The Doors es una agrupación de rock de 1965. Sus mejores discos no los tengo a mano (Full Circle, Morrison Hotel, An American Prayer), pero lo importante es lo siguiente. Según Wittgenstein, la noción de época es tomada como una averiguación en bruto. Vivimos en medio de esa consideración; nos extremamos, como en la política criolla, de algunos pedimentos. Por ejemplo, en 1984 una huelga de hambre dictaminó que un profesor dijera que se sentía bien. Ahora, en 2019 podemos interpretar como una forma que terminaría por decirnos cuales son los orígenes de ciertas protestas.

Pero en la agrupación de The Doors, donde comandaba Jim Morrison (Light my fire, recomiendo el documental The Doors: R-Evolution de 2013), se nos permitía entender eso que entendieron unos poetas serios, no unos poetas “desconchabados”. En el origen del tiempo, como en la ocurrencia de la economía más versátil, la del PIB, supimos que en el Banco Mundial tomaban las cosas como si fueran silogismos del asiento número tres del asiento del Banco Central.  Ahora nos permitirían comprender eso que las calificadoras de riesgo Moody’s y Standard and Poors conciben en el mundo de hoy. Como sostiene Francis Fukuyama, después de mucho tiempo, algunas leyes no obedecen al imperio de la ley y no responden al clima de inversión que se necesita para que cada país eche adelante en materia de nuevos acercamientos en los portafolios. Las informaciones que se tenían sobre el proceso de averiguación determinada nos exige de una petición que tiene que ver poco con el Foreing Relations –ese abismo de inencontradas fórmulas–, a la par que no sabemos el hándicap de un proceso que abisma las más duras de las contradicciones epocales.

En el caso de Jim Morrison –The Lizard King, Mr Mojo Rising, asi era llamado–, todo es sabido como ocurre en ese bar de mala muerte que está frente a una plaza de moda, y donde entendemos que nada ocurre porque sí: la discusión de un funcionario exige de la exclamación de un diputado que no tiene que ver nada con Reynaldo Pared, si acaso con Lucia Medina, o mejor con Félix Bautista que tiene que ver con el salto a la fama en medio de las adscripciones más psicodélicas. A la par –aparte de eso–, podemos señalar varias cosas: Primero, el tiempo que va de la imagen a la esfera para decirlo de una manera literaria (entendiendo por esfera eso que tenemos que entender en medio del bar, como si fuera un entrelazamiento de copas silogísticas), nos permanece como a la esperanza de que en Banco Central nos den las cifras exactas.  Recordamos ese mundo de Olga Díaz que, de acuerdo a algunos economistas de la oscuridad, Andy Dahuajre no determina sino con una econometría ilusoria; en ese debate de 1995, en bibliotecas ilusorias también, todo el mundo entendió que las cifras de Onaplan no resultan engañosas. Y he ahí la cuestión: en el marco de unas elecciones, como ocurre en el régimen electoral, con la inspección de la ONU y la OEA y otros organismos internacionales, la mundialización percibe aquella petición como si fuera de un largo alcance, eso que Colin Powell conoció antes de toda prerrogativa. En Boston –lugar de Red Auerbach, que fue coach de los Duke Blue Devils antes de entrar a Boston–, conocimos varias funciones que tenían que ver con los deportes más acicalados; no es posible entender el proceso de bienestar sin eliminar pobreza, algo que no quiere decir “dominio de los sistemas de seguridad del Estado”, sino pleno conocimiento de la economía de un gran país como el nuestro. Un día, dije que nadie estaba en capacidad –como en la canción de The Doors–, de determinar todo lo que ocurría en el presupuesto nacional. Partidas que fueron tomadas para abrir un espasmo, la entelequia que nadie dijo soberana, como los bonos, nos dejó como en la petición de hacer algo que nadie entendería de acuerdo a una petición ancestral repleto de bachata y reggaetón.

George Michael, pésele a quien le pese, es un artista superior a esos muchos que andan por ahí queriendo decir que cualquier tradición se levanta al dictamen de los grupos, de las famas y de las modas. La petición de Amazing es fundada en ese metal fundido que caracteriza, como en el Banco Mundial las cifras de la economía de Marraquesh, la participación de algo más grande que termine por mejorar eso que entiende Melinda Gates de manera superba. Melinda Gates ha declarado a la prensa que se siente entusiasmada con el apoyo de la comunidad internacional a ese aspecto de la democracia económica que permite el aporte de cientos de miles de dólares en tareas de refugiados y en términos de las pobrezas más determinantes. Lo mejor de todo es que me puse a pensar en los mismos libros estos que concuerdan en un hecho factible: no éramos nosotros, los caribeños –Cuba, Puerto Rico, Santo Domingo, las islas baleares no, sino las de Sotavento y Barlovento que, en el libro de Bosch, nos explican la determinación de eso que algunos colocan en un escritorio donde nadie interpreta el incremento de las inversiones en proyectos de infraestructura turística, por ejemplo. Señales diferentes nos han ocurrido cuando calculamos, con la canción de George Michael Kissing a Fool, en la mano, todo aquello que nos determina en el pago de los acreedores, como si fueran condiciones interesantes para decir que el país marcha bien en términos económicos.

La economía ha sido refocilada en los últimos anos. La participación creíble de un mundo que no tiene nada que envidiarle a los indicadores de la economía soviética, o la economía malaya, o la economía norteamericana, o la economía de Cuba, o la economía de Puerto Príncipe. Para decirlo en palabras de Thomas S. Eliot, abril es el mes más cruel, algo que nos parece interesante porque en abril, el mes que nos queda por delante, uno espera decisiones más acicaladas. El determinismo económico fundado en la expresión de una canción de The Cure –en el cidi Desintegration, por ejemplo–, nos permite comprender eso que algunos economistas como Josep Stiglitz, desde la Universidad de Columbia, infiere en el más duro de los problemas: la búsqueda incesante de la verdad, algo que Schopenhauer determinó como una ocurrencia de silogismos de la más astuta divinidad. Quiérase o no, el esquema de una economía keynesiana, nos abre las puertas de un acondicionamiento que nada debe surgir de las propuestas en diálogos nacionales sino en la apertura de un debate que nos preocupa a todos en tiempo de elecciones. Fíjese que en medio de aquella vieja misión de los políticos criollos (La Estructura de Majluta, el PRSC de Balaguer, y el PRM y el PRD, en las antípodas del PLDeísmo nos parecen como si fueran deformaciones que no encontramos en una canción de Morrisey).

En la canción México del grupo mencionado –Morrisey es el intérprete de la banda The Smiths–, se nos habla de una misión que tiene que ver con la pertinaz condición de un mundo de justicia ante el desparpajo societal de creer que por tener un color de piel o ser rico te permite creerte superior, como dice la canción de marras. Así, podemos decir, con la canción de The Cure a mano, A Letter to Elise, que no siempre lo que queremos está a nuestra mano en términos de desarrollo, lo que nos mueve a pedir más consenso para comprender las propuestas de los candidatos políticos para estas elecciones venideras del 2019.