“Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos.

Pero los hay que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles”. (Bertolt Brecht).

Somos una sociedad “democrática” sin demócratas. Los actores políticos harían muy poco para democratizar la democracia si no fuera por saber que hay una sociedad civil vigilante ante sus acciones y decisiones. Esta clase política que, no sabemos si nos gobierna o qué, acusa un déficit altísimo de confianza, y, por lo tanto, constituye un abismo en su prédica democrática y lo que la sociedad espera de ella.

La cultura democrática tiene sus valores que se erigen en el puente de la horizontalidad entre los ciudadanos y el Estado. Los interlocutores hoy, en la sociedad postmoderna, son los partidos y la sociedad civil. Los partidos, vínculos entre el Estado y los ciudadanos. La sociedad civil, cuerpo organizado de ciudadanos que no anulan a los partidos, empero, que no descansan en ellos. Los trascienden, cohabitando y buscando zonas periféricas con ingenio y creatividad para el logro de sus necesidades y deseos, más allá de los mismos.

La sociedad civil para Anthony Giddens es “Esfera de la sociedad compuesta por todas aquellas redes, asociaciones voluntarias, empresas, clubes, organizaciones y familias que están formados por ciudadanos al margen del gobierno”. Para Sergio Piero la sociedad civil “constituyen esferas de relaciones entre individuos, grupos sociales y clases sociales que se mueven fuera de las relaciones de poder que constituyen las instituciones estatales”.

En la sociedad actual coexisten tres esferas o ámbitos que interactúan mutuamente: el Estado, el Mercado y la Sociedad civil. El Estado es el arco que los une a todos en el marco regulador y organizador; por ello, se dibuja como la sociedad políticamente organizada que traza los límites y reglas que convergen a todos los ciudadanos en los territorios públicos. El Estado fluye e influye en los mercados y la sociedad civil a través de las instituciones. Por ello, mientras más transparente y cumplidor de sus propias normas, más fuerte es ese aparato de dominación. Es allí donde entran esas dinámicas de relaciones, acciones y reacciones, donde se expresan las diferencias, competencias, la diversidad, la tolerancia, las asunciones y las empatías anidadas en los acuerdos.

Por ello, el sociólogo Wilfredo Lozano desarrolla el concepto de Sociedad civil como “el campo de articulaciones entre los intereses de los individuos que al tomar posición sobre problemas centrales con el Estado establece una relación particular que afecta decisiones propiamente política”. ¡Es que estamos en los mismos territorios¡ Donde existen problemas que a menudo agobian al conjunto de la sociedad y que los actores políticos, ora por ceguera u ora por intereses espurios, meramente corporativista asumen la flagelación de la sociedad.

La sociedad civil con las características, por ejemplo, como Participación Ciudadana, no puede entenderse allí donde no prevalezca un Estado de derecho, una sociedad democrática. La sociedad civil surge al amparo de la democracia, nace en su vientre, pero su creación cobra cuerpo cuando amplía las bases de esa democracia, cuando exige las reglas de juego. Esto es, la democracia sin sustancia, sin contenido. En gran medida, esa es nuestra democracia, un cascaron vacío donde tenemos una clase política espantosa en su forma y contenido. Cualquiera es un alcalde, cualquiera es diputado, cualquiera es senador y por qué no, cualquiera es Presidente. Mienten sin sonrojos, sin sonrisas y aspavientos. Están tan alienados, tan sin discursos, que se creen sus propios lodos. La fetidez de sus pronunciamientos ahoga el llanto de los sentidos sin esperanzas.

Mientras más fuerte es la sociedad civil más se cuidan los actores políticos, aunque éstos quedan al descubierto constantemente, sobre todo, en la era de la virtualidad donde “todos” somos periodistas. Es lo que acabamos de ver con el Diputado Presidente de la Cámara de Diputados cuando le preguntaron sobre su declaración patrimonial “Hermano tu tiene que respetar, atiende este tema, que es más importante que esa vaina”. Hablaba de reelección, sin miramientos, sin la más mínima decencia que debe “colgarse” en el protocolo de su investidura.

Participación Ciudadana, paradigma de la sociedad civil, surgió el 31 de octubre del 1993 como “un Movimiento cívico no partidista de concertación y presión, para la construcción de una sociedad democrática, transparente y libre de corrupción e impunidad”. Eso nos guía a todos, más allá de la ideología de cada uno de sus integrantes. En esa importante organización rige la decencia, la integridad, la transparencia, la solidaridad, el trabajo en equipo, la empatía, la sinergia y la resiliencia. Cada quien haciendo esfuerzo por empujar por una sociedad donde prime el imperio de la ley, la justicia social y donde el alzhéimer de la impunidad desaparezca.

25 años después nos seguimos cobijando en esa gran sombrilla, donde cientos de dominicanos trabajan de manera voluntaria para cristalizar sueños y utopías, redentoras de un nuevo amanecer. Aquel 31 de octubre con su declaración de principios, nos sigue convocando. Muchos se han ido, otros se suman, en el juego de lozanía de una verdadera historia de esperanza.

La sociedad civil hoy, es el involucramiento de los ciudadanos en los asuntos públicos que conciernen a la colectividad. Somos sujetos de derechos y de libertades políticas, por lo tanto, la razón última de todo Estado moderno democrático. Es la asunción de los ciudadanos como cuerpo de su existencia. Si el Estado es “el poder organizado dentro de una comunidad nacional”; la sociedad civil “es el pueblo organizado”. La sociedad civil es la balanza, que en gran medida, con su veeduría social, legítima o no las acciones y decisiones de los poderes públicos. Somos, en gran medida, intermediarios, mediadores, impulsores, concertadores, establecemos vínculos, para allanar el camino de una mejor sociedad. Ese es el rol también de los partidos políticos, solo que ellos se diferencian de nosotros porque su objetivo esencial, medular, es alcanzar el poder político. La sociedad civil pretende entonces, influir en quienes gobiernan, para alcanzar objetivos, intereses y demandas colectivas.

¡En este mundo de la sociedad de las redes, de la sociedad del riesgo, la gran labor de la sociedad civil es visualizar como seguir construyendo Capital Social que alinee la dimensión objetiva de la política, esto es, las instituciones y estructura política con la dimensión subjetiva de la política (cultura política) con sus percepciones, valores, imágenes y convicciones!