud irracional, a regañadientes, propio de grupos de intereses que responden de algún modo a la teoría anarquista el cual promueve a la abolición del Estado. En tal sentido pudiera malinterpretarse la decisión del presidente saliente. Leer entre líneas como una reacción perversa y pícara que desluciría ipso facto dicha actividad. Y segundo también, es una afrenta a las gloriosas fiestas conmemorativas dedicadas a nuestros padres y madres de la Restauración del 16 de agosto del 1863.
De manera que el acto consumado es sencillamente impoluto que irradia libertad. Y más aún: siendo Luis Rodolfo Abinader Corona el primer presidente dominicano nacido después de la Revolución de abril del 1965. Por lo tanto, resistirse a escuchar el discurso del nuevo mandatario es muy probable que distorsione irreversiblemente la fisonomía de su propia gestión de ocho años de gobierno. Dicho de otra manera, no asistir a la Asamblea no solo desconsidera las figuras presidenciales de Luis y Raquel. También es un desplante a los honorables congresistas, a la delegación consular, de dignatarios y a los invitados especiales; y por supuesto, empequeñece aún más la imagen diluida del máximo líder del PLD.
Entonces, ¿a qué temerle?, ¿por qué negarse a asistir a la investidura del Presidente? ¿Por qué prefirió salir intempestivamente por la puerta trasera como aquel que está huyendo sin que nadie lo persiga? Yo no creo que sea por temor, ni que usted crea que el presidente Luis vaya avergonzar lo en público cuando haga mención de algunas malas prácticas de corrupción pública relacionadas a su gobierno. ¿Y qué otra cosa insospechada podría escucharse en la Asamblea que retumben sus oídos, que no se haya dicho antes? Estoy convencido que por más que hable –el nuevo mandatario- sobre despilfarros y saqueos al erario público el prontuario no terminaría ahí, tampoco es posible mencionarlas todas en un solo día.
El tema de la corrupción pública es materia de insumo para los Estados Unidos, y de trabajo a tiempo completo para la nueva administración del Ministerio Publico de República Dominicana. Y de esto se hablará mucho; se tomaría tiempo, como tiempo le tomaría a un cardiólogo remover altos niveles de placas de colesterol malo de las paredes de las arterias.
Quizá la aversión que usted muestra es por el tono (diacrítico) en que el presidente Abinader se referirá a la hediondez y los microbios dejados por todas partes que alcanzan desde luego el antepecho de la deshonra. ¿O –usted- no quiere que se digan las formas y estrategias de higienización ética y moral que aplicaría el Gobierno del Cambio para sanear del lastre a las instituciones públicas? ¿O no quiere saber el fondo del karma profiláctico capaz de restaurarles neuronas de vergüenza a unos cuantos Servidores Públicos? En definitivas, ¿Cuál es la verdadera razón por la que Danilo Medina mejor decidiera salir intempestivamente del poder por la puerta de atrás, y no permanecer un ratito más hasta terminar la primera disertación pública del nuevo Jefe de Estado, y salir junto con él con la frente en alto?
A modo de conclusión pienso que quizá Ramón Colombo tiene razón, cuando en su antítesis publicada en la columna Fogaraté del viernes 14, provee el motivo entendible por el cual Danilo no quiso quedarse por lo menos una o dos horas más hasta escuchar la alocución de su sucesor y presidente número 39 de la República, cuando (parafraseado) dijo: “¡Por estúpido!”. (Acento, 14/08/2020).