El ya superado PRI de México instauró durante 70 años la llamada “dictadura perfecta”. Su liturgia gobernante impresionó al mundo. El Presidente de turno ejercía el derecho inalienable de elegir al sucesor de un poder faraónico sexenal, señalándolo con su índice derecho. Las estructuras de poder y ciudadanos comunes esperaban ansiosos el “dedazo” que ungía al “destapado”, que gobernaría sin interferencia de quien lo premió y que se esfumaba eternamente.
La ortodoxia política consagraba como verdad incólume la expresión “no hay quinto malo”, refiriéndose al penúltimo año del sexenio, previo al de la entrega del poder, pues el gobierno sobrecalentaba la economía con infraestructura y repartía dádivas, que en argot popular se calificaban como “el hueso”. La protesta opositora amainaba entregando un “hueso” a “la izquierda atinada”, pues “perro con hueso no ladra”, distinta a “la izquierda delirante” que no se vendía. Al no haber “quinto malo” el “destapado” de antemano tenía todo a su favor en el año electoral, siempre contando con el fraude en el conteo, como último recurso imbatible.
La parte infame del último año del sexenio se resaltaba al calificarlo como “El año del hidalgo”, que nada tiene que ver con el héroe independentista Miguel Hidalgo de Costilla, sino que “un hidalgo” es el acto de ingerir bebidas alcohólicas en sorbos continuos, dejando el vaso completamente vacío, para no ser objeto de burlas de contertulios. Ese “hidalgo” equivale a la desaparecida costumbre dominicana de beber completamente el contenido de un vasito de ron para poder ponerlo vacío “boca abajo”, sin derramar ni siquiera una gota de licor remanente. En México, al momento del brindis se corea, con irreverencia:“!Tomemos un hidalgo, que niegue a su progenitora el que deje algo!”. En “El año del hidalgo” último del sexenio, el gobierno firmaba contratos astronómicamente sobrevalorados, otorgaba concesiones y canonjías de todo tipo a sus “cuates”, compraba caro, vendía barato y repartía todo lo que estuviese a mano .Honrando la consigna sacrosanta del PRI de “No reelección”, el presidente saliente, junto a su equipo gobernante desaparecía para no volver. Por tanto se entendía que sería tonto “el que deje algo”.
Balaguer, zorruno, habiendo sido Embajador en México, en 1996, año final de su último mandato, nombró como Contralor General a un joven político, no miembro de su partido, a quien propagandísticamente otorgó plenos poderes para amenazar o someter a la justicia, hasta draconiamente, si fuese necesario, a los funcionarios descubiertos con prácticas dolosas. Fue notorio que los pagos de obras gubernamentales se hacían en Palacio, no en los organismos oficiales, pues el rumor público señaló que para recibir sus cheques los contratistas tenían que entregar de antemano, en las oficinas públicas, fundas de “papeletas” equivalentes al 10% de cada cubicación.
Hoy, 16 de Agosto, se inicia “El año del hidalgo” de Danilo. Los próximos 365 días podrían ser históricamente exculpatorios o condenatorios de sus gobiernos y de su persona. Ojalá se mantenga cuerdo y no se convierta en víctima trágica de la expresión griega “Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco” con la “hybris”, creyéndose un semidiós. Danilo ya gobernó 7 años habiendo jurado que sólo gobernaría 4 años, que no iba a reelegirse y que al final de cuatro años no pretendería volver a ser presidente. Danilo violó ese juramento sagrado, se reeligió en el 2016 y aunque lo niegue, si no era pretendiente a reelegirse en el 2020, por lo menos era pretenmuela, para decirlo con el lenguaje de Quevedo.
En este año Danilo no podrá hacer lo que no hizo en los cuatro años que él prometió que gobernaría, más tres adicionales de su reelección. Quedarán sin materializar aspectos fundamentales de la institucionalización a los cuales estaba obligado por ley, como el Pacto Fiscal, que él no abordó, y como el Pacto Eléctrico que no culminó, que no pudo ser consensuado, pues Danilo no permitió que se hicieran del dominio público lóbregos aspectos del que pretendió que sería su proyecto cumbre y que constituye su fracaso ineludible como hombre público: Punta Catalina. Ese dislate estatizante será agravado por su mórbida ambición de querer imponer un delfín suyo como sucesor, para entronizar su continuismo y él seguir gobernando el próximo cuatrienio a través de su títere, como condición imprescindible de su anhelado retorno para volver a gobernar indefinidamente, por sí mismo, en el 2024. Danilo y sus funcionarios deben desechar la expresión: “¡Año del hidalgo, que sea muy tonto el que deje algo!” , porque quienes ya no actuamos como tontos somos los ciudadanos empoderados.