Sobre los abordajes del establishment mafioso
En relación al recientemente avivado (2012 a la fecha) conflicto históricopolítico entre Haití y República Dominicana los sectores conservadores de nuestro país han caminado por distintas sendas: historiográficas, jurídicas, económicas, conspiranóicas. Han hablado, escrito y legislado. Incluso, desde los datos “duros” que ofrecen algunas ciencias positivistas -que pueden calcular cuánto cuesta una pensión pero que no se interesan por la vida que transcurrió para llegar a ese momento- han “explicado” con voz de alerta las razones que sustentan su posición. Estos sectores han hecho investigaciones sobre el tema llenas de cifras que responden a preguntas viciadas, preguntas que vienen a responder las profecías autocumplicadas de su propio relato. Pero no están solos en la esfera de lo público, se han encontrado organizaciones sociales y sujetos políticos que luchamos por otra visión de país, que hemos trabajado para ir desmontando entre todxs el castillo de mentiras que armaron desde la explotación y el odio.
Dicho esto, intentaré salirme un poco de ESE tipo de discusión que es tan necesaria pero que ya tiene sus espacios. Lo que me interesa ahora mismo es plantear una mirada distinta sobre el reconocimiento y la solución del conflicto, que ayude a tender diálogos distintos a esos en los que se discuten con cifras sobre vainas que se sienten en los cuerpos, para hablar de las cosas que no se tocan, de las inaprensibles, esas que emergen en una pista de baile.
Sobre el baile y los cuerpos
Siglos atrás la “razón” europea estaba inscrita en los látigos que buscaban doblegar los cuerpos emotivos, pasionales, pecaminosos, cuerpos que tal y como Foucault abordó en “Historia de la sexualidad II” (capítulo “El uso de los placeres” y otros) eran concebidos desde la visión eclesiástica como una cárcel para el alma, un yugo. Siguiendo al pensamiento Foucaultiano, cuando los látigos y grilletes fueron rotos por las mismas manos que cosechaban vida y riquezas la “razón” eurocéntrica para perpetuarse tuvo que mudarse al papel y desde allí disfrazó el disciplinamiento, luego el control, hasta devenir en el sofisticado instrumento del auto-control (tema abordado por innumerables autores que tratan los supuestos teóricos de la Biopolítica).
La persecución, el hostigamiento, la mala onda con la libertad del cuerpo forman parte del andamiaje cultural de las colonizaciones y las embestidas imperiales con sus ejércitos y sus lógicas mercantilistas.
Uno de los aspectos culturales del racionalismo eurocéntrico –y otras etapas de ese pensamiento- tiene que ver con la instauración del “pienso, luego existo” en los imaginarios sociales contrario al “siento, luego existo” y al subsecuente “bailo, luego existo” que son más cercanos a nuestras idiosincrasias afroantillanas.
Valga esta pequeña introducción para pasar a la pista de baile.
“E’ que somo’ helmano”
Cuando suena un gagá, un kompa, una bachata o unos atabales, el sueño de la Razón occidental se disipa entre las palmeras, entonces hablar de diferencias fenotípicas y culturales es tan innecesario como el último trago de ron a las cuatro de la mañana. Por otro lado, para hablar de nuestras similitudes basta con remitir a la reacción del cuerpo, ir hacia ese territorio y escudriñar lo que se encuentra detrás de la epidermis cuando suenan los tambores.
A través del cuerpo construimos identidad, razonamos, comunicamos. Durante siglos los pueblos negros hemos utilizado el baile para narrar nuestras historias, anhelos y deseos; a través del baile expresamos los sentires que se escapan a la razón eurocéntrica que intenta doblegar las manifestaciones emocionales de los cuerpos.
En “Da pa´ lo´ do” Rita Indiana nos pone a bailar y nos interpela al reconocimiento de una historia conjunta, de un pasado común entre ambos pueblos, mismo que puede ser recreado y entendido desde otros registros discursivos: a través del ritmo y el baile.
Dialogar desde el ritmo ofrece la oportunidad de confluir en un punto común más allá de la insularidad que nos aliena al punto de distorsionar parte importante de nuestra historia. Para nosotros, dominicanos y haitianos, el baile se presta como vehículo para surcar los mares en un recorrido que nos lleve hasta “el abrazo del mismo abuelo” y con éste, el boleto a un metaespacio históricamente compartido.
A través del baile nuestros cuerpos logran comunicarse sin las ataduras ideológicas que se encuentran arraigadas en los imaginarios ya instituidos desde lo verbal y lo escrito, entonces, el baile concebido como espacio discursivo al mismo tiempo que acción performativa, guarda en su interior una potencia que insiste y persiste al discurrir del tiempo.
Tengo la certeza de que si cerramos los ojos cuando empieza a sonar la percusión hasta podemos sentir, como dice Rita, que aquí “vinimo´ to´ en el mimo bote.”
Tal vez suene utópico eso de bailar para entendernos pero creo que desde la pista de baile podríamos hablar sin hablar, tender el puente necesario entre hatianxs y dominicanxs para un diálogo que nos salve de olvidar nuestra humanidad porque ESTA ISLA DA PA’ LO’ DO´.