La narración es la forma más antigua que tenemos para hacer frente a las dificultades humanas (Berneth Burke). Las comunidades primitivas narraron sus vicisitudes, sus logros, sus fracasos como una manera de ir construyendo una figura de sí misma que les integre y les diferencie ante los demás grupos. En este sentido el pueblo de Israel es un ejemplo paradigmático de la identidad narrativa: a medida que fue narrando su formación como pueblo, se comprendió a sí mismo en su relación especial con Dios.

Es evidente que no todo es narración en la vida, pero la narración es una forma primitiva de lidiar con lo fragmentario y la dispersión del sujeto en la cotidianidad. Las acciones individuales o sociales demandan de marcos cada vez más amplios para direccionarse hacia un fin deseado, por ello se inscriben en proyectos particulares o comunes que le dan sentido y norte.

La acción que no está direccionada por el proyecto no lleva a ningún lado. El proyecto es imaginado, es un producto figurado en la mente como un posible en el tiempo. El proyecto es una anticipación del ser posible, es hacer presente el futuro deseado. Entre el momento actual y el futuro anticipado hay una continuidad y una discontinuidad del ser: si proyecto algo es porque tengo una carencia, no soy lo que proyecto, sino que deseo serlo; al alcanzar lo proyectado espero ser el mismo, pero más pleno por efecto de lo alcanzado. La continuidad y la discontinuidad de mi ser son aceptadas y colocadas bajo un esquema narrativo de unidad, totalidad y completud. Esto es, me veo en una totalidad que va desde el punto cero de la iniciativa hasta la plenitud de lo alcanzado por el proyecto. Entre uno y otro momento las acciones fragmentarias se conectan en la totalidad de una vida en un marco temporal (no necesariamente tiene que ser entre el nacimiento y la muerte) como una unidad narrativa.

Imagínese que usted ingresa a la universidad para estudiar filosofía. El momento inicial ocurre en su cabeza, usted se imagina como un estudiante, más tarde como un profesional de la filosofía y, por último, atisba imágenes de usted como un filósofo en la posteridad. Este es el ideal de un proyecto que parte de la iniciativa de la voluntad libre. Pero igualmente puede suceder que usted estudió filosofía por otros motivos (por ser seminarista, por ejemplo) y que dada las condiciones de vida y las circunstancias usted se dedica al quehacer filosófico. Ya no puede volver al pasado a tomar la iniciativa de estudiar filosofía, sino que ahora la iniciativa es profesionalizarse en filosofía y reajustar la propia vida desde otra figura de sí mismo en la que incluye ahora el proyecto de hacer filosofía.

Lo que quiero dejar dicho es que constantemente estamos reordenando la vida, Zubiri decía que en una especie de “tanteo”, y reajustando las piezas de nuestra propia figura o comprensión de sí. Estos reajustes pueden ser soñados, deseados, pero otras veces son las mismas circunstancias que nos obligan al cambio y a la readaptación de los primeros planes en nuevos proyectos. En la medida en que vamos viviendo, vamos comprendiéndonos no como una unidad plena realmente, pero nos “figuramos”, esto es, nos representamos a nosotros mismos imaginativamente como una totalidad hecha de discontinuidades. Esta totalidad imaginada me permite autorrepresentarme como siendo el mismo a pesar de los cambios en el tiempo.

Esta representación de sí, esta figura de sí mismo como una unidad hecha de fragmentos dispersos, como una especie de Rayuela/Trúcamelo (Julio Cortázar), es la identidad narrativa. Sin ella no podemos comprendernos a nosotros mismos.

La idea de Ortega y Gasset de “yo soy yo y mis circunstancias” supone una unidad ontológica que no existe previamente, el “yo”, aunque genialmente destaca el valor de las circunstancias en la conformación de sí.

El “yo” como una unidad consciente y dada es una ilusión, por eso es mejor el lenguaje del “otro”, del sí-mismo que se va comprendiendo de modo reflexivo a través del análisis de su vida práctica y va contando y sabiéndose como un sujeto capaz y responsable éticamente. Esto es la identidad narrativa.