Posiblemente todo comenzó en Brasil hace alrededor de medio siglo. Por razones de geopolítica, un gobierno militar decidió que había que poblar y fomentar actividades económicas en una zona selvática colindante con Argentina y Paraguay, conocida como la Triple Frontera. Se talaron los bosques, se construyeron carreteras, se distribuyeron tierras y se edificaron pequeñas ciudades. Cualquier parecido con la frontera dominicana cuando Trujillo es simple coincidencia.

Después se emprendió, conjuntamente con otra dictadura militar en Paraguay, la construcción de una de las más portentosas obras de ingeniería hidráulica del mundo: la presa de Itaipú en el Paraná, capaz de abastecer los requerimientos anuales de electricidad de once economías como la dominicana y productora por sí sola de como 60 veces la suma de todas las presas dominicanas.

El problema es el impacto que todas estas cosas tienen sobre el ambiente natural. La deforestación y la agricultura pueden terminar acabando con especies vegetales y animales, erosionando el suelo y colmatando la presa; las prácticas industriales y ganaderas, la acción cotidiana del hombre y las culturas de producción y consumo, la disposición de los desperdicios de todo tipo, el transporte y la urbanización desordenada pueden terminar ensuciando la tierra y el aire, y sobre todo, envenenado las aguas de las cañadas, arroyos y ríos que alimentan el rio y la presa. Y de paso, la salud y la vida de todas las especies, incluyendo la gente.

Por eso a principios de este siglo se concibe el programa “Cultivando Agua Buena”, ejecutado en una de las subcuencas hidrográficas del Rio Paraná, cubriendo una superficie cercana a la quinta parte de la República Dominicana, con 29 municipios y más de un millón de habitantes (del lado brasileño). A los dominicanos, la expresión cuenca hidrográfica nos hace pensar en montañas, aunque en este caso se trata de llanuras (y algunas laderas) de tierras fértiles, con grandes plantaciones (y pequeñas) de maíz y soya, algunas de ganadería, piscicultura y otros cultivos, incluyendo de plantas medicinales.

Además, el nombre induce a pensar en la construcción de obras de ingeniería hidráulica, cuando en realidad se trata de pequeñas inversiones en promover el desarrollo integral de las comunidades humanas y buscar que ese desarrollo sea amigable al ambiente. Se procura la gestión de la cuenca con amplio proceso participativo, con responsabilidades compartidas entre la ciudadanía, las empresas, las organizaciones, los gobiernos municipales y el nacional, de forma de asignar recursos y responsabilidades orientados a que la producción, la vida cotidiana y la legítima aspiración de la gente por el progreso se lleve a cabo en estricta armonía con la naturaleza. Reúne el aporte y concurso de científicos y empresarios, políticos y activistas sociales, religiosos, educadores y artistas, a fin de influir sobre la cultura y el comportamiento de la gente.

Una práctica fundamental, por ejemplo, es la de garantizar que el agua de las lluvias no corra de golpe a los ríos y cañadas, sino que la práctica agrícola en las laderas se haga mediante terrazas niveladas para que el agua sea absorbida por la tierra y después liberada gradualmente, y la de que todo el litoral de los ríos, arroyos y presa tengan una franja forestal de 30 metros a cada lado, con árboles autóctonos, lo cual es obligatorio, aunque los propietarios pueden explotar económicamente esos árboles. Otra es la limpieza y organización del entorno urbano, involucrando el compromiso de gobernantes y gobernados.

Todo esto es posible solamente en una ambiente de confianza, definición clara y cumplimiento de las reglas y la convicción de que el otro también va a cumplir su parte. Y sobre todo, el conocimiento de que el agua es el único recurso natural que verdaderamente sirve de sustento a la vida en este (y cualquier otro) planeta, y que pese a su abundancia, es minúscula la parte que realmente nos sirve, por lo que hay que preservarla y darle el uso más racional posible.

Dicho programa ha sido reconocido internacionalmente, y ahora intenta ser replicado en diferentes países. El Gobierno de la República Dominicana firmó un acuerdo de cooperación con el Gobierno de Brasil para la implementación del mismo, intentando introducir una nueva forma de ser, sentir, producir y consumir el agua, bajo la coordinación de los Ministerios de Energía y Minas, de Medio Ambiente y de Economía, aunque el trabajo involucra múltiples instituciones públicas y privadas, sobre todo, aquellas responsables de las áreas de educación, agricultura, salud, agua, alimentación y construcción de obras.

Ya en nuestro país se inició una fase piloto cubriendo tres microcuencas hidrográficas pertenecientes a las tres fuentes más importantes del país: la del Rio Maimón correspondiente a la fuente del Yuna, la microcuenca de Rio Grande correspondiente a la del Yaque del Sur, y la microcuenca de Arroyo Gurabo en la del Yaque del Norte. El paso siguiente es incorporar el cuarto territorio, correspondiente a la Cuenca del Rio Ozama, y pasar de la fase piloto a la generalización de nuevos hábitos de convivencia de la población con sus territorios.En cada territorio hay una oficina con un  equipo interdisciplinario de gestores de cuencas que impulsan las diversas acciones de las comunidades y las instituciones.

El país está recibiendo asistencia técnica mediante la Superintendencia de Sostenibilidad Ambiental de Itaipú Binacional y la Agencia Nacional de Aguas de Brasil, incluyendo la visita en febrero pasado de uno de sus más afamados mentores, el teólogo de la liberación Leonardo Boff.  Importantes empresas privadas, organizaciones de la sociedad civil, comunitarias, religiosas y del mundo académico  se están involucrando. Una parte significativa del presupuesto público tendría que dedicarse también a estos propósitos.

¿Hasta dónde tendremos éxito? Debemos ser optimistas, sin esperar todo lo alcanzado por ellos. Debemos admitir que el entorno dominicano es más hostil: la infraestructura más precaria, el presupuesto fiscal más pobre, la población menos educada y las instituciones más débiles. Y particularmente, menor capital social: los individuos están menos dispuestos a comprometerse porque confían menos en los demás. Pero las necesidades son mayores y los problemas apremiantes, por lo cual hay que buscar resultados positivos sí o sí. También es justo reconocer que el tema de cuidar y mantener limpias las fuentes donde nacen los ríos se ha constituido en una notable fuente de movilización de la conciencia ciudadana, lo cual debe ser un factor de éxito.