Los signos del tiempo nos exigen ser más irreverentes para no caer en el vacío existencial. Nada aliena más a un ser humano que construir el corpus del vacío, que es la recreación exacerbada del individualismo. Una construcción que deviene en una execrable violencia salvaje, en todas sus dimensiones y características. Las continuidades y discontinuidades del espectro social, nos avisan que es dramático el dolor.

La sensación aflictiva nos apuñala cuando sabemos que somos el país líder en feminicidios. Que cada 48 horas muere una mujer asesinada por su pareja o ex pareja. La arritmia cruel es más espantosa cuando vemos la consecuencia social: los niños huérfanos y el descenso social de esa prole, ante la ausencia de los padres que los protegían. El padecimiento es más ignominioso cuando vemos que de 172 países, según Save The Children, estamos en el ranking 120, entre los peores, para criar a los niños. Nos dice el Informe que el 15% de los niños no van a las escuelas y que un 13% realiza trabajo infantil. Abunda el estudio que, de cada 1000 mujeres embarazadas, 97 son niñas y adolescentes. Las mujeres jóvenes, entre 15 y 19 años, representan 27.5% que se han casado o se encuentran en unión libre. El panorama es peor en la zona rural: 34.3%.

Ameritamos de mando estratégico, que es aquel “que, con independencia de su morfología, tiene autonomía para formular políticas adecuadas (con el apoyo de la mayoría social, pero evitando capturas por los intereses sectoriales de los grupos privados) y efectividad para implementarlas de forma sostenible en el tiempo

El lamento se conjuga de estupor cuando comprobamos con los datos del Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo, nos grafica cómo la Tasa de Desempleo ampliado en el rango de la juventud creció: 31.5%. Anteriormente, era de 30%. Esto quiere decir que el desempleo en la juventud multiplica por 2.28 el desempleo ampliado promedio en la sociedad dominicana. Los Ni Ni están en 22.5%, cuando el Banco Mundial en su último dato al respecto nos refería un 21%.  Hay que deplorar, sufrir y afligirnos por ver como en la República Dominicana, de cada 1000 niños nacidos, mueren 30.5%, según Save the Children; y, agregamos que la Mortalidad Materna es de 90/100,000, cuando en la Región el promedio es de 64/100,000.

Un país con una renta media, empero, con una anomia social, con una anomia institucional que nos acogota y nos envuelve en una asimetría y en una segregación social sin cortapisa ni escarpelo. Verbigracia: De esa anomia institucional es que según la Ley de Salarios 105-13, en su Artículo 12, el Presidente del Tribunal Electoral debería ganar RD$375,000.00 pesos, no obstante, está ganando RD$456,842.20. El Congreso gastó entre el primero de enero y el 30 de junio RD$216 millones de pesos solo en gastos de representación, dietas y viáticos. ¡56 hospitales fueron intervenidos al mismo tiempo. Más de 3 años han transcurrido y en ese espacio de tiempo, hubo un momento en que ninguno de ellos se les invirtió un solo centavo! Parecería un tollo y una locura, como dijo alguien.

No. Es el dogma y el desconsuelo de cómo el principal ejecutivo del Estado asume el ejercicio de la Administración Pública. Una Administración Pública con una Estructura macrocefálica, que, al compás del tiempo, tiene cuasi los mismos órganos, las mismas instituciones del Estado Trujillista, del Estado bonapartista balagueriano, más el torrente de los tautológicos modernos sin sentido de la historia.

Una sociedad, socialmente pobre, económicamente de ingreso medio y democráticamente, que debería ser de mediana intensidad democrática, acusa un deterioro en la calidad de sus instituciones, que gravita en la cultura democrática, en su sentido más fiel; un deterioro de las instituciones, que confluyen que en un mismo territorio se solivianten cuatro agendas distintas, con necesidades tan dispares.

El Economista José Luna Valiente en un Programa que se llama Equipo Mediático, para “graficar, ilustrar” de cómo avanzamos como país, estableció la siguiente imagen: “Si usted tiene 20 años fuera del país y llega aquí y le ponen una venda en los ojos y lo dejan luego en la Winston Churchill; cuando le quiten la venta creerá que está en Miami”. Ayer, Nueva York chiquito. Es la mueca de cómo conciben el Estado, la pesarosa mirada como miden la calidad y bienestar de un país. Quizás, solo, con el anacronismo sojuzgado del PIB; sin la asunción de la redistribución de la riqueza, de un modelo económico que no da respuestas reales, ni de la comprensión del flagelo de la corrupción en todo el tejido social e institucional de la sociedad dominicana.

La cultura democrática aborda la necesidad de un nuevo diseño institucional, que cobre cuerpo en la efectividad de las políticas públicas. Que aúne los esfuerzos del rendimiento y la calidad democrática en la sociedad. Aquí, nos creemos que un Presidente lo puede todo y está por encima de todo. ¡Dios y Trujillo siguen gravitando, guardando la distancia! Al Presidente no se le puede decir que no, murmullan, de manera cuasi quejumbrosa, los elegidos en la lista de pedidos.

Tenemos que desarrollar una cultura democrática que ejemplifique la participación desde la más alta instancia del Estado, que el voto no constituya en sí mismo la posibilidad de decidirlo todo. Una cultura democrática que propicie la búsqueda de consensos plural, multipartidistas, con pautas de conductas que recree el rol consociacional. La elección de un partido implica en nuestro país, la exclusión de los demás, la subestimación y el desdén; no existe el respeto a la minoría y no entienden el papel de la sociedad civil en una sociedad democrática. La sociedad civil no existe en los regímenes dictatoriales, totalitarios. Es una respuesta al Estado democrático. Por eso, aquí se asume la cultura del conflicto y la polarización. Buscamos el ascenso, los acuerdos, solo en medio de la crisis.

Una cultura de la exclusión, de la reactividad, como expresión de la visión del poder: para avasallar, que configura la cultura de yo gano y tu pierdes o, en todo caso, yo pierdo y tu pierdes, sin tomar en cuenta los efectos sistémicos sobre la sociedad. Por eso no tenemos Ley de Partidos y Agrupaciones Políticas y una Ley Electoral que no se adecúa a la Constitución desde el 2010.

En esa cultura democrática que debemos de forjar requerimos de una nueva mirada, donde los gobiernos que tengamos sepan interactuar con todos los actores políticos, sociales, no desde una esfera de imposición, del verticalismo visceral, desde la agonía del vencido, sino, en el plano de la cultura dialógica que encierra la democracia. Ameritamos de mando estratégico, que es aquel “que, con independencia de su morfología, tiene autonomía para formular políticas adecuadas (con el apoyo de la mayoría social, pero evitando capturas por los intereses sectoriales de los grupos privados) y efectividad para implementarlas de forma sostenible en el tiempo.

¡Auguramos una cultura democrática que amplifique el entusiasmo y la acción y eso solo es posible desde la democracia de la calle, que emerja y empuje a los factores institucionales, añejos y esclerotizados, que son los que les permiten, al mismo tiempo, su vida de lozanía, en detrimento del conjunto de la sociedad!