El problema racial es una tarea pendiente que tiene la sociedad norteamericana, postergada desde la abolición de la esclavitud en 1863, y ratificada en 1865 con la 13era enmienda de la Constitución de los Estados Unidos. Han pasado algunos años, y todos los matices de la lucha por la aceptación de las poblaciones negras se han visto enmarcados en logros y retrocesos, salpicados de promesas no cumplidas hacia los  afroamericanos. En otro tiempo, se hablaba de “coloured people”, gente de color. Siendo considerado históricamente negro, todo aquel que tenga una trigésima segunda sexagésima cuarta parte de sangre negra. Unos rasgos marcados, y un pelo rizo, que aun se califica de “pelo malo”.

El discurso esclavista – que se inicia en 1618, con la llegada por azar de los primeros 20 esclavos – debió terminar en 1860 (cuando finaliza la trata de esclavos) y con la abolición de la esclavitud, en 1865. Pero comenzó un nuevo ciclo de opresión y explotación.

No han bastado 161 años para cambiar el discurso peyorativo y maltrato hacia esta población: cuando se le otorga la libertad, la discusión nacional giraba en torno a “qué iban a hacer estos, con su libertad”, argumentándose que lo que hacían era “dedicarse al crimen”, como lo probaba el censo del 1890 (ver el libro de Khalil Gibran Muhammad). Desde entonces, se instala la criminalización de la población negra, creyendo algunos autores que esta ha sido la gran escusa de la segregación.

La población actual de afroamericanos cuenta unos 42 millones de individuos – para los cuales, las cosas parecen no haber cambiado mucho, pues el racismo espontaneo se expresa dentro de la población y en las instituciones americanas.

El avance logrado por la National Association for the Advancement of Colored People (NAACP) – en la adquisición de los derechos civiles y la eliminación de la segregación – ha sido significativo. Cuando se piensa que, hasta 1950, los linchamientos estaban a la orden del día; sin obviar que se trata de afroamericanos nacidos y criados en este territorio, enfrentados a la desvalorización y sufrimiento del sistema esclavista, que pretendía que todo hijo de esclavo nacía esclavo.

“La desvalorización hacia los negros ha sido inventada por los blancos”, decía James Baldwin, ideológicamente recreada y adaptada a los nuevos tiempos, generando nuevos estereotipos. Esto es ilustrado por la brutalidad policial, documentada durante todo el siglo pasado, donde se registran crímenes insólitos por el sólo motivo de ser negro.

La criminalización de la epidermis nace con la creación y el accionar de la policía en este país, al pretenderse que los negros tienen una propensión al crimen más elevada que los blancos. Estigmatización que sufren y han sufrido los descendientes de esclavos africanos, hasta nuestros días, donde un negro siempre es observado con suspicacia, sospechoso de cualquier trasgresión. Forma parte de las estadísticas más deprimentes que ilustran la desigualdad que tiene la sociedad norteamericana frente a los negros.

La imposibilidad de aceptar que el problema del racismo es grave en el país, ha llevado a los gobiernos a defender la brutalidad policial no sancionada por la justicia, que dice no tener pruebas suficientes para sancionar los responsables de la injusticia racial – como pasó en el juicio del asesino de Medgar Evers, presidente de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP), en 1963. Byron De La Beckwith fue dejado en libertad después de dos juicios en 1964, existiendo pruebas que lo llevaron finalmente a la cárcel, en 1994.

Pero sólo ocho minutos han sido suficientes para que el mundo entero se pusiera en contacto con el tratamiento que viene sufriendo esta población desde 1619. Este fue el tiempo que George Floyd, afroamericano, clamó para que lo dejaran respirar, mientras un policía le impedía hacerlo, el día 25 de mayo del 2020, cuando no respiro más, convirtiéndose en el detonante de la crisis racial más compleja, que registran los Estados Unidos, tras siglo y medio de lucha por los derechos civiles de los negros.

Se ha propagado la protesta en casi todos los estados, con 140 ciudades en toque de queda, tras las manifestaciones pacificas – que se vuelven violentas, a medida que llega la noche: se incendian autos, edificios, comercios y se desata el vandalismo incontrolable, convocando a 43,300 policías para controlar las manifestaciones, que se han extendido por todo el mundo y que no han cesado desde la muerte de Floyd. Cosas inesperadas en tiempo de pandemia y de crisis económica, que matizan la crisis política: “Black Lives Matter”. Las vidas negras importan.

La muerte de Floyd, en directo, ha circulado por el mundo con más facilidad, que circularon otras crisis raciales: lo hemos visto morir. Son otros los tiempos de la comunicación, y nos traen a la memoria, otras luchas, otras injusticias raciales menos conocidas. Hoy alimentadas por Donald Trump, con sus discursos, para hacer “America Great Again”, traen el mensaje que remite a momentos en los cuales todo negro era culpable, solo por ser negro. Cabe citar algunos eventos del siglo pasado, como el asesinato en 1919 de Eugene William (17 años) por nadar en el Lago Michigan; o la ejecución en la silla eléctrica, el 16 de junio de 1944, de George Stinney Jr. (14 años), acusado de haber asesinado dos niñas blancas de 7 y 11 años – declarándose todo el tiempo inocente y habiéndosele negado toda posibilidad de defensa.

Estando la comunidad de negros siempre marcada por la muerte injusta de alguno de sus miembros, motivada por eventos anodinos, como fue el asesinato a mediados de siglo pasado (1955) de Emmett Till, de 14 años, por haber supuestamente piropeado una mujer blanca.

Durante todo el siglo XX, diferentes personajes de la lucha por los derechos civiles y anti segregacionistas se vieron encarcelados y humillados. Muchos lucharon por la integración de los negros en las escuelas. Por primera vez en 1957, la Corte Suprema declara ilegal la segregación en las escuelas y la escuela secundaria de Little Rock (Arkansas) es obligada a aceptar alumnos negros. Los primeros 9 estudiantes son recibidos con insultos y escupidos por sus compañeros blancos al entrar a la escuela.

Todo parece haber comenzó en Alabama, cuna del racismo, con Rosa Parks: en 1956, ella se niega a ceder su asiento de autobús a un blanco. Por este “delito”, Rosa fue juzgada y condenada, como tantos otros en la década del 60, período plasmado de eventos determinantes, como los asesinatos de líderes negros (Medgar Evers en 1963, Malcolm X en 1965 y Martin Luther King en 1968) que reivindicaban la lucha de la población negra por alcanzar un lugar digno en la sociedad.

Fueron los años en que Angela Davis fue expulsada de la universidad de California, perseguida y acusada de colaborar con los Black Panthers y el movimiento Black Power. En marzo 1968, en la ciudad de Memphis, Martin Luther King, asistía a su última marcha pacífica, perturbada por la policía, para ser asesinado el 4 de abril.

El inicio de la década del 1970, continúan las movilizaciones por los derechos civiles de los negros, con diversos estados literalmente en fuego. Cientos de individuos se lanzaron a las calles para protestar; se impuso toque de queda; se encarcelaron a miles – destacándose los eventos en Trenton, New Jersey que comenzaron con disturbios entre jóvenes, cuando el alcalde trató de balancear la presencia negra y blanca en las escuelas. Los padres de los alumnos blancos se negaron, y los negros protestaron. Las escuelas fueron cerradas, y esto trajo mas represión y rechazo al Presidente Richard Nixon, calificado de fascista, quien fue sacado en pijamas de la residencia presidencial por un principio de incendio.

Las manifestaciones de hoy por la muerte de Floyd pueden ser comparables con las de mediados del siglo pasado, cuando la población negra era apenas de 20 millones. Los niveles de violencia coinciden con los primeros 5 días de protestas, exigiendo trasformaciones en la sociedad, más allá de la brutalidad policial.

La exclusión y las condiciones de vida de las poblaciones negras se han puesto de manifiesto estos días de COVID-19, sin derecho a la salud, y con  millones de desempleados, siendo el apresamiento abusivo y represión frecuente de los negros por ser negros lo que llama la atención.

La historia y la cotidianidad estadounidense están llenas de George Floyds, que no necesariamente acaban asfixiado físicamente, pero sí existencialmente, mediante un gesto de exclusión, una palabra insultante, una agresión sutil o la imposibilidad de recibir educación, trabajos dignos, viviendas apropiadas. No obstante estos años de lucha por alcanzar el trato de ser humano, esta población aún no encuentra el mismo aire y la misma capacidad de respirar que tienen los blancos.