La VIII Cumbre de las Américas fue una parodia. Algo parecido a las bodas de plata de un matrimonio arruinado. Los invitados sabían que iban a cubrir apariencias. El tema que convocó a los mandatarios del continente no pudo ser más molestoso: “Gobernabilidad democrática y corrupción”, considerando que algo menos de la mitad de los invitados son acusados por el rumor público de corrupción y que el anfitrión era un país que semanas antes vio dimitir a su presidente por un escándalo vergonzoso; algo así como un reality show para el opening de la gran gala. Fue imperativo recrear aquel discurso de Chávez ante la sexagésima primera Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU) del 20 de septiembre de 2006, cuando, antes de leer su pieza, fingió oler un vaho a azufre por el paso previo de George Bush. En un escenario distinto, sucedió lo mismo: muchos presidentes apestaban al óxido metálico de los barrotes carcelarios, empezando por Temer de Brasil, quien anda con los nervios destrozados a la espera de las elecciones; nunca antes su apellido fue tan emocionalmente gráfico.

La agenda de Washington era otra: aislar a Cuba y a Venezuela y lograr así una resolución de condena. Un divorcio franco de la agenda norte-sur; nada nuevo.  Para Estados Unidos, la lucha contra la corrupción en América Latina es retórica y no ha tenido un propósito robusto ni sincero; una nueva forma para socavar gobiernos “creídos”; obvio, los políticos latinoamericanos son bondadosos dando motivos. Roban sin contrapesos institucionales, hasta que un día la historia se empieza a contar diferente. De Curitiba puede salir un alacrán o se puede cocinar un Moro y no de habichuelas.

La fiesta de “las Américas” resultó un fiasco: Estados Unidos demostró el justo lugar que el subcontinente (la letrina de Trump) ocupa en su agenda, cuando en la inminencia de la cita dispone un bombardeo conjunto a Siria que coloca al mundo en el umbral del Armagedón, confirmando que sus tesoros siguen escondidos en el Medio Oriente. El único interés con su patio trasero es darle consumo a sus marcas, negocios a sus inversores y plaza a sus corporaciones, intención que la fórmula Lula – Chávez  empezó a subvertir fortaleciendo la alianza regional y activando las relaciones con China (primer socio comercial de las grandes economías sudamericanas) Ahora el celo es con Rusia. El karma de América Latina con Estados Unidos es poder descifrar qué es lo que realmente quiere con ella: no hace ni deja hacer. La abandona, echa a sus migrantes de su suelo, no la toma en cuenta en sus políticas mundiales, pero desde que escucha los piropos chinos (你很漂亮 ) o rusos (ты довольно) en la región se enciende en celo. Es como tener una amante para uso desechable.

Si Maduro se hubiera sospechado el defraudo del evento no hubiese “jodido” tanto con sus estúpidos amagos: ¡que si voy o no voy! Es que la brutalidad no “madura”. A propósito, qué “amargo” lo pasó Almagro, el mensajero de Washington (perdón, de la OEA) quien no pudo colar el tema de Venezuela, único motivo de su sueldo. ¡Dios quiera que ese fracaso no le cueste el cargo!

La verdad es que estas cumbres son otra historia sin la presencia de los viejos caudillos: aburridas, protocolares y frías. Lo lindo de todo fue el desplante de Trump: el sol de la constelación hemisférica. Era de las pocas oportunidades en que ciertos primeros ministros de algunas islitas caribeñas iban sacarse una foto con el rubio. Ya habían escogido su mejor gala; algunos se la prometieron a sus nietos.  En su lugar, tuvieron que conformarse con el vice Mike Pence, y, como parche, con Ivanka Trump, “asesora presidencial” de su padre. Pero la suerte no estaba para Lima: la crisis de seguridad mundial provocada por el azaroso bombardeo obligó a mister Pence a retirarse antes de tiempo.  Fuck! diría en sus adentros Gaston Browne, primer ministro de Antigua y Barbuda.

Danilo Medina, el otrora presidente más aclamado de América Latina, llegó como dicen los cibaeños: con el “moco pa' bajo”. El tema a tratar no podía ser otro: ¡corrupción!  Era como escuchar a un sacerdote sermonear sobre vida matrimonial o un narcotraficante censurando la adicción. Su presencia fue opaca, intrascendente y más pálida que su aburrido tono sureño. El tema le resultaba incómodo, sobretodo cuando muchos mandatarios sabían que su gobierno era (o es) la subsede de Odebrecht (donde operó el centro internacional de los sobornos) y que Joao Santana era (o es) su asesor y a pesar de eso el presidente caribeño ¡está suelto!  Me imaginé a PPK viendo la cumbre por la televisión mientras mordía su frustración con una sola expresión: ¡y no ser yo dominicano! Danilo parecía hasta tenso. Lo que dijo no tuvo fuerza de convicción. Lucía apocado y gris. Su semblante guardaba otro discurso. Se notaba el cumplido.  ¡Qué pena que para oírlo hablar de corrupción debía ser fuera del país! Aquí es mudo; su dermatitis tópica es más elocuente y ¡con mucha suerte!