Es bien conocido, en nuestra sociedad cuando se habla de una cultura de tigueraje, la cual se asocia generalmente como sinónimo de corrupción y tramposería claro, que este término se utiliza para disfrazar o minimizar el verdadero calificativo de este y al utilizar el vocablo “Cultura” le suele dar un aspecto vernáculo a este flagelo, que generalmente se describe al protagonista, “el tiguere” como una persona rápida, carente de empatía, con una personalidad liviana, con rasgos de primitivismo primario, donde solo existe la ventaja para él, quien se considera el cómo muy hábil, brillante; desvaloriza, ultraja a otros, los percibe como inferiores mostrando sus rasgos de personalidad narcisista (Léase egoísta) que se encuentra siempre al acecho de cómo sacar beneficios y engañar para obtener sus ganancias sin preocuparse por el daño causado a otros, con el fin de “sacar lo suyo”.
A este personaje, creo que la gran mayoría de dominicanos conocemos y estamos familiarizados con el “tiguere” y sus actuaciones, siendo lo más preocupante que este tipo de comportamiento ha llegado a afectar un gran grupo de nuestra comunidad, llegando a crear una falsa percepción de que estas conductas aberrantes forman parte de nuestras buenas conductas y tradiciones, alcanzando todos los niveles institucionales, el sector público y privado.
Nótese a que nivel, ha llegado el malestar vicioso de esta mal llamada “Cultura” que en un reporte publicado por el informe del Desarrollo Humano, del programa de las Naciones Unidas(PNUD)en el 2008, refiere que en “la sociedad dominicana existe la ley del tigueraje, refiriéndose a los violadores de las normas jurídicas, que no son sancionadas , existiendo una impunidad preocupante”; según el PNUD, en la República Dominicana rige la ley del tigueraje, el sistema político no sanciona adecuadamente, la violación a las leyes formalmente establecidas y reina la ilegalidad en las transacciones económicas y políticas, el Gobierno en todas sus instancias, así como los partidos políticos constituyen el epicentro del terremoto de la corrupción, la impunidad y el clientelismo que sacude la sociedad dominicana; hay riqueza y crecimiento pero aumenta la pobreza. Cuestionado sobre estos planteamientos a políticos del oficialismo, ministros y miembros del congreso consideraron estos planteamientos como banales y sin veracidad y en su gran mayoría concurrieron ser de la opinión que ellos “preferían ser tigueres a ser pariguayos” dándole al tiguere una connotación de rápido, inteligente y gallardo y dejando al pariguayo como lerdo, alelado y sin coraje. Nótese que ha sido tal la degeneración de principios de nuestros políticos que estos no se inmutan de sus acciones, las cuales en cualquier otra sociedad serian sancionadas como prácticas irrespetuosas.
No existe duda ninguna que la pseudo cultura de tigueraje, ha invadido todos los grupos, instituciones públicas y privadas, afectando hasta los cuarteles de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional, siendo tal el deterioro institucional que ha llegado a una magnitud nunca imaginada, que en tiempo reciente pasado el procurador general de la república admitió que existe una cultura de robo en la Policía Nacional: “Tiene que terminarse en el país una cultura de robo, en que los agentes de la policía tengan que robarse dinero, joyas y bienes durante los allanamientos realizados”, refiriéndose al caso de “La “mulata 3” en Puerto Plata, denominando este hecho como “ cultura de robo,” haciendo hincapié en clasificarlo como una mala maña, en vez de llamarlo por su propio nombre y como lo que es, un delito de robo común o de tigueraje.
El vampiro del tigueraje y la corrupción que nos rodea es dañino, muy dañino a nuestra formación cultural y al carácter social de la nación, ya que este succiona y chupa todos los valores morales virtuosos dejando solo los antivalores que acompañan la orientación psicologica de un grupo de vivos deshonestos; robándoles las oportunidades a un gran número de dominicanos, asestándole un duro golpe a la institucionalidad, la democracia y el futuro del país.
Continua