Mi hijo Dorian desde hacía mucho tiempo insistía en tener un perro. Sin embargo, yo pensaba que había pagado mi cuota de tener animales con los cuasi obligatorios en la infancia de los mellos. Además, soy ácaro fóbica y los años acrecientan cada vez más ese tipo de compulsiones. Su perseverancia triunfó y de golpe y porrazo llegó Dalí este miércoles por la noche. Un perro adulto adoptado en la idea de mejorar su vida; a tan poco tiempo, quiero confesar que realmente parece que él va a mejorar la nuestra y de manera muy especial la mía. Una confesión grandilocuente para una convivencia tan breve, pero déjenme contarles:
Dalí es sabio, muy sabio… Quiero imaginar que tuvo buen entrenamiento y no que su sabiduría haya sido un tránsito por mucho sufrimiento. Al amanecer de su llegada me levanté concentrada en mi rutina y él no parecía muy dispuesto a obedecer a alguien que le hablaba con miedo, así que tuve que recurrir a River, que todavía dormía para que se ocupara de todo. Salí a trabajar con el plan de no volver a la casa hasta la noche. La verdad es que al medio día me llené de dudas, ¿Y si el perro, que ya tenía varias horas solo, se comportaba mal y ensuciaba todo? ¿Y si, como estaba extraño, se había pasado todo el tiempo ladrando? ¿Y si toda la gente en el edificio estaba quejándose por el escándalo? Así que volví a la casa y me encontré a Dalí muy bien comportado y tranquilo, moviendo su cola con alegría y acostándose boca arriba en una clara invitación a las caricias. Comprendan mis fobias: en ese momento no logré vencer la barrera y tocarlo directamente.
Comprendí que era el momento propicio para una conversación y establecer reglas de convivencia. Así que, de forma enfática, pero no exaltada, le expresé: “Oye, Dalí, si vuelves a hacer lo de esta mañana, que te negaste a obedecerme, volaste la reja y tuve que llamar a River para que te agarrara, tendrás problemas serios en esta casa. Quiero dejarte muy claro que a mí se me hace caso y se me respeta. Mi hijo Dorian es responsable de ti, pero esta es mi casa y yo tengo que ser feliz en ella. No quiero vivir enojada porque tú no me hagas caso ¿Entendido?” Emisión de sonidos guturales, como entre llanto y ñoñería, pararse y hacerme caricias en las piernas, saltar, seguir moviendo la cola y ponerse en la puerta, pidiéndome, literalmente pidiéndome, que lo sacara, fue su respuesta.
Primer paseo: Tengo un año que vivo en este lugar y es la primera vez que salgo a pasear caminando por las aceras del barrio. Qué bonito está, no me había fijado. Dalí salta de alegría, hace sus necesidades (uf… aunque mucha gente deja los restos en la calle no puedo sumarme a esa práctica, hay que resolver una forma que no me afecte para recogerla y ponerla en basura) está tan feliz que provoca alegría, huele, explora, se detiene, corre. Me saca tantas sonrisas que me descubro cantando en la calle. Creo que no voy a cumplir todo lo que había dicho antes que llegara: conmigo no cuenten para pasearlo, yo no soy responsable de nada, a mí no me pidan que lo atienda en ningún momento, y mil expresiones de ese tipo, ¿Será que realmente los años en mi espalda me están transformando, y me hacen disfrutar situaciones que en otros momentos eran inimaginables, o será que este perrito está logrando lo que creía imposible: disfrutar la compañía de un animal?
Una sola conversación y nos pusimos de acuerdo, es un “tiguere” inteligente, dispuesto a comportarse de forma que no haya “quejas”, añoñador y querendón.
Segundo paseo: Parece que se hará costumbre esto de los paseos. ¿Pueden creer que ayer camine dos veces por las calles de Serralles? En dos días, tres ocasiones para descubrir el barrio, parece que Dalí va a lograr lo que no han podido las recomendaciones médicas, que vuelva a caminar y a ejercitarme. Bienvenido Dalí, inteligente, resiliente y cariñoso perrito. Sigue moviendo la cola y mirando con ojitos de alegría para lograr que hagamos lo que tú quieras: parece mejor estrategia que enojarse en la consecución de objetivos. Sigue siendo valiente y espontáneo cuando se acercan otros perros en la calle, continúa tu proceso de adaptación para que cada vez te sientas más en confianza para expresar tu alegría, libertad y manifestar el agradecimiento y el amor. Yo te prometo que me esforzaré para poder tocarte, que total con todos los aditamentos que ahora existen me han garantizado que no tendrás pulgas.
Espero que seas muy feliz en nuestro hogar y que tengas una larga vida.