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Tiempo después Ramón Arturo Reyes, (Cucharimba), reaparece en el barrio, recuperando su estado natural de pobreza. Siempre asertivo, sin lamento ni quejas, la suerte volvió a sonreírle cuando consigue trabajo en el Estadio Cibao.

Pero no era un trabajo cualquiera, sino uno que, por sus pintorescas características, le encajaba a la perfección: la mascota de Las Águilas Cibaeñas. Allí sobre el techo del dugout aguilucho animaba la fanaticada a ritmo de baile, chistes y magia. No se sabía quién era más feliz si la fanaticada o Cucharimba. Hasta un día.

Un día, en medio de un partido, vino al bate el jugador de Las Águilas, Nelson Norman. A Norman le llamaban “La Araña” por su destreza en capturar toda bola bateada por su territorio de juego. También era un bateador de cuidado.

Pues el conteo estaba en tres y dos. El lanzador ya preparado para intentar poncharlo. Los fanáticos del Licey, que era el equipo contrario, temían lo peor.

El lanzamiento fue una recta rompiente que La Araña bateó de foul, dirigiéndose la bola al tronco del cuerpo del viejo Cucha. El cañonazo le fracturó tres costillas.

Algún tiempo después, alguien le preguntó a nuestro personaje: –“¿Cuchara, ese fue el peor momento de tu vida, verdad?”.

–“¡No!— contestó seguro de sí.—Todo lo contrario: es lo mejor que me ha pasado. Los peloteros me visitaban por docenas y todos dejaban su propina, hasta de a mil. ¡Ojalá me rompan tres más!”

En otra ocasión, Cuchara anunció que iría a mi casa para que Mariola le cocinara unos espaguetis, plato que ella preparaba con maestría.

El domingo siguiente la magia se perpetró. Aparecieron dos libras de pasta acompañadas de par de panes tipo telera, tradicional en la cena de navidad. Pero en la vida no existe felicidad completa, pues ese día el arte gourmet de Mariola no se expresó con brillantez y a muy pocos gustó el abundante majar. Pero Cucha no se amilanó y le hizo el honor zampándoselo todo, dejando platos y bandejas limpios, brillantes.

Todavía asombrados por la capacidad de engullimiento de un hombre flaco, pasamos del comedor a la sala a degustar un delicioso y ardiente café. Entonces el mago me dijo:

–“Cuñao, vaya a la Barra Cidra y cómpreme dos agua de coco”.

–“Bueno, como él sabe que a mí me gusta el agua de coco será una para mí y la otra para él”. — Mi padre pensó.

Pero Don Luis estaba completamente equivocado. Cucharimba consumió todo el líquido y al final se escuchó el ruido del hielo “rrrrrrrrrr”, mientras intentaba aspirar hasta la última gota. Luego quedó dormido.

Don Luis me dijo: “Miguel Ángel, búscame una escoba y tres granos de sal”.

Entonces colocó la sal en el abdomen, en forma de cruz, la barrio una y otra vez en la misma dirección y exclamó:

–“No vaya a ser que le dé una “perpejía” (apoplejía) y se muera este hambriento”

Las anécdotas de Cucharimba son interminables. Productores de televisión, empresas públicas y privadas, así como políticos candidateables buscan sus servicios a precio de vaca muerta. Un vil aprovechamiento de su condición económica y su mansedumbre de espíritu.

Cucharimba, con todo, es un hito de la cultura local. Ejerce el oficio de entretenimiento con dignidad, a pesar de los avatares socioeconómicos  en que se ha desenvuelto su vida. Él  es parte de una época, de una ciudad y unos valores que están siendo puestos a prueba en el inicio de este milenio: ganarse la vida honestamente y servir a los demás.

Yo que fui vecino del mago Cucharimba puedo decirlo a boca llena: Santiago es Santiago y Cucharimba su corazón.