A poco más de cien años de los albores del movimiento proto feminista de finales del siglo XVIII, inducido por la publicación del memorable ensayo Vindicación de los derechos de la mujer (Wollstonecraft: 1792), en República Dominicana comienza a fraguarse un pensamiento femenino autónomo en las mentes, por supuesto, de aquellas mujeres letradas que conformaban la clase burguesa de la sociedad de la época.
Aunque se alzaron en su momento algunas voces de mujeres marginadas para defender sus derechos (prostitutas, gavilleras), en el marco de la intervención del 16, tal y como señala Neici Zeller en su trabajada tesis doctoral titulada “Discursos y espacios femeninos en República Dominicana: 1880-1961”, ello se dio sin posibilidad alguna de trascender las barreras ya no del género, sino de su clase social.
Fue entonces el normalismo a principios del siglo XX el caldo de cultivo para el surgimiento de lo que podría llamarse el pensamiento feminista dominicano. Zeller recuenta como un grupo de maestras normalistas de Santo Domingo y San Pedro de Macorís entablaron arduas luchas con sus concejos municipales para que les cambiaran el rango, les aumentaran el salario al incrementar la matrícula en sus aulas, o les reconocieran el derecho a licencias.
Es innegable que el pensamiento de las mujeres dominicanas, representantes de una clase, muchas veces conservador, otras más liberal y progresista, ha estado presente en nuestro devenir histórico
Sin embargo, y a pesar de que se trataba de un grupo de mujeres letradas y bien formadas, convencidas por demás, el discurso público continuaba siendo manejado por hombres. Se recuerda que fue el Diputado R. García Martínez quien publica por primera vez una traducción de un artículo sobre feminismo escrito por el filósofo francés Émile Fouillée. Fueron hombres también los que argumentaron acerca de esa nueva corriente de pensamiento sobre los derechos de la mujer, siendo algunos más aguerridos, a su favor, como fue el caso de César Nicolás Penson, o canallas, como los honorables que les negaron la ciudadanía en aquel momento.
El ímpetu de una Ercilia Pepín, por ejemplo, no se hizo esperar. En el discurso a la clase de graduandas de 1911 pidió reformas contundentes, pronunciando las siguientes palabras: “Hora es ya de que el legislador dominicano, inspirándose en los verdaderos fueros de la Democracia, otorgue a la mujer dominicana los privilegios que el Derecho Público viene otorgando ya”.
Estas valientes voces femeninas encontraron en la primera intervención norteamericana el momento histórico idóneo para hacer valer su visión política y aspiraciones de libertad, a pesar de que, la verdad sea dicha, durante este periodo se reconocieron un sinnúmero de derechos importantes para la mujer dominicana. Uno de estos derechos era el de poder ejercer libremente algunas profesiones vedadas para las mujeres, como el Derecho y la Medicina, aunque algunas, como Evangelina Rodríguez, no aceptaran tal reconocimiento por considerarlo ilegítimo.
Por los registros históricos no se duda que la intervención hizo posible el paso de la mujer dominicana a cierto tipo de modernidad, la que en reiteradas ocasiones, en la prensa y en los escritos de la época, era caracterizada como inmoral y en contra de las ‘costumbres y tradiciones’ del pueblo dominicano. Solo bastaría ojear la referencia que hace Zeller al personaje de Silvia Sarmiento en la novela de Rafael Damirón ¡Ay de los vencidos!
Interesante, y destacable, fue la acción de la Comisión Patriótica de Damas, quienes salieron al frente a defender a los hombres armados que intentaban restaurar la soberanía nacional, trastocada tras la proclamación de la intervención militar, ofreciéndose ellas a recibir dichas armas de guerra y a entregarlas en caso de elegirse presidente. Como era de esperarse, esta propuesta fue rechazada por los yanquis.
Curioso es el hecho de que las feministas militantes no tomaran partida desde el principio en las luchas que sus homólogas en otras latitudes habían emprendido para alcanzar el sufragio femenino. Poco más curioso el que una de las consignas de la posterior Junta Patriótica de Damas haya sido la de “prevenir los compromisos con las fuerzas extranjeras, para preservar al pueblo dominicano del peligro de ser prostituido”, tomando en cuenta lo que pasaría luego con la Acción Feminista y la perversa figura de Trujillo.
Es innegable que el pensamiento de las mujeres dominicanas, representantes de una clase, muchas veces conservador, otras más liberal y progresista, ha estado presente en nuestro devenir histórico, teniendo un protagonismo crucial en el surgimiento y desenlace de varias de nuestras grandes luchas, aunque su impronta haya querido ser soslayada por ese sesgo androcéntrico de la historia. Hoy podríamos decir que se trata de un movimiento más plural y heterogéneo. Quizás una cuestión generacional.