Hasta noviembre del año pasado, cuando a pesar de que el PRM, había elaborado un documento que mostraba los tentáculos corruptores de Joao Santana y ODEBRECHT, en el proceso electoral pasado. Danilo Medina se presentaba ante la opinión pública como hombre pulcro e incapaz de mancharse las manos con el lodo fétido de la corrupción administrativa. Para ello gastó cientos de millones pesos en campañas publicitarias, exaltando su fingida honestidad y su amor eterno al pueblo llano y sencillo, y puso todas las instituciones públicas al servicio de su ambición desmedida de perpetuarse en el poder.
Hasta ayer, como diría -Marc Anthony- permanecía indemne ante los ojos del dominicano de a pie, que maravillado por la humildad que expresaba el inquilino de la Dr. Delgado con México, aprobaba su gestión con un porcentaje que a veces resultaba ridículo. Vivió simultáneamente, un romance con el pueblo, que en principio parecía eterno y elevó su figura paradigmática a dimensiones celestiales. Cual faraón egipcio, era visto como el representante mismo del pueblo y los dioses.
Se mostró como el político atípico que la gente buscaba por un largo tiempo y que parecía haberlo encontrado. Montado en una gigantenzca estructura mediática, manipuló y aniquiló todo tipo de información relevante para la toma de decisiones en democracia. Desafío toda lógica social y electoral y a pesar de que las encuestas mostraban el disgusto con la situación económica del país, más de la mitad pedía desesperadamente la reelección del nuevo Mesías dominicano.
Promovió y financió la desestabilización del sistema de partidos en República Dominicana y obligo a Leonel Fernández y su grupo a rendirse a sus pies, con la utilización de las estrategias políticas más repugnantes que haya presentado proyecto político alguno. Con la lógica del ciclón, el presidente se llevó todo lo que había a su paso y lo que no pudo lo destruyó. Literalmente se defecó en la Constitución y produjo la modificación más insignificante que se le haya hecho a nuestra Norma Fundamental.
Amparado en su insuflada valoración nacional e internacional, desafiaba toda discrepancia con su accionar político desviado de las ideas de su maestro. Y encontró suficientes motivos para pedir a su gente: sus senadores, sus diputados, sus alcaldes y sus regidores, y ciertamente los obtuvo. Así también, su Junta Central, su Cámara de Cuentas y que no nos quepa dudas, que también tendrá su Suprema Corte, Su Tribunal Electoral y Tribunal Constitucional y su Republica. Ese es el Danilo de ayer, robusto, fuerte, carismático, querido e históricamente el más votado de todos los tiempos, el hombre que después del otro dictador, ha acumulado más poder en este paisito.
El de ayer compró todo lo que tenía precio y lo que tenía también, burló las leyes e utilizó el dispendio para medrar las posibilidades electorales de la oposición. Danilo agenció el estancamiento del proceso democrático que utilizó como fórmula, reelección por reelección, con la que le negó y truncó las aspiraciones legítimas a este país de refrescar la cara del congreso y los ayuntamientos y obligo a la oposición miope a montarse en esa práctica incorrecta y antidemocrática.
Ese Danilo que conozco, aún está presente: habla, piensa, respira, camina y siente. Pena del que opine lo contrario. Sigue siendo el mismo animal político y no sabe hacer otra cosa que no sea campaña electoral. Tiene los mismos vicios y la misma ambición, la misma estructura y las mismas habilidades y aun cuenta con los recursos públicos, los que utiliza a su antojo. Es consciente de que perder el poder significa la desaparición total de mafia que lo protege. Y que eso conllevaría al fortalecimiento de Leonel Fernández y la recomposición de las fuerzas de oposición. Ese Danilo, hará hoy como ayer, todo lo humanamente posible para mantener la maraña de corrupción que le ha permitido conservar el poder por cinco años a él y a su sequito y seguir ordeñando sin piedad la teta pública.
El Danilo de ayer, no es otro, si sino el de hoy.