LONDRES – Así como la crisis del COVID-19 avanza estrepitosamente también braman los debates sobre el papel que jugó China en ella. En base a lo que se sabe, es claro que algunas autoridades chinas cometieron un grave error a fines de diciembre y principios de enero, cuando intentaron impedir que se divulgara información sobre el brote del coronavirus en Wuhan, silenciando inclusive a los trabajadores de la salud que quisieron hacer sonar la alarma. Los líderes de China tendrán que convivir con estos errores, aun si logran resolver la crisis y adoptar medidas adecuadas para prevenir un futuro brote.

Lo que resulta menos claro es por qué otros países piensan que de alguna manera los beneficia seguir refiriéndose a los errores iniciales de China, en lugar de trabajar para encontrar soluciones. Para muchos gobiernos, nombrar y culpar a China parece ser una estratagema para distraer la atención de su propia falta de preparación. Igual de preocupantes son las crecientes críticas a la Organización Mundial de la Salud, sobre todo por parte del presidente norteamericano, Donald Trump, que ha atacado a la organización por, supuestamente, no hacer responsable al gobierno chino. En un momento en el que la principal prioridad global debería ser organizar una respuesta coordinada integral a la crisis sanitaria y económica dual desatada por el coronavirus, este juego de echar culpas no sólo no ayuda, sino que además es peligroso.

A nivel global y de los países, necesitamos desesperadamente hacer todo lo posible para acelerar el desarrollo de una vacuna segura y efectiva, mientras incrementamos los esfuerzos colectivos para distribuir las herramientas de diagnóstico y terapéuticas necesarias para mantener la crisis sanitaria bajo control. Dado que no existe ninguna otra organización de salud mundial con la capacidad de hacer frente a la pandemia, la OMS seguirá en el centro de la respuesta, les guste o no a ciertos líderes políticos.

Al haber trabajado brevemente con la OMS durante mi mandato como presidente de la Revisión sobre la Resistencia Antimicrobiana independiente del Reino Unido (AMR por su sigla en inglés), puedo decir que es similar a la mayoría de las organizaciones internacionales grandes y burocráticas. Al igual que el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y las Naciones Unidas, no es particularmente dinámica ni está inclinada a pensar de maneras no convencionales. Pero en lugar de criticar a estas organizaciones desde afuera, deberíamos estar trabajando para mejorarlas. En la crisis actual, tendríamos que estar haciendo todo lo posible para ayudar tanto a la OMS como al FMI a desempeñar un papel efectivo y de liderazgo en la respuesta global.

Como he dicho antes, el FMI debería expandir el alcance de sus evaluaciones anuales del Artículo IV para incluir a los sistemas de salud pública nacionales, dado que son factores determinantes críticos en la capacidad de un país de prevenir o al menos manejar una crisis como la que estamos experimentando actualmente. Yo incluso he planteado esta idea a las propias autoridades del FMI, y la respuesta que obtuve es que este tipo de informes cae fuera de su competencia porque el organismo carece de la experiencia relevante.

Esa respuesta no fue lo suficientemente buena entonces, y decididamente no es lo suficientemente buena ahora. Si el FMI carece de la experiencia para evaluar los sistemas de salud pública, debería adquirirla. Como deja marcadamente en claro la crisis del COVID-19, no hay ninguna distinción útil que hacer entre salud y finanzas. Los dos terrenos políticos están profundamente conectados, y se los debería tratar en consecuencia.

Al pensar en una respuesta internacional a la emergencia sanitaria y económica de hoy, la analogía obvia es con la crisis financiera global de 2008. Todos saben que la crisis comenzó con una burbuja inmobiliaria insostenible en Estados Unidos, que había sido alimentada por ahorros extranjeros, debido a la falta de ahorros domésticos en Estados Unidos. Cuando la burbuja finalmente estalló, muchos otros países se vieron más perjudicados que Estados Unidos, de la misma manera que la pandemia del COVID-19 ha golpeado más a algunos países que a la propia China.

Sin embargo, no muchos países en el mundo intentaron apuntar con el dedo a Estados Unidos por su responsabilidad en una burbuja inmobiliaria inmensamente destructiva, aunque las cicatrices de esa crisis previa todavía son visibles. Por el contrario, muchos se alegraron con el regreso de la economía de Estados Unidos a un crecimiento sostenido en los últimos años, porque una economía norteamericana fuerte beneficia al resto del mundo.

Entonces, en lugar de aplicar un doble estándar y centrarse exclusivamente en los errores indudablemente importantes de China, sería mejor considerar lo que China puede enseñarnos. Específicamente, deberíamos focalizarnos en entender mejor las tecnologías y técnicas de diagnóstico que China utilizó para mantener su (aparente) tasa de mortalidad tan baja comparado con otros países, y para volver a poner en marcha partes de su economía a pocas semanas del pico del brote.

Y, por nuestro bien, también deberíamos estar considerando qué políticas podría adoptar China para regresar a un sendero hacia un crecimiento anual del 6%, porque la economía china inevitablemente desempeñará un papel importante en la recuperación global. Si el modelo de crecimiento post-pandemia de China reafirma los esfuerzos de sus líderes en los últimos años para impulsar el consumo doméstico y las importaciones del resto del mundo, todos estaremos mucho mejor.

Fuente: https://www.project-syndicate.org/commentary/trump-blaming-china-dangerous-distraction-by-jim-o-neill-2020-04/spanish