Cunde el pánico: en tres ocasiones el pasado sábado, en lugares muy distintos, conocidos y desconocidos me hablaron solamente de su miedo a andar por las calles, de atracos, de la obligación de vivir recluidos, de la angustia cuando salen los hijos de noche: “atracan en el parqueo de tal famoso gimnasio de Naco”; “ya no se puede dejar los carros en los grandes centros comerciales porque te acechan”; “vayan de preferencia a tal lugar pues está mejor vigilado que tal otro; “salir de un banco es un peligro”. Una real paranoia parece haberse adueñado de todos los que hasta hace poco gozaban de una vida privilegiada en los sectores residenciales de la ciudad de Santo Domingo.
A la velocidad que vamos pronto un chistoso sacará un Apps para permitirnos circular de manera segura en un país dónde, en lo que va del mes de marzo, mataron a más de cien personas e hirieron a más del doble.
Cunde el pánico y un disgusto generalizado. ¿Qué está pasando a sólo un mes del discurso de autosatisfacción o de rendición de cuentas propagandístico que pronunció el presidente de la República el pasado 27 de febrero?
A mi entender las copas se rebosaron y, de pronto, la gente se cansó de ser considerada como atrasados mentales. Gracias al despliegue contundente de informaciones sobre Odebrecht empezamos a entender los lazos de causalidad entre la indignante delincuencia política que está pillando de manera vergonzosa el país y la puesta en jaque de la salud, la educación y la seguridad de la ciudadanía.
Por lo tanto, no es casual que la RD se quemara estrepitosamente en los índices de felicidad por países publicados por la Red de Soluciones de Desarrollo Sostenible de la ONU (SDSN), que nos otorga el penúltimo lugar por Latinoamérica. Visto que los indicadores tomados en cuenta para medir el nivel de felicidad de los países fueron el sistema político, los recursos, la corrupción, la educación y el sistema de sanitario de cada país, nos hemos quemado porque la falta de lucha contra la corrupción y la mala asignación de los fondos del Estado en beneficio de una sola corporación mafiosa desencadenan una baja de todos los otros indicadores.
Se siente un descalabro en la vida de la gente y en su umbral de aguante. Cuando no hay fe en los políticos, ni en la Policía y la Justicia ocurren dramas como los que vivimos a diario: cualquier pendejo, con arma legal o ilegal, se vuelve un ajusticiador.
Marzo ha visto llover todo tipo de informes y noticias alarmantes: el informe del Banco Central indicando que la tasa de desempleo de las mujeres jóvenes casi duplica la de los hombres, el informe de Plan Internacional sobre los embarazos de adolescentes, las noticias contradictorias sobre Lajun y la basura que nos arropa. Los llamados de la Iglesia sobre la corrupción, las declaraciones de Monseñor Masallés que ve “perdida” la lucha contra la impunidad. Los periódicos todos los días reseñan más y más muertes y atracos, ocho muertos y catorce heridos por violencia en el último fin de semana, más feminicidios, en una espiral indetenible, sin hablar en este ambiente de los patéticos intentos de las autoridades y comisiones por desviar la bomba de tiempo de Odebrecht.
El muy fácil glosar sobre la mejoría del índice de desarrollo humano y el crecimiento de la República Dominicana. Pocos entienden que detrás de estos datos se esconde un crecimiento desigual y antojadizo sin ninguna planificación: un día favorecerán los productores de fresas, otro la remodelación de un sector de la capital en vez de tal otro.
El dinero de nuestro crecimiento en vez de mejorar e impactar de manera sostenible en la vida de la gente necesitada enriquece una banda política que llega al poder sin saco y casi a pie y que se ramifica desde el Palacio Nacional hasta las alcaldías pasando por la Justicia. Este modelo delictivo nos ha empobrecido económicamente y, sobre todo, moralmente porque la corrupción y su hedor corroen de manera dramática a la sociedad en todos sus estamentos.
Como me lo dijo ayer un joven de Villas Agrícolas de 18 años, pasaporte en mano: “Vengo a despedirme, me voy a España donde mi hermana. Me largo de este país. Aquí, para nosotros los pobres lograr algo tenemos que ser peloteros, cantantes o, mejor, políticos”.