Afirmar que reina la incertidumbre en la región del Caribe sería quizás una exageración, pero una serie de situaciones han creado cierto grado de incertidumbre acerca del futuro inmediato. La reanudación de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos de América y la República de Cuba quizás provocó algunos comentarios apresurados, pero no deja de ser un acontecimiento histórico con posibles repercusiones regionales, es decir, no limitadas únicamente a Cuba y Estados Unidos.
Desde el primer momento, algunos reaccionaron con entusiasmo y otros con escepticismo. Las conversaciones entre la Subsecretaria de Estado para el Hemisferio Occidental Roberta Jacobson y la Directora General para Estados Unidos del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba (MINREX) Josefina Vidal pudieran empezar a aclarar un poco el panorama, pero sería necesario esperar para conocer mejor el impacto que todo eso tendría en la región del Caribe en los próximos años.
Por citar un ejemplo, no se conoce realmente si el embargo comercial impuesto a Cuba desde la década de los años sesenta, y que no pudo ser abolido por el Presidente Barack Obama ya que se encuentra en manos del Congreso de Washington, sobrevivirá por mucho más tiempo. Tampoco se conoce bien la reacción interna de los elementos más conservadores del gobierno de La Habana, los cuales quizás no estén muy satisfechos con la decisión que se ha tomado por la cúpula actual del gobierno instaurado en 1959. La comunidad exiliada está dividida en opiniones. Ya no se trata de un exilio monolítico en cuanto a tendencias. Referirse a los cubanos de Miami, EE.UU., y el resto del mundo, más dos millones de personas, es hablar de exiliados, de nuevos inmigrantes y de sus hijos, tres grupos algo diferentes en aspectos fundamentales.
El embargo sigue vigente a pesar de la apreciable flexibilización que planea implementar la administración del Presidente Barack Obama. Un detalle importante e incierto tiene relación con los senadores y congresistas republicanos de estados agrícolas que pudieran o no pasar eventualmente por encima de la oposición de los líderes de su partido en el Senado y la Cámara. Ciertos beneficios representados por la flexibilización del comercio pudieran ir gradualmente cambiando el voto de esos legisladores uniéndose al de casi todos los demócratas partidarios de la eliminación del embargo. Alguien lo puso de esta manera: “el embargo permanece vigente, pero ha sido perforado…”
Complicándolo todo, se habla de la flexibilización de los requisitos para el viaje de estadounidenses a Cuba, pero se ha aclarado que no se trata de viajes turísticos. Para entender un poco mejor la situación habría que recordar que los viajes que serán admitidos, tales como los culturales y los religiosos, así como los representados por actividades comerciales en pequeña escala, se convierten en invitación a un turismo con otro nombre, pero apreciable numéricamente.
Y más adelante está la cuestión de la infraestructura. En Cuba funcionan magníficos hoteles, sobre todo españoles, pero un aumento considerable de viajeros requeriría un número mayor de hoteles que cuenten con las comodidades a las que están acostumbrados los estadounidenses.
Muchos cubanoamericanos estarían dispuestos a viajar por primera vez, sumándose a cientos de miles de sus compatriotas que ya lo han hecho, pero preferirían hacerlo utilizando únicamente el pasaporte norteamericano. Ese es otro en la larga lista de temas.
Se ha ampliado la posibilidad de mayores remesas de dinero por parte de los cubanos radicados en EE.UU., a familiares y las que pudieran hacer otros ciudadanos estadounidenses, lo cual quizás ayudaría no sólo a mejorar el estilo de vida de un sector sino al establecimiento de pequeños negocios, pero sería necesario esperar para ver el efecto que esas medidas liberalizadoras tendrían sobre la economía cubana o sobre el futuro político de la patria de José Martí.
Algunos se preguntan si todo eso afectaría a otros países de la región del Caribe, reduciendo los beneficios que estos reciben del sector turístico. Se piensa que muchos preferirían viajar a Cuba, un país que hasta ahora no han podido visitar y que también posee las bellezas naturales, propias de esta zona considerada por algunos como paradisiaca. Por cuestiones de la limitante ley Helms Burton, aprobada en los años noventa para codificar y solidificar el embargo, y por la ausencia de la infraestructura necesaria no debe exagerarse el efecto sobre las otras islas. Me atrevo a asegurar que el turismo a República Dominicana no será afectado apreciablemente. Es más, los cubanoamericanos seguirán prefiriendo a Santo Domingo en sus planes vacacionales.
Esperar cambios políticos en Cuba es otro asunto. La liberalización, aún en caso de ampliarse, será tan gradual como el factor principal que pudiera determinarla, el cambio generacional. Y ese es un tema que requiere atención específica y cuidadosa.
Pero no todo ese grado mayor o menor de incertidumbre tiene relación directa con Cuba. La situación de Venezuela pudiera conducir a un grado de desestabilización en ese país y en la región. Hasta ahora han sido muchos los beneficiados por el petróleo venezolano, mucho más fácil de conseguir en la región desde los inicios de la era del coronel Hugo Chávez en Venezuela. Y nadie conoce con precisión cómo la actual crisis económica venezolana afectará las relaciones comerciales de ese país con el resto de las naciones del Caribe.
En puridad de verdad, no es mucho lo que puede deducirse en forma concreta del efecto potencial de lo que está sucediendo en Cuba y Venezuela. Algunos plantean que los cambios no sólo afectarían a nuestros países sino que están revelando un nuevo énfasis de la política exterior americana. En algunos períodos, como los inicios de la Revolución cubana en el poder, la guerra civil en República Dominicana y luego la alianza estadounidense con los “contra” de Nicaragua se notaba un interés marcado en la región, sin que está haya sido realmente una gran prioridad para Estados Unidos, país más preocupado por cualquier acontecimiento en el Medio Oriente o en Europa que por situaciones que pudieran casi ser consideradas como locales o del patio por la cercanía del resto del continente y sobre todo, muy especialmente, del Caribe.
Claro que los problemas del narcotráfico y las guerrillas en Colombia y otros países, sumados a la llegada de inmigrantes indocumentados procedentes de países como México, El Salvador, Honduras, Guatemala, etc., ha preocupado a los Departamentos de Estado y Defensa en Washington, así como a la DEA. El tema de los indocumentados, parte principalísima de la agenda doméstica estadounidense tiene repercusiones de política exterior.
Es mucho el tiempo transcurrido desde la llamada “Política del Buen Vecino” de los días de Roosevelt y la Alianza para el Progreso de la breve era de Kennedy. En medio de la incertidumbre, mayor o menor, del momento actual, resalta de nuevo la necesidad de mayor atención al continente americano, pero con un estilo diferente al del intervencionismo de otras épocas.
Si el Presidente Obama quiere añadir algo fundamental a su política exterior y dejar un legado más impresionante necesitará tener a América Latina y el Caribe entre sus prioridades para los dos años que restan a su mandato. También eso resulta incierto. Pero alguien pudiera señalar que no sólo lo anterior sino la vida toda es una constante incertidumbre, como la que ha caracterizado la vida de nuestros países y sus relaciones con el vecino del Norte.