La clase política en Dominicana, ha sido el grupo que más daño y efectos negativos ha recibido de la cultura del tigueraje y de la corrupcion, pareciera que ellos la crearon o la inventaron para su propio beneficio, siendo tanto el deterioro que se ha convertido, en el vicio más descompuesto y pestilente que afecta la mayoría de los estamentos de la nación.

El Estado dominicano continúa siendo el mayor “empleador” de la clase política, en un país donde los cargos electos y los administrativos, gozan de sueldos y beneficios, que alcanzan cifras astronómicas inconcebibles, siendo ennumerosas ocasiones, el salario de estos fijados a su propia discreción; en una nación pobre, subdesarrollada, dándole la oportunidad de manejo de sumas exorbitantes de dinero, que generalmente son desviados a los bolsillos de estos, en vez de ser destinados a ayuda social para favorecer clases mayoritarias necesitadas.

Esta práctica dolosa ha corrompido, prostituido y descompuesto,  un gran número de nuestros políticos, haciendo de esta un hábito que se ha convertido en una rutina endémica en los gobiernos, permeando todas las instituciones del Estado, en especial los gobiernos de turno, que en su periodo, una gran mayoría han dilapidado y saqueado el erario nacional, desde el empleado de menos rango, al de más alto nivel de funcionario, incluyendo posiciones legislativas y municipales, en que un gran número ha abusado de los bienes públicos y tomado ventajas a su favor.

Nuestros políticos en su gran mayoría, han mal usado, “desviado” las reservas del Estado, a través de la corrupción administrativa, creándose un perfil de carácter socio-político, formando una percepción, dentro de la ciudadanía y la opinión pública, que los percibe como personas sin ideales, ni principios virtuosos, considerados como “individuos al margen del reconocimiento social, intelectual y académico”, que debido a su exclusión, pocas cualidades de méritos y sus limitaciones, se han refugiado en la “política” para hacer de esta una forma de vida (modus vivendi), para alcanzar aceptación social, enriquecerse en una forma ilegal, fácil, rápida, sin esfuerzos, ni logros alcanzados; sino a través de un estilo de vida ilícita, irregular, a través de actos dolosos de corrupción durante el desempeño de sus funciones en cargos públicos, sin ningún riesgo de terminar en un juicio político, público y mucho menos terminar en la cárcel.

Esta forma de vida ha llevado al enriquecimiento ilícito de muchos, muchos políticos, pero ha llevado a la quiebra al Estado, a la nación, despojando las grandes mayorías de la posibilidad de desarrollo de una vida digna, decente y justa. Ha sido tal el efecto de descomposición moral de ese grupo, que su mayoría, se comporta indiferente, mostrando una actitud de arrogancia y burla, frente a la opinión pública e internacional, a un nivel que organismos mundiales nos han clasificado como uno de los países más corruptos del globo.

La corrupción y el tigueraje político representa el malestar social que nos agobia, reflejando la pérdida de valores morales, éticos, mostrando una proliferación de antivalores, propia de nuestra sociedad enferma. ¡ Así entre malas acciones, temores de disolución social, transcurre el tiempo y se acentúa el malestar, notándose un hastío general en la población por este estado de cosas, la visión de un futuro incierto y un cansancio general, de presenciar tantos escándalos de corrupción y de conductas dolosas, sin ninguna consecuencia o reparo que detenga, el deterioro de una sociedad, agobiada por tanto tigueraje!

Definitivamente, nos urge crear una conciencia cívica, con una actitud de repudio general de la sociedad frente a aquellos; quienes exhiben una conducta deshonesta, quienes sustraen los fondos y los recursos del Estado en detrimento de las clases más necesitadas. Claro, que la sociedad algún día les pasara factura, cuando logremos un sistema de justicia equitativo, honesto, que avale un régimen de consecuencias, que obligue a que se cumpla la ley. Será entonces cuando el escrutinio de la historia, que duramente juzga a los hombres y sus acciones, recaerá sobre ellos, su cuestionada reputación y el recuerdo imperecedero de sus malas acciones.

Cierro este tema con un pensamiento ejemplarizante: “Permitir a un hombre olvidar impunemente su pasado delictuoso, conlleva inevitablemente a la repetición de este”.

Continúa.