Veintidós personas, once por cada bando. Suena el silbato. Y comienza el juego. Gambetas, pases cortos, tiros libres, corre para aquí y corre para allá, falta, tarjeta amarilla…, una escena que se repite a diario en cualquier rincón de Cuba.

El fútbol intenta meterse en el corazón de la gente y lo está logrando. Incluso, desde mucho antes del recién finalizado Mundial de Brasil, la práctica generalizada de este deporte venía en ascenso y gozaba de gran preferencia, sobre todo, entre los más jóvenes. Algunos expertos opinan que ya supera al béisbol en cuanto a gustos y que en los años venideros se convertirá en el pasatiempo nacional. Cosa que dudo.

Lo cierto es que aquí se juega todos los días y en diversos lugares. El balón, comprado mediante recaudaciones colectivas o enviado por amigos residentes en el extranjero, rueda sin parar en las calles, solares yermos, potreros, estadios de pelota, parques, aceras…Tampoco existe un horario específico. Nueve de la mañana, tres de la tarde, ocho de la noche… El tiempo y el espacio ya no importan. Los goles provocan lágrimas, sonrisas, y exclamaciones de júbilo. ¡Goooool! Y el universo se viene abajo.

Durante la Copa Mundial de Brasil, la fiebre del fútbol se apoderó de la mayoría de los habitantes de la Isla. La televisión estatal (los medios de comunicación responden a los intereses del gobierno) transmitió en vivo los 64 encuentros de la competición y los seguidores de los distintos equipos desarrollaron singulares e increíbles iniciativas. Extraños y numerosos disfraces, sombreros multicolores, banderas y caretas, convirtieron a Cuba en una especie de Maracaná tropical, donde los gritos y aplausos se adueñaron, por 90 minutos, de los espacios públicos y privados. Nadie escapó del hechizo.

Los problemas económicos o de otra índole quedaron relegados a un segundo plano, mientras pequeños y adultos perdían sus voces en locos arrebatos de pasión. Hay quienes se comieron las uñas o sufrieron fuertes dolores en el pecho. Las altas temperaturas y los apretados partidos del Mundial mantuvieron en alerta al cuerpo médico de los servicios de urgencia de no pocos hospitales. La derrota, en ocasiones, estremece los nervios y paraliza las articulaciones.

En este último mes, los historiadores recordaron la participación de la Mayor de las Antillas en la cita francesa de 1938. Allí, los jugadores cubanos alcanzaron los cuartos de final, tras empatar a tres con Rumania y después vencer al mismo rival 2-1. Sin embargo, cayeron frente a Suecia con resultado de 0-8. E hicieron las maletas. De esa fecha hasta hoy, ninguna selección del país ha estado cerca de clasificar a un Mundial de Fútbol. Los fanáticos, entretanto, esperan el milagro.

Las nuevas políticas del gobierno respecto al contrato de los atletas en el exterior podrían ser la solución, pues talentos hay de sobra. También sería positivo que clubes europeos o latinoamericanos establecieran academias en la Isla y enviaran especialistas con el propósito de elevar el nivel de juego. Primero se necesita que las autoridades no impongan tantas trabas y que abandonen arcaicos conceptos relacionados con el deporte. De lo contrario, cada cuatro años defenderemos las camisetas de lejanas y desconocidas naciones, mientras la nuestra se pudre avergonzada en el armario del olvido.

El fútbol duele, a pesar del amor de la gente. Los recursos escasean. Balones con precios estratosféricos en las tiendas, zapatillas para millonarios, y de los uniformes, ni hablar. Mejor jugar en taparrabos, hasta que el árbitro pite el final. Solo nos resta cerrar los ojos y seguir soñando.