En el mundo que vivimos y en la era a la que asistimos, todos tenemos información de todo, algunos y con razón, han llamado a esta tiempo, la era de la información.
Sin embargo, es un tiempo que se puede prestar a engaños, pues no por tener mucha información buena o no tan buena, signifique que tengamos óptima formación. Es decir, la información, no necesariamente implica formación, comprendiendo a esta, como la transformación que se produce en el ser y que ayuda a aumentar las capacidades, los niveles de criticidad y de reflexión, en conclusión, que ayudan a ser mejor persona.
En fin, información no es sinónimo de formación, que la información ayuda, sí, es verdad, que implica la decisión de tomarla, reflexionar, indagar y crecer, no siempre es así.
En este sentido, cuando hablamos del mundo del amor, de los afectos y de las emociones, también acontece lo mismo, en el día, de seguro se producen millares de informaciones referente a cada uno de estos temas y a otros, y eso no significa nada, si no hay una decisión de tomar desde un buen lugar la información que ya está ahí. Y aprovecharla siempre será una buena decisión.
La afectividad
La afectividad es el conjunto de sentimientos inferiores y superiores, positivos y negativos, fugaces y permanentes que sitúan la totalidad de la persona ante el mundo exterior. La afectividad según lo planteado por Ricardo Yepes, en su libro Fundamentos de antropología, es el lugar donde habitan los sentimientos, emociones y pasiones.
Es el conjunto de todos estos elementos los que luego permiten la manifestación externa por medio de los gestos, las expresiones, las emociones, actitudes y hábitos.
Según la definición de Seva Díaz en Psicología Médica, la afectividad es una cualidad del ser psíquico caracterizada por la capacidad del sujeto para experimentar íntimamente realidades exteriores e interiores y al mismo tiempo, la capacidad de experimentarse a sí mismo.
Vistas esto, cabe decir que la afectividad, su integración y manifestación es compleja. Sin embargo, esa complejidad a la hora de expresarse va a depender de cómo se fue formando esta dimensión, desde el primer aliento de vida en el ser humano.
Y se relaciona con lo que Virginia Satir, llama la “Olla” y el contenido que se va poniendo en ella desde los primeros momentos de la vida, refiriéndose a la capacidad de cuidado que van implementando los padres con sus hijos, lo cual garantizara una buena autoestima y por ende, una sana afectividad.
Cultivar la dimensión afectiva
Cultivar la afectividad desde los primeros años de la vida, incluso desde la gestación misma, permite que el ser humano pueda ir completando desde edades muy tempranas la capacidad de amar, de bienestar, de confianza y de valoración propia de sí mismo y de los otros.
Son muchos los elementos que van quedando bien cimentados cuando se cultiva la dimensión afectiva y eso da garantía de amar en forma sana, y se muestra en cualidades como estas:
- La persona es capaz de saber identificar sus emociones y tiene una respuesta sobre ella
- Puede dar nombre a lo que le acontece a nivel emocional
- Se conoce mejor a si mismo/misma
- Tiene mayores herramientas para lidiar con sus emociones
- Posee mayor capacidad para aceptar a los otros con sus complejidades
- Toma decisiones con mayor seguridad
- Es responsable de su accionar
- Muestra mejor madurez en sus actuaciones
- Se maneja con mejores niveles de gratitud
- Se muestra con más empatía
- Su comunicación es más autentica
- Mantiene una capacidad de escucha sana
- Sus niveles de relaciones se muestran con más autenticidad
- Cultiva la inteligencia emocional
- Sus relaciones interpersonales son más satisfactorias
- Posee mejor capacidad para el manejo de conflictos
Todo esto fomenta una capacidad mayor y mejor para amar, para ser y estar, consigo mismo y con los otros. Y sobre todas las cosas para mantener el propio amor, auténtica valoración.
Y el cultivo de estas características que salen de unos niveles óptimos de afectividad se convierten en un camino seguro para vivir el amor de forma auténtica.