La denominada cuarentena es un término médico usado para describir el aislamiento de una persona o de un grupo con la finalidad de prevenir o evitar el riesgo de que se extienda una enfermedad.

La situación por la que atravesamos debido al COVID-19 nos replantea la convivencia familiar a tiempo completo, la protección a los abuelitos y niños, y cambios en el comportamiento social.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) refiere que la salud es el bienestar físico, mental y social, aunque no necesariamente es la ausencia de afecciones o enfermedades.

En relación con la salud mental, en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastorno Mentales (DSM-5) se conceptualiza el trastorno mental como: “Un síndrome caracterizado por una alteración clínicamente significativa del estado cognitivo, la regulación emocional o el comportamiento del individuo que refleja una disfunción de los procesos psicológicos, biológicos o del desarrollo subyacentes en su función mental”.

En tiempos de COVID-19, no podemos dejar de considerar el miedo, la ansiedad o la angustia que podrían experimentar muchas personas. En principio, estas  son respuestas adaptativas que nos preparan para prevenir, evitar, huir y afrontar situaciones desconocidas. Pongamos un ejemplo, llegamos a un lugar desconocido, nos ponemos en alerta porque no tenemos el control de lo que nos podría pasar o con qué o con quién nos encontraríamos, por lo que tomamos las medidas correspondientes: ser cuidadosos y seguir hacia delante.

Si la ansiedad y el miedo persisten por un largo periodo y aumenta el malestar, ocurren cambios en el comportamiento, en el estado de ánimo, la alimentación y el sueño que podrían desencadenar  trastornos asociados a la ansiedad, ataques de pánico o depresión.

Esto ocurre cuando la preocupación es desproporcionada; aumentan los pensamientos catastróficos, los cuales son recurrentes, lo que eleva la sensación de incontrolabilidad ante el miedo a ser infectado y morir. Este tipo de comportamiento afecta la atención, la concentración, las funciones cotidianas y las relaciones interpersonales.

¿Podría generar esta medida una alteración en la salud mental? Sí y no. La afección puede ser leve, moderada o severa. Dependería de varios factores como antecedentes psiquiátricos, vulnerabilidad psicológica, aislamiento en un contexto familiar con una pareja violenta, presentar rasgo de ansiedad, carencias extremas de alimentación y protección, y falta de apoyo social, entre otros.

Ahora bien, si la persona presenta rasgos de ansiedad o de depresión, si percibe que la situación  se sale de su control, si sus pensamientos de miedo son recurrentes, si sus expectativas son catastróficas, escucha o lee muchas noticias sobre el contagio y las muertes, entonces la probabilidad de que desarrolle síntomas de ansiedad severos o un trastorno es muy elevada.

Por el contrario, las personas que muestran fortaleza psicológica suelen utilizar mecanismos para sobreponerse a la situación adversa; son flexibles para adaptarse a los cambios y encontrar nuevos modos para entretenerse. Además, difundir informaciones de salud y prevención, apoyar a través de las redes sociales, cantan en los balcones de los vecindarios cantan, rezan, aplauden para reconocer  a los equipos de salud y sus ayudantes, a los policías y militares. Otro recurso utilizado es orar o meditar.