Debe llamarnos la atención que personas comprometidas con partidos involucrados en gobiernos y Congresos corruptos, firmen un documento o salgan a protestar, pidiendo la renuncia del presidente de la República y la creación de un “gabinete de transición”. ¿De dónde saldrían sus integrantes? ¿Acaso lo natural no es preferir a toda costa la celebración de elecciones y que el pueblo hable? ¿Por qué se silencia que todas las dirigencias de los últimos 20 años están enlodadas por el caso Odebrecht?

Esto debería alarmar a quienes firman de buena fe, que son muchos y muchas; a quienes salen a la calle a marchar, y a quienes laboran incesantemente para que las cosas cambien. ¿Acaso estaremos ante una nueva posibilidad de que los de abajo atajen para que los de arriba enlacen?

Hay que entender de una vez por todas que PLD, PRM, PRD y PRSC han sido parte decisiva de gobiernos, Congresos y administraciones locales. En tal sentido son partícipes en la construcción de este Estado y esta sociedad atravesados por miseria, abusos, privilegios y corrupción. En el caso del PLD y el PRD-PRM, tienen sobre sí el peso de haber dado la espalda a sus ideales fundacionales.

Seguir insistiendo en la idea de una contradicción o una oposición real entre estos grandes partidos que, en los hechos, son facciones de un mismo bloque de poder, es negar que todos ellos han sido partícipes de presupuestos miserables para educación, salud y otros derechos sociales; han penalizado los derechos de las mujeres; han desnacionalizado a cientos de miles de compatriotas; han privatizado sectores estratégicos y servicios sociales como salud y pensiones; han obligado a miles a morir en yolas y a niños a prostituirse; han desamparado a los trabajadores sin derechos y con salarios de hambre; han mandado jóvenes dominicanos a invadir otros países al servicio de potencias extranjeras; han manejado con desidia las fronteras y las políticas migratorias; han financiado sus campañas cediendo al poder económico y al dinero sucio.

Las grandes maquinarias y “fábricas de presidentes” no se contraponen: apenas compiten por cuál de ellas va a partir y repartir el bizcocho nacional.

Si alguna figura de esos partidos hoy no está a favor de que aquello ocurra, no debe salir a señalar a “sus dirigentes” o su “cúpula”: la opción decorosa sería renunciar a los privilegios y la protección que esos partidos les ofrecen; a los dineros y soportes que les brindan; a las redes de apoyo que les facilitan. Deberían ayudar a construir en República Dominicana una verdadera alternativa democrática y decente. Deberían sacrificarse por los ideales que proponen.

Mientras tanto, el rol de un movimiento ciudadano ante un Estado y un bloque político de injusticias no es elegir a “aliados tácticos” en una de sus facciones; no es elegir a un único “enemigo principal” y sobre esa base obligarse a alianzas con corruptos amigables. No.

El pueblo dominicano ha vivido de manos atadas y con un parche en la boca. No es hora de cálculos y pequeñas cuentas. Si se asume que la institucionalidad actual está quebrada, el rol de un movimiento ciudadano debe ser abrir, expandir y profundizar la consciencia social, impugnar a este Estado y al bloque político que lo ha administrado durante 51 años, en lugar de prestarles ropa y cobijo. Es preparar las condiciones para que cuando el pueblo pueda hablar, lo haga por sí mismo, con voz propia, y no para ponerle la silla “al menos malo” de esa institucionalidad fallida. No más atajar para que otro enlace.