La mañana estaba densa, pero María debía levantarse temprano para irse antes de que las calles se taponaran y fuera complicado llegar a su destino. Don Sergio era muy puntual, y no le gustaba atrasarse porque ella llegaba tarde. Necesitaba demasiado el trabajo, a sus 28 años ya con dos muchachos y sin marido. La vida se le complicó desde que murieron sus padres, y no tuvo suerte con sus dos relaciones, que la dejaron colgada de la maternidad.
Dejaba a los niños dormidos, el mayor de 7 años y la menor de 5, a cargo de la vecina que le ayudaba mientras ella con dolor de su alma debía partir. El callejón oscuro de unos 25 metros hasta la calle, donde debía caminar un buen trecho hasta conseguir un vehículo y luego otro para llegar a su destino.
Cada mañana lo mismo, y la rutina desvanecía su corazón y sus ojos secos de contener el llanto partía con el alma colgada de sus hijos, sin ayuda para echar adelante. Pero confiaba en la palabra de don Sergio que le prometió ayudarla. Por lo menos, comida ya no le faltaba, él le permitía llevar la que necesitará a su casa.
Apresurada recorría el callejón, sin dejar de temer por algún abusador en busca de un celular o algo que robar para los vicios, se fue acercando a mitad del callejón, cuando comenzó a escuchar los quejidos muy lento y débiles, como quien tiene frío, hambre y descuido. Allí estaba en un rinconcito. No era la primera vez que lo veía, era el mismo niño que parecía de 3 anitos, negro confundido con la oscuridad húmeda del callejón. Sí era duro dejar a sus hijos solos, la conmiseración con aquel era tan pesada que le doblaba el alma. Sacó de su cartera la mitad de una sábana y la puso encima del niño, se quedó mirando un instante, y en su interior sentía una lástima y una rabia inmensa. Tubo de niña una madre amorosa, que, por encima de toda la pobreza, ella sentía especial, por lo que no concebía, como una madre podía llegar a estos extremos.
Pero sus obligaciones y su necesidad de seguir, no le permitían asumir otro rol, que no fuera la conmiseración. Y si le era fuerte dejar a sus hijos solos, sentía que el desamparo de este no era comparable con nada en la naturaleza.
Volví a verlo, don Sergio,
¿A quién? Respondió el viejo. Al niño don Sergio, al niño que le conté, a dos casas de la mía.
¿Qué pasó María?
Estaba allí abandonado fuera de su casa peor que un perro,
¿Y su madre María?
Que madre Don Sergio, no puede ser madre, es un monstruo, es una extranjera, creo prostituta, o trabajadora social como le gusta ahora que la llamen.
La próxima vez que lo vuelva a encontrar, no sé qué haré don Sergio, pero me parte el alma saber que puedo algo hacer y no hago nada, porque me queda la culpa, lacerando mi alma, y más me crece la pena de dejar los míos solo en la casa.
María, debo irme, pero quiero que entiendas, que la vida es dura, y tiene de todo en la viña del señor. No te angusties por lo que tú no eres responsable.
Si don Sergio, siempre que no sean sus ojos y sus sentimientos que se estrellan con la realidad, no sentirá mariposas en su vientre. Para usted es fácil si lo tiene todo, que hasta lejos del dolor ajeno, le tiene apartado la vida.
Con el tuyo es suficiente María, y puede que, con auxiliarte, chantajee mi alma para mantenerla tranquila. Fueron las palabras del viejo antes de partir.
No pasó una semana, cuando el 24 de diciembre, Nochebuena, María se apareció con el Niño en casa de don Sergio.
¿María qué has hecho? Exclamó el viejo con asombro.
Lo que ve Don Sergio, No pude dejarlo abandonado, era demasiado para mí, pero no se preocupe, váyase que yo me encargo, ya sé que voy hacer. Y usted me va ayudar cuando regrese.
María sabía que en su casa no podía llevar al niño. Pero tampoco podía regresar a la suya. Estaba lleno de moratones, sucio y hambriento. Antes de hacer sus labores, lo aseo le puso ropa y alimento. Tenía una mirada triste y profunda, las manos desgarradas, arañazos viejos y recientes, y una falta de ternura que se abrazaba de los brazos y los pies de María, como queriendo buscar protección.
María, María, no pude dejar de pensar todo el día en el muchacho. ¿Dime qué haremos?, porque no lo podemos tener y tu menos. Fueron las primeras palabras de Don Sergio al llegar a la casa.
Don Sergio, si usted lo viera dormido. Esa criatura ha pasado tanto que sería una tragedia que volviera a su infierno, Es tiempo de navidad, y esta es una obra de caridad que Dios se lo va a compensar Don Sergio. Fueron las palabras cargadas de amor y ternura de María que conmovieron al viejo.
Antes del Toque de queda, María y don Sergio, llevaron al niño al destacamento, y lo entregaron como niño perdido: Tienen muchas razones para investigar. Este niño es abusado, encarguense. Les dijo.
Y entregando un buen regalo de navidad a los oficiales, dejaron el niño a cargo. ¡Feliz Navidad!!