La chica va escuchando la música que más disfruta. Acostumbra hacer sus caminatas en un gran tramo del Malecón, cada tarde. Es algo que disfruta al máximo y viene haciéndolo desde hace varios meses. Generalmente la pasa muy bien, salvo aquella vez que un chico le gritó desde la otra acera “¡sácalo a caminar que ya está grandecito!”. Esa tarde, se sintió especialmente vulnerable, no solo por lo desagradable del comentario, sino porque cuando retomó el camino de vuelta, el mismo chico cruzó la calle con la abierta intención de abordarla. Esa vez, ella se puso en alerta y estaba dispuesta a irse a golpes con el hombre.

Hay momentos donde la abordan de una manera menos grosera, pero igual de invasiva. Solo la miran ahí, en su zona V, o en sus pechos, como si ella fuera una vagina gigante con ojos o un par de tetas parlantes. Realmente ha escuchado de todo: ¡sácale cédula!; ¡apéalo, que ya camina!; muchacha, ¡y todo eso es tuyo!…en fin. Los comentarios empezaron a molestarla de una forma tal que al momento de comprar ropa deportiva elige la que mejor disimule sus “problemas”.

Usted que está leyendo estas líneas, si es mujer, puede que recuerde alguna anécdota personal o de alguna amiga; si es hombre, quizá se ría y asuma esto como una exageración; mejor aún, probablemente piense que se trata de un tema más que abordan las feministas que abundan hoy día. Sin embargo, y a pesar de lo que pueda pensarse, todo lo anterior está signado como acoso callejero y cada vez más las sociedades están empezando a verlo como el verdadero problema que es, y empiezan a tomar medidas al respecto.

Recientemente, la Cámara de Diputados de Chile aprobó el proyecto de ley de Respeto Callejero, que busca tipificar como delito el acoso sexual en espacios públicos. Esta iniciativa ha sido impulsada por el Observatorio Contra el Acoso Callejero de Chile, que trabaja desde 2013 sobre este tema y ha recogido evidencia más que suficiente para explicar cómo el acoso callejero es una forma más de violencia a la que se exponen a diario muchas mujeres. Muy cerca, en Argentina, el acoso callejero ha transcendido las frases de irrespeto y de alto contenido sexual y ya se presentan serias denuncias de tocamientos, en trenes y autobuses. La situación es tan grave, que hasta se ha contemplado la posibilidad de habilitar vagones solo para mujeres. En México se cuentan historias similares.

Nadie niega que hombres y mujeres tengan atributos de belleza que llamen la atención más allá del estándar. No podemos llamarnos a engaño, cuando estamos frente a algo llamativo, la tendencia natural es manifestarnos al respecto. Sin embargo, cuando dicha manifestación es de una connotación sexual hacia alguien desconocido, que no ha dado su consentimiento para recibir tal manifestación –lo que lo hace unidireccional–, estamos frente al acoso callejero. El malestar en la víctima se hace mayor porque se ve expuesta a esta situación en forma sistémica.

Otra característica del acoso callejero es que el sujeto aborda a su víctima en forma abrupta, la expone y la vulnera en público, abiertamente; al acosador no le interesa entablar una conversación, solo se lanza sobre ella con sus expresiones, como si fuera un objeto que fue puesto ante sus ojos para su deleite personal. Lo más curioso de este fenómeno es que los hombres que viven esta práctica tienen madres, puede que tengan hijas, hermanas, esposas, en fin, mujeres que estén sufriendo con la situación que ellos generan.

Un aspecto interesante de esta dinámica lo es poder dar con las motivaciones que subyacen a este comportamiento masculino para poder entenderlo. Ver cuáles son las motivaciones que ocupan la mente de un hombre al momento de abordar a una mujer, intrerrumpir su espacio privado, llegando a la parcela del irrespeto. ¿Será un asunto meramente biológico de ¿conquista? y acoso, impulsado por la condicion natural del macho frente a la hembra? ¿O más bien se trata de encontrar validación como hombre frente a sus pares?  –lo cual pondría de inmediato al hombre en cuestión en la categoría de animal básico que no puede medir sus pulsiones primitivas– ¿Sería meramente un asunto de educación?

Hay quien cree que a la mujer le gusta esto. ¿En serio usted cree que a una mujer le gusta que le griten desde el otro lado de la acera cómo lucen sus pechos o su vagina o su trasero? ¿Se ha puesto a pensar en lo desagradable que es conversar con alguien y que no puedan mirarte a la cara, solo porque eres talla D?

La soledad de una mujer en un espacio público no es de ninguna forma una invitación implícita a ser abordada. De ninguna forma lo es, aunque la cultura machista imperante insista en verlo de esa forma.

Si se piensa que el acoso callejero no es nada del otro mundo, que se exagera y se hace un drama con todo esto, imagine solo por un momento no poder transitar tranquilo una calle sin que le digan o le griten algo sobre su apariencia, y que además esto le pase casi a diario, varias veces. Si parece un tema de risa, imagine a una jovencita que toma el autobús para llegar a la universidad, está sentada en el asiento que da al pasillo repleto de gente, piense en un hombre a su lado, parado, observando descaradamente sus pechos o apretando ligeramente su pelvis contra el hombro de la joven cada vez que el autobús frena de golpe. Imagine que esta mujer advierte la conducta del hombre y no tiene forma de manejar la situación sin con ello sentirse avergonzada y vulnerada. El acoso callejero es una forma sutil de violencia del tipo sexual hacia la mujer, y es una realidad a la que se exponen miles de mujeres a diario.