La Estación de Cuaresma es un período cuando los fieles cristianos recuerdan de manera especial: la vida, pasión y crucifixión de Jesús el Cristo. Son incontables las tradiciones, acciones litúrgicas, ceremonias, rituales y ejercicios espirituales que practican los devotos para conmemorar los hechos de Jesús Nazareno, basados generalmente en los relatos del Nuevo Testamento y las tradiciones milenarias en relación al llamado “Hijo del Dios Bendito”.
Ahora en Cuaresma es de lugar leer, escudriñar y ponderar en los hechos de Jesús el Cristo. Si se toma tiempo para explorar, determinar su perfil, comprender su naturaleza, e intuir su carácter, esto podría ayudarnos a fortalecer la fe, ensanchar la esperanza y profundizar el amor.
Tal vez una forma de descifrar y tener mejor apreciación de la obra salvífica por: el sacrificio, expiación y redención del “Hijo del Dios Bendito”, sea un repaso de perfil contenido en los evangelios y en las cartas del Nuevo Testamento y la literatura que circuló en la era apostólica.
Este personaje es incomparable; más, puede ser señalado como el “horizonte”: la concreta extensión panorámica que vislumbra entre el cielo y la tierra, entre lo divino y lo humano, entre lo espiritual y lo físico. Esto es así, porque se arguye que Él es “palabra/verbo divino” encarnado en ente humano.
A los doce años el niño Jesús dialoga con los maestros del templo, escuchándoles y haciéndoles preguntas. Jesús es carpintero de profesión. Profeta, maestro, predicador y director espiritual de vocación. Sanador original, milagroso, prodigioso y exorcista excepcional.
El profeta de Galilea, vivió dando demostración que sentía todas las emociones naturales de la especie creada (sed, cansancio, enojo, compasión); pero al mismo tiempo dio evidencia de dones supra especiales de potestad divina (manda a calmar una tempestad, da vista al ciego de nacimiento, convierte agua en vino, hace saltar y andar a impedidos desahuciados, absuelve a pecadores…)
El carismático maestro es admirado por muchos y rechazado por otros. Departe de manera puntual y usa parábolas ejemplares con trasfondo de extranjeros de otras razas y tradiciones religiosas. Se socializa con recaudadores de impuestos y da asistencia a soldados del Imperio Romano. Es afable con niños y defensor de mujeres en apuros. Toma vino. Cuando tiene hambre, come sin lavar las manos, como hacían los judíos en símbolo de purificación ritual. Se indigna y con furia azota a vendedores y cambistas en el templo, echándoles de ese lugar sagrado. Se acerca y toca a leprosos, acto prohibido por las leyes de Moisés y las tradiciones del Talmud.
El carácter de Jesús fue tal, que en el caso de la traición de Judas Iscariote, no se amilanó con el que negoció para entregarlo, no le pidió tregua, no reclamó que eran amigos, no le esclareció que él era el maestro y el que traicionaba era un frustrado zelote, no reclamó conmiseración, ni le insinuó al renegado cambiar de aptitud. En lugar de estos gestos, el profeta, el “Hijo del Dios Bendito”, le dijo a Judas Iscariote en forma tajante: “Lo que vas a hacer, hazlo ahora”. (Juan 13:27).
Un repaso acerca del perfil, naturaleza, y carácter de Jesús el Cristo, puede ayudarnos a mejorar el entendimiento de su persona, su obra salvífica, y así recibir las bendiciones por creer con firmeza en el “Hijo del Dios Bendito”.