La pandemia y su irradiación en el tiempo, el temor que embarga a la población, o el llamado miedo a la muerte y la alteración producida en los modos de vida, también tocan las puertas de la cultura popular, las tradiciones y las prácticas culturales, sobre todo, aquellas calendarizadas y dependientes de un compromiso familiar, comunitario o de gran envergadura y masivas como el carnaval, todas se ven al borde de ser retadas a reacomodar la cultura al individuo y no el individuo a la cultura. Es la reiteración de la propuesta entre esencia y existencia.

La cultura existe para responder a la adaptación del individuo, es con ella como mecanismo creativo, que el individuo enfrenta los retos de sobrevivir y reproducirse, la esencia del ser es biológica y se sostiene como especie viva en lucha contra todo aquello que amenaza su existencia que es el fin último: sobrevivir o morir.

En esa lucha aparece lo cultural como respuesta a la existencia, sin embargo, lo cultural da al mismo tiempo particularidad al ser humano, no olvidemos que la cultura nos diferencia del resto de los animales. Por tanto, es parte de su esencia, junto a lo biológico, pero sabiendo que articulados, dan especialidad a la naturaleza humana. No se contradicen ante la dualidad de la esencia del ser y la existencia misma de la especie, se complementan.

Es decir, para existir, la cultura es un recurso de característica elástica y dotada de una plasticidad única. Por ello, ante una amenaza externa, el ser humano modifica su estructura genética y se adapta, como lo hacen las demás especies.  También la cultura se añade a sus procesos de adaptación, condición particularmente humana que da al hecho cultural una dimensión e importancia trascendental al estudiarlo.

Esta dimensión simbólica del hecho cultural, lo asigna el ser humano, no viene del aire, es el individuo en su relación dialéctica con el entorno social y natural, que construye formas de resistencias, caparazones y blindajes, para el goce y disfrute de la vida y satisfacer necesidades interiormente demandadas

Ante la pandemia, se nos presenta esta contrariedad entre esencia como parte de nuestra cultura o cambiar patrones de vida para sobrevivir. Si la pandemia pone en peligro la existencia humana, es obvio que la readecuación de aquellas formas de vida que amenazan su existencia, forzado por las circunstancias, cambian.

La cultura popular se hace acompañar de convocatorias masivas, unas familiares, otras  festividades, relacionadas con santos y tradiciones conservadas y mantenidas de generación en generación, muchas otras comunitarias, como fiestas patronales, la fiesta de la Cruz, peregrinaciones y festividades tradicionales que reúnen cada año a cientos de sus pobladores, y también de tradición nacional como el carnaval y las grandes peregrinaciones como la de la virgen de la Altagracia , la de las Mercedes, la de la comunidad de Bánica o la del Cristo de Bayaguana.

Son precisamente estas manifestaciones de la cultura popular a las que hace referencia el título del artículo. Estas actividades de la cultura popular que no solo tienen años celebrándose y forman parte de las estructuras mentales que reproducen la identidad nacional, son al mismo tiempo, muy importantes en el perfil de la construcción del ethos cultural dominicano.

Amenazada la gente por la pandemia, la tradición cultural está obligada, para preservar la esencia y la existencia del ser nacional, a modificar formas y maneras de congregarse, sin que se pierda la esencia, el carácter simbólicamente referencial de estas tradiciones y cómo la cultura es y ha sido siempre, diacrónica, cambia constantemente y este factor posibilita preservar la vida de los miembros y adeptos a estas tradiciones, sin poner en peligro la esencia que le da sentido de ser y significación cultural.

No olvidemos que la cultura, es ante todo, una estructura de símbolos, que la cultura es un recurso adicional a la naturaleza biológica humana, que es su principal esencia, por tanto, una- la cultura-le sirve a la otra -lo biológico-, para seguir existiendo al ser humano, como especie. El hecho cultural no se crea para placer contemplativo, se origina de circunstancias difíciles que, al crearlo, el ser humano agrega un elemento más para resistir, adaptarse y reproducirse.

Si bien la cultura es parte de la base de su existencia, si la naturaleza humana desaparece, se pierde el sentido de todo. La relación centrífuga entre esencia y existencia se hace presente a propósito de la pandemia y del estudio del hecho cultural como parte de una conflictiva dependencia de la una con relación a la otra: cultura y biología.

¿Qué es más importante, ir como cada año, a la Basílica, al carnaval donde van miles de personas, o dejar que pase, por convicción de que tu presencia puede implicar riesgos?, es cuando se produce el dilema entre esencia y existencia del ser.

Asistir a estas convocatorias, porque cada año vamos, no es lo esencial, lo esencial viene dado por el nivel de convicción interior que te anima, aunque cambie la manera de representarlo o de relacionarte con su significación, que es su valor simbólico, pero asistir allí, encierra un peligro cuya violación podría implicar la muerte, producto de la peor pandemia de los dos últimos años.

Esta dimensión simbólica del hecho cultural, lo asigna el ser humano, no viene del aire, es el individuo en su relación dialéctica con el entorno social y natural, que construye formas de resistencias, caparazones y blindajes, para el goce y disfrute de la vida y satisfacer necesidades interiormente demandadas, que la cultura permite su deleite y catarsis, asignándole a determinadas manifestaciones una significación para su existencia. Sin dudas que cuando deja de serle funcional la practica cultural, la modifica o la readecua a sus intereses de sobrevivencia y reproducción.

Ciertamente que estas formas de expresiones de la cultura no son fáciles de virtualizarlas, no solo por su masiva asistencia que dificultaría su limitada participación, sino que lo virtual no reemplazaría la dimensión y el valor simbólicos de estas convocatorias y por tanto, no es posible sugerir una sustitución de la tradición por una convocatoria virtual, pues  el nivel de expectativa, de fe, catarsis y valor simbólico de estas tradiciones populares, no se moldean a una virtualidad de esa realidad vivencial, sensorial y profundamente interior, que solo se llena con la presencia física, además de la fuerza y convicción interior de los participantes.

Ese es el reto que presentan hoy las grandes convocatorias de la cultura popular ante una pandemia que se queda entre nosotros un tiempo, pues es un visitante no invitado, es de naturaleza cíclica y cuyo desafío a sus peligros y riesgos, implica nada más y nada menos, que la muerte misma, última de las verdades que aún no podemos vencer, ni con la ciencia, ni con la fe; por lo tanto, o nos ajustamos a los tiempos de pandemia para ejecutar y realizar nuestras manifestaciones culturales de masas, o desafiamos la muerte, a la que el ser humano siempre le ha temido.