Daniela Cruz Gil

Llega el sueño siempre tarde. Pero fuera la queja y venga la lectura. Me pongo en movimiento y se me monta un espíritu Kurt Vonnegut. Preso de él me digo: leeré como un adicto. Entiende que estoy triste y quería sacarme un poco ese diablo del cuerpo.

¿Sacar a quién? El diablo vive aquí.

Pero si hay maldad también hay luz, e iluminante es la escritura de Daniela Cruz Gil, quien va de la prosa al verso y viceversa con la misma mezcla de serenidad y fuerza que contiene la naturaleza. Meditar alrededor de esta escritura es dejarse acurrucar por la palabra y el papel o la pantalla. Daniela dice: “Amanece de nuevo y la leche tibia se agota como el sueño y la juventud. Escucho la locura que se sucede colorida bajo el cristal y la caja negra del asfalto, pero no siento el aire internarse en mi sangre”. Me encanta perder el control ante una escritura que hoy me salva y que se debate entre la furia de la lleca y el porno de los peces. En otras ocasiones he dicho que la lectura es una de las formas de la meditación y lo compruebo al degustar el sabor de las gastrointimidades de Daniela, que sin que se le quede nada por dentro, afirma: “Todo me sabe a cadáver, a los restos de ayer o la sequía. Al secreto incendio que chamusca las carnes y los papeles del futuro. Ahora debería emprender la escoba y el agua, soltar la voz prestada del ángel y cubrirme de tierra toda, para convertirme en el polvo que soy bajo la esfera solar”.

Es esta una escritura furiosa que se esfuerza en las relaciones, las correspondencias, las posturas sexuales emplazadas o presentidas de hecho por toda una figuración psicológica y sociológica, como se elabora en Rosa Silverio (“Hay que ponerle un nombre a esta tristeza […] en una finca de tabaco a oscuras”) o Soledad Álvarez. Una actitud-voz completamente nueva y a la vez fundamentada en los valores de la escritura caribeña. Un eco nuevo hecho con lo que ya hay, pero que suena distinto. Sigue diciendo Daniela: “Sigo anclada a las olas del Caribe entre los retazos de sueño, el café que recorre todas nuestras arterias, las exposiciones de calcio fortuitas y cómplices, el acuerdo no acordado del silencio y las manos esperando y recibiendo, la vida yéndose por los ojos, los labios dejándose morir […] la cosquilla del asombro sobre las mejillas, el delfín que me ata a tu existencia”.

En un país como el nuestro, en donde erróneamente las producciones literarias son estudiadas desde el punto de vista de su aparente e ilusoria unidad, Daniela Cruz Gil nos invita a vernos y estudiarnos como barrios, pero también como islas: desde la diversidad. La escritora Ely Quezada dice (y dice bien), que la escritura de Cruz Gil se debate entre la experiencia y “un lenguaje sencillo, austero, pero siempre incisivo y zigzagueante. Algo adusto pero certero en cada caso”.

Promesas, que de eso también se vive: haré un estudio sobre el loco afán de Daniela. Para ello, tomaré como punta de lanza este texto para elaborar un estado del arte en donde se refleje la complejidad específica de las formas literarias que asedia. Evaluaré las contradicciones ideológicas y los conflictos lingüísticos que propone. Intentaré dibujar, en un movimiento teórico-metafísico, la silueta de una escritora de terso carácter que nos convoca a un teatro materialmente incompleto, chocante, coherente, eficaz, conflictivo y contradictorio. Todo esto iluminado con la luz primaria que la escritura de Daniela Cruz Gil despide.

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