Una reflexión honesta del tema de la preservación del ambiente tiene que concluir, si es verdadera, en que hay que luchar por humanizar la naturaleza y naturalizar al ser humano, porque la primera es la fuente de vida del segundo y éste tiene que cuidarla al máximo para poder vivir.
Hablar de conservar el ambiente en sentido estricto, es engañarse a sí mismo.
Todos los días los seres humanos destruyen, para poder vivir, parte de la naturaleza, aunque es cierto que se daña otra porción en forma innecesaria y es ahí donde debe centrarse la labor de preservación.
La acción de respirar, totalmente involuntaria pero sin la cual es imposible la vida, es una forma de agresión nada leve a la naturaleza porque todo ser humano se apropia del oxígeno del aire y exhala una forma de carbono. Exactamente lo contrario de los árboles.
Pero como sin respiración ni los mejores ecologistas pueden enarbolar su bandera, debemos aceptar que un daño aunque mínimo tenemos que hacer al ambiente para poder supervivir sobre la tierra.
Si aceptamos que es posible que algo se dañe en el ambiente para vivir, es de considerarse que se pueda sacar el oro, el níquel, la plata, el petróleo y otros minerales que definitivamente hacen la vida mucho más placentera para los animales que han logrado dominar la naturaleza, aunque la destruyen: los hombres.
Con los minerales, con la madera, el agua, las piedras y otros bienes naturales el hombre debe crear condiciones para vivir con dignidad y apartar una parte de los recursos para reproducir las condiciones para que continúe el ciclo de reproducción de esos mismos materiales.
No se puede ser ecologista hasta un extremo en el que alguien diga que no se puede explotar el oro, el petróleo o la bauxita, porque el mayor daño al ambiente que hacen los hombres es aspirar aire y desperdiciar agua.
Pero los mejores ecologistas del mundo suelen tener un buen automóvil, viajan en avión, tren, autobuses para explicar sus teorías. En su casa, construida con arena, agua, hierro, rocas y dotada de energía (si hay apagones se irritan, como yo) que sale invariablemente de la naturaleza; nunca falta un refrigerador para conservar fresco el queso, vino, cerveza, y a su lado va el computador, un blackberry, televisor, chimenea si viven en lugares fríos y acondicionadores de aire en el trópico y los polos, cocinas para freír el pescado, preparar café, hornear tortillas y cientos de acciones más que si se observan es fácil advertir que causan un determinado grado de daño al ambiente.
Pero siempre piensan que quienes contaminan son los que sacan minerales, por lo regular desde lugares inhóspitos donde el hombre no puede hacer ninguna otra actividad que se equipare por su rentabilidad.
Nadie puede ser ecologista consecuente si asume la defensa del ambiente al pie de la letra, pues tendría que quedarse inmóvil porque caminar provoca algún daño al suelo, la grama, los animales y se consume mucho más oxígeno.
Cuidar todo lo que se pueda el ambiente es una tarea fundamental para preservar a la especie humana que sin duda salió de los vegetales, pero esa defensa no puede llegar al delirio de pensar que no se pueden explotar los minerales para hacer más placentera la vida, que para los hombres como para los animales y los vegetales, es muy corta.
Si se preserva el ambiente es para que lo disfruten los hombres y los animales, jamás para que estos mueran por no usar aquel.
Sacar oro y plata, aunque provocan un nivel de daño al ambiente, siempre será correcto si con sus beneficios se construyen hospitales, escuelas, viveros, se plantan cafetales, campos de papa, se cría todo tipo de ganado y se fomentan árboles maderables, medicinales y frutales. Eso da vida al hombre y si éste sabe utilizarlos con racionalidad, puede contribuir a reproducirlo para vivir mejor.
Los únicos que pueden ser ecologistas consecuentes son las aves pues si bien consumen productos de la naturaleza, como lo hace la cigua, riegan las semillas y por cada una de la que consumen su pulpa, nace una nueva palmera que reproduce semillas por miles durante decenas de años.
Cuidar la naturaleza es un buen propósito, pero sin que se haga de eso un sacerdocio parcial donde se reclama a otros que no dañen y el resto vive dañando cada día.