La memoria de Lipe Collado puede fallarle a veces.
Incluso, puede olvidar a muchos de sus alumnos de las tantas universidades donde ha impartido clases. Y a algunos colegas periodistas de los muchos medios en que ha trabajado.
Es más, quizás no pueda recordar el día en que polemizó ásperamente con Mario Vargas Llosa, cuando salió “La Fiesta del Chivo”. Y, más aún, cuando imprimió sus textos sobre “El tíguere dominicano”, “Radio Caribe”, “Porfirio Rubirosa” y otros libros exitosos.
Pero lo que nunca podrá olvidar es que, pasado el mediodía del 27 de septiembre de 1974, se desplazaba de Este a Oeste por la avenida Bolívar, que era de dos vías, en su auto Bianchina, rumbo a la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), donde sus estudiantes le esperaban ansiosos. Y, de repente, a unos 30 metros por delante, un automóvil amarillo frenó violentamente frente al número 109, la edificación de dos pisos donde se encontraba el consulado de Venezuela.
Antes de que pudiera reaccionar, vio cómo varios hombres, con armas largas y cortas, se desmontaron mientras uno de ellos sujetaba a una dama que, como reconoció Lipe, no era otra que Bárbara Hutchinson, la muy conocida agregada de prensa y de asuntos culturales de la Embajada de Estados Unidos, a la que condujeron a empellones hacia el consulado, entrando por el jardín frontal y subiendo precipitadamente por las escaleras, hasta llegar a las oficinas.
Ya Lipe había reducido la marcha y, sin pensarlo, se estacionó en el mismo frente y se desmontó expectante. De inmediato sonó un disparo desde una ventana de la oficina.
-¡Soy periodista! –gritó.
Tres de los secuestradores lo reconocieron y uno de ellos voceó:
-¡Lipe, entra! ¡Entra!
Era Radhamés Méndez Vargas, el jefe del grupo, que pertenecían al Movimiento de Liberación 12 de Enero, que lidereaba Plinio Matos Moquete, quien guardaba prisión.
Lipe dió algunos pasos hasta entrar al jardín frontal de la edificación, pero "un friíto intenso en la boca del estómago” lo detuvo.
-¡Sube! ¡Sube!
En lugar de obedecer, se devolvió hasta la acera, y se viró para gritarles:
-¡No voy a entrar! ¿De qué se trata? ¿Es un secuestro?
-¡Si! ¡Y exijimos la libertad de trece presos políticos.
-¿Es eso todo?
-Además, un millón de pesos, un avión y garantías de que no seremos atacados al salir del consulado.
Lipe entendió lo peligroso de la situación, pues los secuestradores retenían también al cónsul, Jesús Gregorio del Corral, al vicecónsul Waldemar Alvarado y a las secretarias Dulce Mejía y Ambrosina Ares. Incluso, al sacerdote español Santiago Fuentes y al ciudadano japonés Pablo Chao, quienes fueron sorprendidos cuando procuraban visas.
En eso, se oyó un frenazo repentino.
Había llegado un vehículo de la policía. Se desmontaron unos diez, apuntando sus ametralladoras hacia el segundo piso, mientras entraban al jardín, al tiempo que los secuestradores les apuntaban también a ellos desde las ventanas.
De inmediato, Lipe se acercó al oficial, identificándose como periodista.
-Ustedes deben salir de aquí. Esta es una embajada y, en consecuencia, se considera territorio venezolano.
-¿Y eso qué quiere decir?
-Que los diplomáticos venezolanos lo harían responsables a ustedes de lo que pase aquí,
El oficial puso cara de espanto. Miró a su alrededor y le dijo:
-Gracias periodista.
A continuación ordenó a los policías retroceder hasta la parte exterior de la verja, donde se atrincheraron, siempre apuntando hacia el segundo piso.
A partir de ahí las cosas se estabilizaron y Lipe pudo irse al Departamento de Comunicación Social de la UASD, desde donde llamó al diario El Sol, dictando los detalles anteriores, por lo que enviaron a un reportero y a un fotógrafo a dar seguimiento a los dramáticos acontecimientos.
Y, luego de impartir docencia, se integró al molote de periodistas que cubrieron las delicadas incidencias y negociaciones entre enviados del presidente Joaquín Balaguer y los secuestradores. Entre la comisión designada al efecto, estaba el periodista Salvador Pittaluga Nivar, así como intermediarios, tanto eclesiásticos como del cuerpo diplomático.
Las negociaciones se extendieron por trece días, durante los cuales los rehenes hubieron de permanecer a merced de los secuestradores, a saber: Radhamés Méndez Vargas, Rafael María Pacheco, Pascual Santana Montero, Colombino Luis María Pérez, Rafael Almánzar, Rolando Barinas Perez y Luis Francisco González Peña.
Sin embargo, al final se quedaron con las manos vacías:exigiendo, simplemente, que les garantizaran sus vidas y les permitieran viajar a Panamá, donde serían recibidos por Manuel Antonio Noriega, encargado de seguridad del Estado y, como se sabría después, informante de la CIA y posteriormente presidente de la República.
“Aquello fue un fracaso”, declararía décadas después a un diario panameño el secuestrador Luis Francisco González Peña, quien estableció residencia allí desde el 10 de octubre de 1974. Pero Rafael María Pacheco (Canita), amigo de Lipe, se fue a Nicaragua, donde moriría en combate al lado de las fuerzas sandinistas que enfrentaban a la dictadura de los Somoza. Los otros cinco retornarían al país en agosto de 1978, al caer en pedazos, derrotado por la historia, el infame gobierno de los 12 Años.
Aquel día del secuestro de Bárbara Hutchinson, las cárceles de todo el país estaban llenas de presos políticos. Y, a la altura de la hora en que Lipe cuenta su historia, Santiago de la Rosa (Chago Balita U) me hacía saber que el social cristiano Luís Pantaleón Cruz se le iba a declarar a la chica que le tenía preso el corazón: la ocoeña Fátima, por lo que me pedía consejos para enfrentar el desafío.
Al mismo tiempo, que en el colmado “El Manguito”, en la 23 con Mauricio Báez, Diandino Peña y Chiqui Corporán veían pasar, por la farmacia de Diala, a Charito, la otra ocoeña que tenía preso el corazón de toda la barriada.
Para complicar más las cosas, en la radio de una casa de al lado del colmado de “Los Bemba”, se escuchaba la canción, cuyo enlace copio aquí:
https://www.youtube.com/watch?v=K2YmJ_5xHfU
Sobre este asunto yo puedo hablar con propiedad. Pero, sobre el secuestro de Bárbara Hutchinson solo recuerdo que, cuando llegué allí, el amigo Omar Narpier me dijo entusiasmado que había sido contratado por “unos americanos” para “tomar fotografías” desde el edificio que se construía frente a aquella embajada. Al entender que él no se daba cuenta le dije:
-Cuídate. Te han declarado agente de la CIA.
Eso es lo único que puedo decir sobre aquello. Sobre todo lo demás quien tiene la palabra es el teórico Lipe Collado.
Él estuvo allí.