Mi comportamiento ante la realidad de padecer cáncer –dos tumores ya extirpados, aunque no descartado del todo algún otro en el futuro – ha sido de asunción de una realidad, sin entristecerme y sin pesimismo pero también sin optimismo exagerado. Sencillamente, mi esfuerzo por actuar casi como lo hacía cuando el cáncer estaba a un año luz de mi mente, aunque sin olvidar que él me impone un relativo cambio de vida. Sí, “relativo”, en razón de que no le permito que se inmiscuya demasiado en mi cotidianidad, y me eche a una orilla de la vida.

He sabido por conversaciones y he sido testigo del comportamiento positivo de algunas personas diagnosticadas de cáncer, confiadas al 100% de que por cumplir con los protocolos de sanación –incluida la quimioterapia- y mantenerse optimistas, se sobrepondrían a todo meter; pero que se han derrumbado ante la reaparición del mal.

Ha sido, Dios mediante, mi naturaleza, mi espíritu, mis rasgos síquicos, mis entrenamientos en el decurso de mi vida al estar desde muy temprano cerca de los precipicios de la muerte, el calor de mi familia inmediata y de la extendida, de los colegas, amigos, vecinos, médicos, etc. lo que me han mantenido uniforme, a flote, cónsono con lo que siempre he esperado de mi ante las incertidumbres repentinas.

Si algún consejo pudiera dar sería el mismo que ya había acuñado para amigos y/o cercanos afectados tiempo atrás, primero que yo, desde luego: “no te cojas pena, ni permitas que te cojan pena”

Estoy confiado, Dios mediante, casi al 100 % de que a la corta o a la larga todo saldrá bien, independientemente de que el cáncer quede decantado o se le antoje regresar. Comoquiera lo lucharemos.

Si algún consejo pudiera dar sería el mismo que ya había acuñado para amigos y/o cercanos afectados tiempo atrás, primero que yo, desde luego: “no te cojas pena, ni permitas que te cojan pena”. Como que vale por la pérdida de la mitad de la lucha. De ahí que le dijera a un amigo que me habló con dejo penoso, con aire de quejaíto: “no me cojas pena, que yo no me la tengo”.

Maleducado, sí, pero conforme.

Aparte de sus perfiles negativos, padecer ese mal agresivo y absorbente –“catastrófico”- ha tenido aportes tan positivos como el de descubrir segmentos del alma humana crecida de familiares, amigos, vecinos, colegas, relacionados y conocidos. Gente de reacciones espontáneas, sinceras, elocuentes.

Y de qué modo ¡tantos! han clamado a Dios por mi salud en una labor de intermediación por mí ante él con sus oraciones.

…Pero lo más curioso fue cuando un amigo muy creyente me recomendó orar para acercarme a Dios, o cuando menos para inyectarme fortaleza síquica, y descubrir en la soledad nocturna que yo no sabía orar porque se me habían olvidados mis rezos católicos en el decurso de mi vida adulta.

Y entonces descubrir también que mi única oración posible consistía en recordar y enumerar de cuáles modos yo había hecho el bien… ayudando a otros en la medida de mis posibilidades.

(“Y por sus hechos los conoceréis”).