En una de las tantas oportunidades que debí viajar en avión encontré una señora peculiar. Resultó ser mi compañera de asiento en el salón de espera, pues demoramos en salir por cuestiones del clima, y también durante el vuelo. Ella tendría unos 70 años. Hacía su travesía sola y, para mi sorpresa, traía incorporados como accesorios unos audífonos color bermellón, que se había retirado solo unos instantes durante el despegue; aquello me resultó extraño en una persona de su edad.
La curiosidad propia del ser humano es irresistible. Llevaba más de media hora junto a la inusual señora y entre ratos me parecía escuchar una conocida voz masculina que cantaba y provenía de sus audífonos. Afiné el oído y, sin invadir la privacidad de la dama, reconocí una contagiosa melodía que me hizo evocar a mi Cuba querida y la memoria de mi madre: “Quimbombó que resbala, con la yuca seca…” Llevaba unos segundos recordando mi infancia cuando la propietaria de aquellos inusuales accesorios, que al parecer momentos antes había notado el interés mostrado por mí, me preguntó: “Disculpe… ¿Le gusta la música?” Sorprendida le respondí que sí y comenzamos una emotiva conversación. ¡Claaaro…! Para hacerlo, ella dejó descansar sus oídos de los dichosos aparaticos.
La señora, cubana emigrada a Estados Unidos y amante de la música de su país, que escucharan sus padres, disfrutaba un sinnúmero de canciones, la mayor parte de las cuales era protagonizada por Miguelito Cuní. Él era uno de sus cantantes preferidos, según me explicó, por su excelente voz y expresión, aunque fuesen melodías mayormente bailables.
Aquella conversación me hizo pensar sobre cómo se multiplican, en estos tiempos, los cantantes. Cientos de ellos reconocidos por su previa preparación profesional y entrenamiento de las cualidades vocales, que han sido apoyados por sus familias y una sólida base económica. Sin embargo; son innumerables los que surgen entre la multitud más necesitada, alcanzan renombre mundial solo con su talento y esfuerzo; además de ser recordados por numerosas generaciones.
Miguelito Cuní, el que escuchaba la señora de los audífonos, es el nombre artístico de Miguel Arcángel Conill. Nacido en Pinar del Río el 8 de mayo de 1917 y digno descendiente afrocubano. Por su piel oscura y origen humilde, debió dedicarse desde temprana edad a sostener económicamente el hogar, haciendo trabajos de diversa naturaleza, que endurecieron sus manos de infante y a veces le hicieron sufrir, en carne propia, la discriminación.
Cuní, apellido con el que se diera a conocer más tarde, trabajaba diligentemente para ayudar a su familia; mientras lo hacía, aprendía los mejores modos de comportarse. Hacia los ochos años, despertaron en él las aptitudes musicales, como el mismo explicara a Hernández (1986), luego de escuchar al famoso Sexteto Habanero, para lo cual debió subirse en un muro que daba a la parte trasera de la Sociedad del Liceo de Pinar del Río.
A los 15 años Cuní formó parte de un grupo musical de jóvenes, que se hacía llamar Los Carameleros. Luego de destacarse como cantante y ganar prestigio por su respetuoso trato e impresionante voz, se convirtió en la voz principal del septeto Lira, más tarde del septeto Caridad… Así, poco a poco, trabajó en varias agrupaciones de su natal provincia.
Motivado por mejorar la situación familiar, y como muchos cubanos todavía hacen, Miguelito Cuní se trasladó a vivir a La Habana, en 1938, ya todo un joven de mediana estatura y con 21 años. A los 23, por sus cualidades vocales, personales, excelente pronunciación, unido a la experiencia acumulada, comenzó a cantar en orquestas de renombre en Cuba. Laboró en el conjunto de Arsenio Rodríguez, la orquesta Melodías del 40, así como en el grupo Arcaño y sus Maravillas. En esas agrupaciones su voz fue grabada y divulgada a través de la radio; fonogramas que aún se conservan, reproducen y logran despertar nuestro sentir.
El reconocimiento alcanzado en su carrera como cantante le sirvió para prosperar durante los años 40. Como resultado de su consagración y trabajo, logró trasladarse a vivir en Panamá, donde permaneció durante dos años. Allí actuó como solista y continuó difundiéndose su talento.
En 1949 Miguelito Cuní se mudó a Nueva York, donde ejerció como director y voz de la orquesta de Félix Chapotín. Durante esos años tuvo la oportunidad de efectuar algunas giras artísticas y fundir su voz con grandes figuras de la música cubana. Una de ellas fue Beny Moré, el cual lo consideraba un cantante excepcional, y con quien trabajó en Caracas, como parte del conjunto La Tribu, en la década del 50.
El ya reconocido, no solo en América Latina, Miguelito Cuní, retornó a Nueva York en 1960 y continuó sus presentaciones con el conjunto de Arsenio Rodríguez. Seis años después volvió a Cuba. Allí logró crear su propio grupo, con el que incrementó su entrega al público y su desarrollo artístico.
Con la voz de Miguelito Cuní se distinguió al son cubano entre 1940 y 1960. Muchas fueron las figuras ilustres en esa época, pero su inconfundible tonalidad, corrección y carisma lo hicieron destacar. Evitaba a toda costa, y más al actuar en el escenario, pronunciar palabras ofensivas o vulgares, a pesar de la picardía y doble intención que caracterizan al cubano, y que se destaca en canciones por él interpretadas, como Quimbombó que resbala, o El guayo de Catalina.
Este sonero cubano, que cantó con la misma afinación y sentimiento casi todos los géneros de su época, viajó a finales de 1970 a la entonces Unión Soviética, como parte de una delegación para un intercambio cultural entre ambos países. La brusca variación de temperaturas influyó en el deterioró su salud y le provocó una neumonía; enfermedad que fue diagnosticada y tratada al regresar a Cuba. Aparentemente, logró vencerla.
En 1978, aunque la salud de Cuní no era la de antes, ni tampoco su cuerpo de más de 60 años, pero sí su formidable voz, integró el conjunto Las Estrellas de Areíto, que unió a los mejores músicos cubanos radicados en la isla. Con él grabó, bajo el sello Areíto, de la Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales cubana, cuatro discos de larga duración, en aquel entonces en soporte de vinilo. Como parte de una gira promocional del grupo, en mayo de 1981, se presentó en el Poliedro de Caracas donde, logró una de sus mejores interpretaciones del bolero Convergencia, de la autoría de Bienvenido Julián Gutiérrez y Marcelino Guerra.
La muerte de uno de sus mejores amigos y compañeros de labor por más de 30 años, de Félix Chapotín, en diciembre de 1983, aceleró el deterioro de la salud de Miguelito. Este mulato correcto y respetuoso, sintiéndose enfermo, aunque feliz de su intensa y próspera vida musical, en la que interpretara también algunas canciones de su propia inspiración, falleció el 3 de marzo de 1984. Dejó de existir físicamente, a los 66 años, en el Hospital Hermanos Ameijeiras, en La Habana que lo viera crecer como artista y sonero inolvidable.
El mundo del arte sufrió con su muerte una notable pérdida. Quienes lo conocieron le rindieron su mejor homenaje; incluso figuras representativas de la política en la isla, como el Comandante Juan Almeida Bosque que escribió el texto de “Este son homenaje”, canción posteriormente musicalizada.
Poco se divulgó su vida amorosa o familiar, aunque se imagina haya hecho suspirar a miles de mujeres en los lugares donde actuara y viviera. Al ser una persona respetuosa y correcta, no es de extrañar que formara su familia y supiese transmitirle sus valores humanos. Se menciona un hijo, Isidro Conill, en el artículo Miguelito Cuní, solo su nombre; sin embargo, esta parte de su vida resulta aún poco explorada.
Imágenes de archivo inmortalizan su genial melodiosidad y siempre respetuoso hablar. Podemos encontrar muchas de ellas en la Internet, así como numerosos temas musicales por él cantados, por ejemplo en el vínculo http://www.mp3searchengine.me/video/tu-falso-sentir-miguelito-cun?v=aCPyMcHez3Q.
Miguel Arcángel Conill: Miguelito Cuní, dedicó su vida y obra al disfrute del público. Cantó géneros variados, pero especialmente el son, para todas las edades. Supo imponerse a las dificultades y abrirse paso, como buen cubano, hacia un futuro mejor. Con él todavía bailan, cantan y se deleitan numerosas generaciones de diferentes regiones del mundo. Su personalidad respetuosa, sensible, y su voz formidable le hicieron merecedor de numerosos elogios. El mayor de todos es que conozcamos sus orígenes humildes y le recordemos como una voz de oro del son cubano.
Referencias:
Hernández, E. (1986). La música en persona. Editorial Letras Cubanas. La Habana.
Marquetti, R. (2016). Miguelito Cuní, sólo su nombre. Recuperado el 19 de diciembre de 2016, de http://www.desmemoriados.com/miguelito-cuni-solo-su-nombre/
Redacción digital en cultura. (2016). La voz imprescindible del son: Miguelito Cuní. Recuperado el 15 de diciembre de 2016, de www.bohemia.cu/cultura/2016/03/miguelito-cuni-un-imprescindible-de-nuestra-musica/