Rafael Leónidas Trujillo Molina es una de las figuras políticas más importantes en la historia moderna de nuestro país, y quizás el más influyente. Su obra de gobierno, ampliamente debatida en nuestros días, es constantemente enjuiciada tanto por historiadores como por políticos dominicanos. Sin embargo, la memoria legada por el fallecido dictador no solo despierta curiosidad en los círculos de estudios nacionales, sino también en espectros del ámbito intelectual extranjero. Basta con recordar la famosa novela del Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, quien escribiera, inspirado en el sátrapa dominicano, su novela “La fiesta del Chivo”, la cual revela la personalidad del dictador de forma excéntrica pero intensamente apasionante.
En el ámbito nacional, existen dos maneras de comprender a Trujillo cuando su figura es analizada desde un punto de vista puramente académico, no obstante al hegemónico criterio que al respecto se tiene y que lo muestra como el peor de los males sociales y políticos que ha pasado en la historia dominicana. Dignos representantes de aquellas corrientes de opinión son sin dudas el Dr. Joaquín Balaguer y el Prof. Juan Bosch, quienes al emitir sus juicios interpretan la historia desde un punto de vista muy particular y dogmatico, imprimiendo quizás en sus opiniones el carácter personal que guió siempre la vida de ambos personajes.
Para el Dr. Joaquín Balaguer “Justo era reconocer que Trujillo fue un transformador y que de sus manos salió una nueva sociedad dominicana. Con él (continua diciendo) se inicia en nuestro país un fenómeno social y político parecido en cierto modo a lo que llama Toynbee la Aceleración de la Historia”. Juan Bosch, sin embargo, no reconoce en Trujillo ser el iniciador de aquel fenómeno aludido en boca de Toynbee, pero sí considera que durante las 3 décadas de gobierno trujillista apareció en el país una especie de capitalismo insipiente representado por el primer hombre Burgués propiamente dicho: Trujillo. Sucede que para el Prof. Bosch el gobierno de Trujillo tuvo tantas sombras que sus luces no significaban nada, y opta por resaltar el estado de cosas que se vivió en aquella época.
Según el Prof. Bosch, en la dictadura trujillista “no había posibilidad de huelga, y las dos o tres parciales que se produjeron los obreros abandonaron sus labores al grito de ¡Viva Trujillo, queremos mejor trato! De nada les valió (continua diciendo). Día tras día amanecían ahorcados en los arboles de los ingenios grupos de obreros con leyendas cocidas en las espaldas que decían: ahí tienes tu aumento de jornal. Los cadáveres se dejaban colgando hasta que comenzaran a pudrirse.”
Al ponderar ambas perspectivas algunos pudieran convencerse de que ciertamente Trujillo fue un transformador y que su régimen, perdurado por 31 años, fue un mal necesario en la historia política y social de nuestro país, debido a que en nuestros días se cuenta con instituciones que vieron la luz durante la dictadura trujillista; instituciones que forman el carácter del Estado dominicano y que hoy, paradójicamente, son claves para el buen funcionamiento del Estado Democrático y de Derecho. No obstante, muchas de las iniciativas de Trujillo no obedecieron a un plan de desarrollo nacional ni mucho menos a un pensamiento de avanzada en el dictador, sino que fueron motorizados, de acuerdo a la historia, por un sentimiento egocéntrico y de enriquecimiento personal.
Un ejemplo de lo anteriormente dicho fue lo ocurrido con el monopolio de la sal en los años 30 posterior al ascenso de Trujillo al poder. La sal consumida por el pueblo dominicano era marítima, pero también había sal de mina, como la proveniente del depósito de Neyba. Bajo el argumento de proteger las costas marinas, el dictador hizo aprobar una ley en el Congreso que prohibía la explotación de la sal marítima, lo que constituía ser en apariencia una disposición tendente a proteger el medio ambiente. Sin embargo, lo cierto es que Trujillo, antes de proponer la ley, obtuvo de los propietarios del depósito de Neyba la propiedad de aquella importante mina, pasando a ser, tras promulgada la ley, la única opción de producción de sal y por consiguiente de consumo de la misma. Según el Profesor Juan Bosch, todos los dominicanos pasaron a ser consumidores de la sal de Trujillo.
Gran parte de las medidas emprendidas por el generalísimo obedecían a ese tipo de pretensiones, comportamiento que lo llevo a ser uno de los hombres más ricos del continente. Fuera de Trujillo era imposible la vida en el país; no se podían ocupar cargos públicos si no se era miembro del Partido Dominicano, institución a la cual aquellos funcionarios tenían que tributar el 10% del sueldo neto. Durante los 31 años de dictadura no hubo en Republica Dominicana prensa libre, hombres con derechos, o empresas importantes a las que Trujillo no le prestara atención para comerciarlas en su provecho.
Sin embargo, nos guste o no, el Trujillismo es parte de nuestra historia y no podemos omitirla como si se tratara de una eventualidad jamás ocurrida. Debe servirnos de experiencia para ésta y las futuras generaciones; experiencia que nos debe servir para identificar a tiempo, y de alguna manera, a grupos neo trujillistas que pudieran pretender alzarse con el poder en nuestro país.