Antonio agradece el apelativo cariñoso de su amiguita de la adolescencia, y sonríe esperando que amplíe tan animosa expresión.
Él sabe que ella se hizo adulta sin avanzar en sus estudios de primaria. Lo sabe porque en su condición de maestro tiene por manía dar seguimiento a los estudios de sus familiares, amigos y relacionados.
¡Es que antes éramos tan brutos! –agrega la antigua amiguita, ensanchando el asombro de mi buen amigo.
Él se pregunta: ¿Cómo es esto, si ella no se hizo bachiller, ni llegó a la universidad, ni estudió disciplina alguna del saber?, además usa un plural tan abarcador, pues dice “hemos aprendido”, “éramos tan brutos”, razona.
Entonces ella le muestra un video subido a Facebook en la pantalla de su teléfono inteligente, y a mi amigo Antonio se le descubre como resplandor restallante de donde vienen los conocimientos, el aprendizaje, y la inteligencia de su antigua amiguita allá en su Don Gregorio natal, que él creía sumida en las tinieblas del atraso en que la dejó hace 30 años.
¡Ah, son las redes! –entiende, y se maravilla del impacto esclarecedor con que el internet le ha dado poder hasta a “los brutos”, para volverse “inteligentes”, como le testimonia su amiguita de antaño.
Yo tengo mil testimonios que me maravillan sobre las extraordinarias mutaciones que operan positivamente las redes de internet en la mentalidad de la gente, sobre todo en materia de comunicación e información, es decir, de conocimientos.
Ocurre que como periodista y cuadro político que tiene entre otras labores monitorear varias veces al día los medios de comunicación, era yo quien llevaba a casa el acontecer mundial y nacional que pudiera ser de interés de la familia.
Bueno, pero de un tiempo acá en nuestra casa Dilcia mi esposa es la principal reportera de lo que ocurre en cualquier parte del Planeta, no sólo en mi mundo político sino en temas de economía, arte, vida social, familia, salud, educación, comunicaciones y cuanto se mueva, donde sea.
Las redes de internet, pese al mal uso que le pueda dar algún limitado mental, que lo es y no por las redes, han incorporado a cientoso miles de millones de personas a la civilización del XXI, llevando equidad al acceso a la información, esa que algunos consideran la mercancía más valiosa en los tiempos modernos.
Veo, no sin un dejo de lástima, a los melancólicos que han visto cómo el control de la información y su influencia sobre la política, la sociología y la vida de la gente se les escapan como agua entre los dedos, en la medida en que el subversivo poder de la comunicación digital socializa y empodera a tantos del conocimiento que les dan las redes de internet.
El viejo McLuham debe estar riéndose de esos nostálgicos allá en los cielos, viendo cómo evoluciona la velocidad y simultaneidad de la comunicación y la información, y cuánto hemos aprendido y dejado de ser brutos en esta “aldea global” que vislumbró a principios de los años 60s.