El mundo entró en esta crisis sin coordinación alguna; demasiados países han hecho caso omiso de las señales de advertencia, actuando cada cual en solitario. Ahora está claro que solo juntos saldremos de ella.
BRUSELAS – El contraste entre el silencio de las calles y plazas de Europa y la realidad tumultuosa y dolorosa de muchos de sus hospitales es descorazonador. La COVID-19 se ha apoderado no solo de Europa, sino de toda la comunidad mundial. Es claro ya que la pandemia va a remodelar nuestro mundo. Pero el modo exacto en que lo haga dependerá de las decisiones que tomemos ahora.
El coronavirus debe ser considerado el enemigo común del mundo. Aunque esto no sea una guerra, es necesaria, no obstante, una movilización de recursos «al modo bélico».
Pero en tiempos de crisis, nuestro instinto nos mueve a replegarnos y valernos por nosotros mismos. Esta reacción, aunque es comprensible, resulta contraproducente. El «cada uno para sí» no hace sino alargar la lucha y elevar considerablemente los costes humanos y económicos. Aun cuando el enemigo haya despertado los reflejos nacionalistas, la única manera de derrotarlo es la coordinación transfronteriza, tanto en Europa como con el exterior.
Es necesario un planteamiento internacional común de la pandemia y de la asistencia a las poblaciones más vulnerables, ante todo en los países en desarrollo y las zonas de conflicto. He insistido en este punto en los recientes debates con los ministros de Asuntos Exteriores del G-7 y muchos otros. La Unión Europea debe formar y formará parte del esfuerzo.
Ahora es el momento de mostrar que la solidaridad no es una frase vacía. Por suerte, esto ya está quedando demostrado en Europa, donde Francia y Austria están enviando más de tres millones de máscaras a Italia, y donde Alemania está recogiendo y tratando a pacientes procedentes de Francia e Italia. Ahora, tras una primera fase de decisiones nacionales divergentes, estamos entrando en una fase de convergencia en la que la UE es el escenario central.
La UE, por su parte, cobra ahora mayor protagonismo con decisiones para facilitar la adquisición conjunta de equipo médico vital, un estímulo económico conjunto y una labor consular coordinada para repatriar a los ciudadanos de la UE bloqueados en terceros países. A raíz de una reunión virtual del Consejo Europeo, los dirigentes de la UE han acordado intensificar sus esfuerzos comunes, en primer lugar desarrollando un sistema europeo de gestión de crisis y una estrategia común para hacer frente al coronavirus.
La crisis de la COVID-19 no es una batalla entre países ni entre sistemas. En distintas fases de la pandemia, ha existido asistencia recíproca entre Europa, China y otros países, lo que demuestra el apoyo mutuo y la solidaridad. La UE apoyó a China cuando surgió el brote a principios de año, y ahora China envía equipos y médicos para ayudar a los países afectados en todo el mundo.
Estos son ejemplos concretos de solidaridad y cooperación mundiales, que tienen que llegar a ser la norma. Un aspecto de la COVID-19 es que está acelerando la Historia. A través de cualesquiera cambios que nos aguarden, la UE debe seguir siendo un factor unificador, mediante el fomento de esfuerzos conjuntos con China y los Estados Unidos para hacer frente a la pandemia y sus consecuencias. Únicamente si estas tres potencias reman en la misma dirección podrán el G-20 y las Naciones Unidas marcar un antes y un después.
Además de la coordinación internacional entre gobiernos, también debe intensificarse la cooperación entre científicos, economistas y responsables políticos. Durante la crisis financiera de 2008, cuando la economía mundial estaba desmoronándose, el G-20 desempeñó un papel fundamental en su rescate. De nuevo, necesitamos ahora urgentemente un liderazgo mundial de en el sentido que se expone a continuación.
Cuatro son las principales prioridades de la cooperación mundial. En primer lugar, debemos poner en común recursos para producir tratamientos y una vacuna, que deberán considerarse como bienes públicos mundiales. En segundo lugar, tenemos que limitar el perjuicio económico mediante la coordinación de medidas de estímulo presupuestario, y también monetario, y protegiendo el comercio mundial de bienes. En tercer lugar, debemos planificar la reapertura coordinada de las fronteras cuando las autoridades sanitarias den luz verde. Por último, hemos de cooperar para luchar contra las campañas de desinformación.
El resultado de la reciente cumbre virtual del G-20 apunta en esta dirección general. Pero las iniciativas mundiales y multilaterales deberán mantenerse y llevarse a pleno efecto en los próximos días y semanas.
A medida que el virus se propaga por todo el mundo, hemos de prestar especial atención a su repercusión cada vez mayor en los países frágiles, donde amenaza con acentuar las crisis de seguridad ya existentes. En Siria, Yemen, Gaza y Afganistán, millones de personas han padecido ya años de conflicto. Pensemos qué ocurriría si el coronavirus se introdujera en los campos de refugiados de la región, en los que los servicios de saneamiento y de salud ya están sobrecargados y donde los trabajadores humanitarios ya tienen dificultades para prestar su ayuda.
Y luego está África, que tiene una importancia fundamental. Debido a la epidemia de ébola de 2014-2016 y a otros brotes, los países africanos tienen cierta experiencia de que Europa carece en esta crisis. Pero los sistemas sanitarios del continente siguen siendo por lo general precarios, y el número de personas infectadas está aumentando.
En muchos países en desarrollo, a menudo sus habitantes no tienen más remedio que salir de su hogar a diario, ya que viven de la economía informal. Y lo que es peor: lavarse las manos y practicar el distanciamiento social pueden resultar mucho más difíciles cuando no siempre se dispone de agua corriente y cuando las familias suelen vivir en espacios muy exiguos.
Para ganar esta lucha se precisa financiación. Los países en desarrollo dependen fundamentalmente de tres fuentes de financiación: las inversiones extranjeras, las remesas y el turismo. Pero ahora las tres están se están viendo duramente afectadas. A nivel mundial, los flujos de capital han caído en un 60 %, ya que los inversores huyen a refugios seguros y los trabajadores migrantes pierden sus puestos de trabajo y no pueden enviar dinero a casa.
Nos enfrentamos a una recesión mundial, y para evitar un hundimiento económico en los países en desarrollo, serán necesarias –y pronto– importantes líneas de crédito y apoyo financiero. La coordinación entre los bancos centrales y las instituciones financieras internacionales es la única opción viable.
Por último, dentro de este pesimismo abrumador, existe la posibilidad de poner fin a inveterados conflictos. Ya se han observado signos positivos de cooperación entre rivales. Por ejemplo, hace poco los Emiratos Árabes Unidos y Kuwait han enviado ayuda a Irán, país que se ha visto especialmente afectado por la COVID-19. Nadie puede permitirse librar varias guerras al mismo tiempo. Como ha instado el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, debemos aprovechar esta crisis como un nuevo impulso para la paz.
El mundo entró en esta crisis sin coordinación alguna; demasiados países han hecho caso omiso de las señales de advertencia, actuando cada cual en solitario. Ahora está claro que solo juntos saldremos de ella.