El pasado 18 de octubre, Miguel de Mena ofreció la charla audiovisual “Pedro Henríquez Ureña Íntimo”, celebrada en la Zona Colonial de Santo Domingo. Regresar a “La zona” hechiza. Sus pequeñas calles guardan las edificaciones de los siglos viejos de la ciudad natal, cuarteles que conservan la partitura de un vibrante adagio. A pocas cuadras donde el editor se dirigió a su audiencia, nació en 1884 un niñito apodado Pibín, quien caminó curioso de la mano de su madre Salomé, en el Santo Domingo de Lilís, por esas mismas calles que sumergen al encanto de una noche en La zona. El hombre que llegaría a ser ese niño, es el autor cuya voz -luego de leerle- caminará incesante por la mente del lector, para invitarlo a transformarse a través del conocimiento. Su nombre, Pedro Henríquez Ureña, es muy repetido a diario en los afanes de la parte moderna de la ciudad. Designa una avenida, una biblioteca y una universidad; sirve de coordenada por igual, a moto-conchos, a Apollo Taxi o a Über. Por el contrario, el legado de su vida y obra, nos es menos propio.
Miguel De Mena ofreció una presentación que encandiló a todos los asistentes. Mi deseo de saludarle se dio y la ocasión no pudo ser más emotiva. Fue un gran placer conversar por breves minutos con quien no conocía, pero retengo con el afecto. Por su sitio en la red de Internet cielonaranja.com, corre savia del robusto árbol del conocimiento plantado por P. H. U., mostrando agradables frutos. De Mena reúne a todo escritor apegado a la casa solar Henríquez Ureña, patrimonio cultural de todos los dominicanos. La generosidad y sencillez del editor, mostrada en nuestro corto y cálido intercambio, de modo alguno me tomaron de sorpresa. ¿Quién sino caballero de dignas cualidades sería ese alguien tan laboriosamente dedicado a estudiar y revelarnos a P. H. U.? Sus buenas formas y amable atención son rasgos propios de quien profesa genuina admiración por el hombre que Jorge Luis Borges y Diego Rivera describieron como gallardo.
Miguel de Mena es una especie de cartógrafo de un mapa que lleva años trazando, para documentar la inmensa carta que recoge las huellas del pensamiento del humanista dominicano errante. Como Vespucio, ha tenido que revisar varias veces un complejo mapa de América, el del imaginario de P. H. U. Mueve deslindes toda vez que aparece ya sea un archivo en Santo Domingo, una colección privada en Puerto Plata, un objeto personal en dentro de placard en Buenos Aires o una lección corregida guardada en un librero en la Ciudad México. Cada nueva mensura intelectual de la América lingüística del ideario del autor, nos permite reevaluar el orden de aquella mente fantástica. Se recuperan espacios y riquezas de los que no nos sabíamos causahabientes. Miguel nos vive haciendo herederos cada vez más ricos en intangibles.
Ese atlas está demarcado mayoritariamente por tierra firme en ensayos. Sin embargo este año, Miguel configura unas pequeñas islas. Ha publicado una breve colección de cuentos escritos por P. H. U. que me animó a llevarme a casa, esa bonita noche de su ponencia, cuando le conocí. Con el sello de la editora cielonaranja, ha sido publicado el libro de referencia, actualmente a la venta en las librerías de Santo Domingo. Como dato, es oportuno señalar que algunos de los autores de cuentos y novelas cortas, que más adelante Latinoamérica revelaría al siglo XX, tales como, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Juan Bosch, Ernesto Sábato y Alfonso Reyes, fueron sus allegados. Los cuentos del maestro son modestos, pero vale pena identificar algunos hallazgos.
Como en muchos cuentos borgianos, en el cuento "Ríe, Payaso" en 1906, el personaje narrando en primera persona, parece ser el mismo autor. No se afirma, tampoco se niega, pero se ajusta a su perfil. En el caso de "Éramos cuatro", no me queda ninguna duda, él es su propio personaje.
Ese segundo cuento dice además bastante sobre el intelectual cosmopolita. Es un cuento de carretera, en una estadounidense, contando una historia muy norteamericana. Fue escrito en 1925, cuando todavía faltaban cuatro años para que la tragedia personal en ese cuento, se multiplicara en una cadena progresiva de historias acerca del fracaso del sueño americano durante la Gran Depresión. Faltaban todavía 10 años para que John Steinbeck, conmoviera con "Las Viñas de la Ira" (1935), el más emotivo drama de ese momento histórico y además novela de carretera. No obstante, ya el dominicano, encontraba en la ruta San Diego-Los Angeles, la irónica tragedia de un self-made man estadounidense.
Más aún, lo descubre viajando en sentido contrario -de México a Estados Unidos- a la travesía que completaría Jack Kerouac, en la más aclamada novela americana de carretera. No salgo de mi fascinación al encontrar que en este cuento de carretera escrito más de 30 años antes que "On the Road", el maestro hilvana nociones acerca del cruce bi-cultural que destacaría la obra del mencionado miembro de la Generación Beat. Otro elemento de "Éramos Cuatro" que me asaltó, es su conexidad con el poema "¡Incendiada!" que escribiera P. H. U. a los 15 años, donde también un siniestro y un gran amor, componen la historia. Pocas veces dejará ver el autor, algún sentimiento que nos permita entender su gran perdida personal, la de su madre a la edad de 12 años.
Quien ha leído el "Epistolario de la Familia Henríquez Ureña" reconocerá muchos recursos utilizados en "La Sombra". Pibín fue criado entre mudanzas, gran cantidad de animales domésticos y la perdida terrible de una madre a edad temprana. Barajados en un orden distinto, todos esos elementos aparecen allí. En "El Hombre que era Perro", P. H. U. da oportunidad al mundo mágico-religioso del indígena mexicano. Talvez buscando nuevas narraciones extraordinarias como Poe. Lo mismo ocurre en el "El Peso Falso". En estos dos, más que la narrativa, me parecieron interesantes los estudios antropológicos que envuelven.
Es posible que Isabelita, la protagonista de "El Peso Falso", sea una versión infantil de su esposa Isabel Lombardo Toledano. El cuento enclava la niña al seno de una acomodada familia mexicana, que bien podría referirse a ella, hija de un gran empresario minero de origen italiano que hizo fortuna durante el porfiriato. Sería su querido amigo Alfonso Reyes quien perfeccionaría esa línea narrativa, donde la división estamental entre el indio y el mexicano de origen europeo del México pre-revolucionario, fue marcada.
Finalmente, los "Cuentos de Nana Lupe", constituyen la única oportunidad de oír la voz de un P. H. U., muy llano y coloquial para hacerse entender por los niños. Es simpatiquísimo y rítmico dialoguista y a veces deja ver modismos dominicanos. Todo en esos cuentos es pura acción. Escritos en 1923, adivino indicios del naciente cine animado en sus tramas. "Los Cuentos Nana Lupe" salen a la luz durante el tránsito del cine mudo animado a blanco y negro de "Felix el Gato" y "Fuera del Tintero" al cine animado hablado y a color que alcanzarían Tex Avery y Walt Disney en la década siguiente. Ojalá algún animador contemporáneo aproveche su notoria vocación cinematográfica.
Aconsejaría mucho no perder ninguna de las anotaciones del editor colocadas respetuosamente al final, detrás de la obra del maestro. Si las escuelas buscan ampliar el inventario de lecturas, este libro que Miguel de Mena nos pone al alcance es una excelente opción. Específicamente "Los Cuentos de Nana Lupe", ofrecen al lector infantil, todos los principios de la revolución social, cultural y educativa, que junto a José Vasconcelos y otros protagonistas, Pedro Henríquez Ureña, vivía y ayudaba a construir, al escribirlos. Es fuente primaria de ese sentir, pues fueron escritos por él, en paralelo a tales eventos, para beneficio del lector inicial. Es por cierto, literatura laica, sin que ello impida entregar un anillo de virtudes de manera inteligente y entretenida a los niños. Fue escrita por uno de los mejores dominicanos que hemos tenido y que las nuevas generaciones merecen conocer.
Si es padre, madre o maestro, aproveche estas lecturas y coméntenmele a los niños que el escritor lo hacía a sus hijitas, Natacha nacida en México, y la pequeña Sonia que nacería un tiempo después en Buenos Aires. Pedro y Natasha ya partieron. Sin embargo, sería muy bonito invitar a Sonia (hoy, Sonia Henríquez de Hlito) a ser parte de una velada infantil en el Santo Domingo colonial y recrear la entonación de su divertido padre cuentista. El espacio hechizante de La zona, sería el escenario perfecto, para que los jóvenes lectores interactúen con la niña que seguro doña Sonia conserva en el corazón, y donde un niño como ellos, llamado Pibín, descubrió su vocación por las letras.