Como ocurre a menudo con los individuos cuando el día a día consume la existencia y nos aparta de lo trascendente, los grandes asuntos se han ausentado de la prensa. Ya no parece haber interés en los temas de éxito y tragedia humana y las columnas de los diarios y los espacios de la radio y la televisión se dedican a reseñar casi con exclusividad el cotidiano acontecer político.
Los periodistas han perdido así capacidad para contar las buenas historias que hay siempre detrás de una carrera personal exitosa, en la vida de aquél que logró superar la adversidad a fuerza de voluntad y trabajo, de fe en sí mismo; la gran historia que brota de un llanto desesperado o del grito desgarrador proveniente del estómago hambriento de un niño abandonado. El color en la narración se ha perdido. No forma parte del relato.
En junio del 2017, un fuerte incendio devastó una aldea portuguesa, con un elevado saldo de víctimas y pérdidas materiales. Los organismos de auxilio y la prensa de la nación ibérica, lo describieron como una de las peores tragedias. El martes 20, la desolación provocada por el siniestro inspiró un conmovedor relato periodístico de Javier Martín, que el diario español El País resumió en su portada ese día de la manera siguiente:
“Hace dos días que en Nodeirinho, en el centro de Portugal, no amanece como de costumbre. Su cielo se ha vuelto grisáceo, pero lo peor es el silencio. No hay nadie, no hay nada. El sábado eran 50 vecinos, ahora son 11 menos. La aldea huele a humo y muerte. No quedan ni los supervivientes. Puertas cerradas, coches calcinados y ni un animal callejero. El sábado, el infierno en forma de bolas de fuego llegó aquí y aquí se quedó. El único rastro de vida es una rosa colgada de la puerta de un coche quemado. Dentro iban una abuela, la hija y su nieta. Pensaron que era mejor huir en el coche que quedarse en casa. Esa rosa es lo único que sobrevivió”. (Publicado originalmente el 12-7-17)