La Junta Central Electoral (JCE), dirigida y narigoneada por Roberto Rosario Márquez,  guapetón, medalaganario, autosuficiente, simulador asaz y pretensioso que sabe desdoblarse, fue la gran derrotada por la suspicaz conducta de él durante el proceso electoral aún en curso al retrogradarla a niveles de la truchimanería balaguerista de 1966 a 1978 y de 1986 a 1996.

Francamente  fracasó en el montaje efectivo del torneo electoral, que pudo haber derivado en sucesos sangrientos magnos si hubiera insistido en el conteo electrónico y prescindido del manual. Nos libramos en tablitas.

El torneo electoral fue “un caos organizado”, manipulado desde las sombras por los agentes ocultos del Lucifer de la política -diría cualquier pastor evangélico, de esos que ven al Diablo hasta en la sopa- y es de su absoluta responsabilidad en razón de su comportamiento político militante, y de su unipersonalismo y medalaganarismo elevados a la máxima potencia. Que yo recuerde, nunca antes nadie había caído tan bajo desde tan alto.

Aparte de lo vivido y visto, Participación Ciudadana diagnosticó magistralmente en su último informe el síndrome de su fracaso y su caída abismal y por eso en cierto modo es el funcionario público más vituperado y rechazado de la bolita del mundo dominicano. Ahora mismo vale tanto como la moriqueta de un atorao.

El inicio de las votaciones sufrió un “retraso significativo”, en el 3% de los colegios no había padrón, en el 9% no había urnas, en el 6% no había boletas, en el 13 % no había casillas de votación –para un total de 31%-; el 44% comenzó luego de las 7 de la mañana, en un 30%  no había equipos electrónicos, numerosos equipos estaban averiados, y un largo etcétera, por lo que desde temprano se le solicitó que extendiera por una hora las votaciones, esto es, hasta las 7 de la noche, y aunque había anunciado que a las 5 y 45 hablaría al país, se presentó ante los medios informativos a las 6 menos 5 minutos y a las 6 anunció las extensión hasta las 7 de la noche, por lo que el 75% había cerrado el conteo desde antes o lo hizo de inmediato, a lo que se agrega que informó a su cuenta y riesgo resultados electorales a la carrera en los que le daba una abrumadora mayoría al PLD, provocando la deserción de delegados políticos oposicionistas…

Para mayor comprensión de las preguntas, favor de buscar en el diccionario de la lengua esta palabra: escrúpulos. Y entonces deduzca las consecuencias de la expresión “perder los escrúpulos”

Participación Ciudadana diagnosticó en su sesudo informe que en un 6.6 % de los colegios electorales votantes no aparecieron en los padrones, que en un 2% ya habían votado otros por votantes asentados y que en un 4% se votó sin miembros de los colegios electorales –para un total de casi 2000 colegios electorales-.

Lo más grave de todo este “caos organizado” -¿quién lo organizó?- al parecer en procura de provocar confusión, que pudo haber estimulado un estallido nacional, es que él le había dado instrucciones a la “policía electoral”, lo que no consigna Participación Ciudadana, para que no interfiriera en el quehacer de los grupos cercanos a los colegios electorales, de donde dejó cancha libre a los compradores de votos y retenedores de cédulas. Según su decir posterior, esa es una práctica de los partidos políticos. Esto es, el de Moreno, el de Minou, el de Los Vinchos, el de Abinader, el de Elías, el de Soraya, el del amigo Hatuey…¡Váya usted a saber! ¡Barbarazo!

Los disturbios que acontecen ahora en varios lugares del país se derivan de todo lo anterior, de la “desconfianza e incertidumbre” –Participación Ciudadana-, de la dispersión de sus “orientaciones” con 4 resoluciones ambiguas, de la difusión de datos medalaganarios, de haber sacado al PRM de la pantalla de asignación de votos, primero por media hora y luego por horas, y de la supuesta renuncia de más de 3 mil “técnicos”-entre estos jóvenes taxistas mal entrenados-, lo que, si no es una guayaba injerta, huele a orden impartida.

¿Y quiénes dan órdenes que han de ser obedecidas por subalternos?  ¿Cuántos de esos impartidores de órdenes controlaban colegios electorales? ¿Dieron órdenes de contar lo que “hay que contar” y de no contar lo que “no hay que contar”?

Ahora se me ocurre preguntar que si las encuestas no se equivocaron para cierto resultado final, ¿adónde fueron a parar los votos que éstas asignaban a los partidos oposicionistas minoritarios y que por “órdenes impartidas” silenciaban?

¿Acaso la proyección de su crecimiento –las tengo-, que siempre ocultaron, apuntaba a una posible segunda vuelta? ¿Adónde fueron estos votos? ¿A qué obedeció la compra furiosa y desesperada de votantes y de cédulas?

(Para mayor comprensión de las preguntas, favor de buscar en el diccionario de la lengua esta palabra: escrúpulos. Y entonces deduzca las consecuencias de la expresión “perder los escrúpulos”).