Queridas amigas y amigos, tal y como les comenté el sábado pasado sigo en mi post operatorio (gracias a quienes se interesaron por mi salud), les dejo con un segundo artículo de mi hijo Dorian. Gracias por leernos.
Cultivar nuevas masculinidades
Dorian C. Tatem
Parte de mi experiencia como profesor de pre-adolescentes ha sido un descubrimiento o, a lo mejor, re-descubrimiento (ya que no hace tanto que yo pasé por esa etapa) de los retos que presenta el ser varón en desarrollo. Darme cuenta, por ejemplo, de que durante esos años cruciales de definición de ser personas y creación de identidades los niños son excepcionalmente susceptibles a una serie de condicionamientos que limitan sus comportamientos de maneras, a veces, inimaginables.
Las masculinidades tradicionales, aquellas permeadas por el estoicismo emocional, fortaleza de carácter y física y la no vulnerabilidad son causantes considerables de estrés, confusión y crisis existenciales para estos pequeños ya no tan pequeños. El cerebro solo puede hacer tanto frente a estímulos tan constantes y las capacidades biológicas de respuesta se ven obligadas a tomar decisiones “de supervivencia”. Es así que tenemos la perpetuación de comportamientos de masculinidad que tienden a ser negativos en el sentido de que promueven la competencia por encima de la cooperación, el individualismo por encima de la empatía y, por si no fuese poco, problemas de salud mental poco reconocidos y rara vez tratados.
Esto está evidenciado en varios estudios y reportes como los que hace la periodista Claire Cain Miller del New York Times, o investigadores como Counrouyer y Mahalik, Blazina, Hill y Lynch o Pleck. Si desean discutir la validez de estas ideas, que son meramente una amalgama de lo antes planteado por ellos, sugiero primero una lectura a sus propuestas, que son avaladas por estudios estadísticamente confiables.
Tomemos, por ejemplo, lo que plantea Pleck (1981) con su Paradigma de los Roles de Sexo. A lo mejor en los tiempos actuales se podría argumentar por un cambio de nombre; quitar el “sexo” y hablar de “género”, pero para los fines de la discusión actual vamos a ignorar esto como consecuencia de los tiempos de publicación. El paradigma plantea que hay una relación positiva entre los niños a identificarse y actuar bajo la sombrilla de los comportamientos socialmente aceptados para la masculinidad y su autoestima, porque ese mismo actuar los lleva a ser aceptados por sus grupos de pares. Es decir, los niños “actúan como niños” porque los hace ser aceptados por sus compañeros, lo que quiere decir que su auto-estima (que es algo, a rasgos amplios, que se construye a partir de la visión que tienen los demás sobre nosotros) será alta.
¿Cuál es el problema, entonces, si los niños que practican la masculinidad tradicional terminan teniendo alta auto-estima? Aquí hay dos problemas básicos. El primero, asumiendo que todos los niños que practican estas masculinidades tradicionales serán entonces aceptados, descuenta la realidad de que hay niños que no se sienten cómodos dentro del rol masculino tradicional y que, por ende, estarían siempre en un estado de crisis por la incongruencia de lo que pasa dentro de sus cabezas y de los comportamientos que ejercen.
El segundo problema es que contener el bienestar en el único parámetro de la auto-estima es una visión limitada de lo que es la salud mental y, mas allá, el funcionamiento como entes sociales de estos niños. Es decir, sigue siendo una visión individualista que busca, por encima de todo, el bienestar individual, como si la vida fuese una carrera y ganarla lo es todo.
Es un poco difícil desapegarse de esa idea en nuestra sociedad neoliberal, que constantemente nos bombardea con idearios que nos dicen: “si tú quieres, tú puedes”, “haz lo que te haga sentir bien”, “sigue tus sueños”, etc. El individuo es el centro de estos mantras que reinan nuestras vidas mercantilizadas, donde actuamos dentro de roles de género establecidos que funcionan para el sistema y donde, por ende, ver mas allá de ese binarismo de género resulta en algo loco y “muy progre, demasiado progre”. La clave está en preguntarse y cuestionárselo todo, incluyendo los posicionamientos que te permiten cuestionártelo todo.
Como dice Judith Butler en el prefacio de su libro El Género en Disputa, el plan no es crear una idea de roles de género prescriptivos. No es decir qué es ser masculino (o femenino), el plan es abrir las posibilidades para, entonces, ver si es posible plantear nuevas masculinidades que funcionen y actúen fuera del binarismo establecido.
Volvamos ahora a los adolescentes y pre-adolescentes quienes, en su transición y desarrollo, son muchas veces los olvidados por ser considerados los privilegiados de la ecuación social de los roles de género. Estos sufren bajo el yugo de unos roles prescritos a los que terminan adscribiéndose tarde o temprano, no necesariamente por voluntad sino porque se rinden ante la presencia casi omnisciente de los roles de genero, porque no tienen herramientas necesarias para combatir estas ideas y combatir las burlas constantes y combatir con la exclusión.
El que sean privilegiados no deja de ser verdad, como tampoco lo es el hecho de que los varones son relegados a posiciones estáticas, con comportamientos limitados: la única emoción bien valorada es el enojo y, entonces, no aprenden a aceptar su propia gama de emociones; pedir ayuda es de débiles, entonces no buscan ayuda de sus profesores, quedándose detrás académicamente (de hecho, en varios estudios hechos principalmente en Estados Unidos se ve que los niños están muy por detrás de las niñas en todas las asignaturas); comportamientos agresivos porque es la única manera que conocen de llamar la atención; poca cooperación con otros niños y con niñas también; y poca empatía con los problemas de los demás.
Estas situaciones no son abstractas, no son escenarios posibles. Estas situaciones son cosas que pasan día a día y que cualquier profesor(a) que trabaje con pre-adolescentes y adolescentes puede testificar que son ocurrencias diarias. Claro que hay excepciones a esto, pero estas excepciones no sirven sino para reforzar la regla.
No tengo respuestas a cómo podemos cambiar estas tendencias con las generaciones que vienen porque son cosas tan arraigadas a nuestro paradigma social que, en la mayoría de los casos, nos hacen pensar estas cosas como naturales y decir, entonces, que “es cosa de varones”, “los varones son así” y una decena mas de frases peligrosas. Lo único que puedo hacer es dejarles con una pregunta, y es una pregunta que me hago a diario y trato de actuar en concordancia: ¿Qué hace falta para que la masculinidad que estamos construyendo sea positiva? Hasta ahora mi única respuesta, y la que me doy siempre, es esta: revisión, revisión y revisión.
Revisar comportamientos, revisar actitudes, revisar lo que decimos y cómo lo decimos y, sobre todo, revisar las revisiones. Estar abiertos a la re-construcción constante que define nuestra realidad actual es lo único que nos mantendrá siendo entes con valor objetivo en la sociedad del siglo 21 y no objetores tercos desconocedores de la realidad fluctuante de la construcción social.