Era viernes 10 de mayo, al filo de las 9 y 30 de la noche. Faltaban seis días para la mascarada neotrujillista de las elecciones presidenciales, congresuales y municipales del jueves 16 de mayo de 1974. Mi amigo y compañero de estudios de la carrera de Ciencias Jurídicas (Derecho), Aridio García de León, y yo estudiábamos en mi casa para someternos a los exámenes cuatrimetrales de disciplinas impartidas por profesores de la catadura de Vinicio Cuello, Julio César Castaños Espaillat, Fausto Martínez, Brito Mata y José Joaquín Bidó Medina.

Cuando poco después de las 10 de la noche departíamos y “picábamos” en la mesa del comedor, con el televisor de frente a mí sintonizado en el oficial canal 4, apareció en la pantalla un locutor (¿Bruno Pimentel?) que pidió excusas “por la interrupción momentánea por razones ajenas a nuestra voluntad”. Después de una pausa “misteriosa” avisó que “en breves momentos el honorable señor Presidente de la República, Dr. Joaquín Balaguer, se dirigirá de urgencia a toda la Nación”.

-¡Corre, súbelo!- me gritó García de León.

Cuando giraba a la derecha el botón correspondiente, el locutor dijo que “a continuación el honorable (?) señor Presidente Constitucional Dr. Joaquín Balaguer se dirige a la Nación”.

El helicóptero quedó “totalmente destruido”, dijo. Luego se supo que el helicóptero, con sus ocupantes adentro, fue impedido de caer a un precipicio por el tronco de una mata de caoba que había sido aserrada

Rodeado de la parafernalia militar que tanto gustaba, con su Secretario de las Fuerzas Armadas, contralmirante Ramón Emilio Jiménez hijo, de pie inmediatamente detrás; y a su siniestra el cuco general Enrique Pérez y Pérez, y a su diestra el mantequilla general Neit Nivar Seijas, y otros sabuesos, Balaguer apareció en la pantalla de pie tras una desmejorada mesa-escritorio de formica gris, con lentes oscuros prestados, espíritu apagado, rostro desmejorado y aire trágico.

Luego de decir que a fin de evitar “falsas alarmas” y “especulaciones tendenciosas” comparecía ante el país para explicarle que a bordo de un helicóptero, luego de una manifestación reeleccionista en Puerto Plata, regresaba a la capital y que al llegar a la área Bonao-Villa Altagracia se desató un cerrado aguacero y próximo al kilómetro 40 de Villa Altagracia fuertes vientos y una tormenta eléctrica se combinaron con la lluvia y zarandearon el helicóptero, por lo que el piloto inició un aterrizaje forzoso en medio del mal tiempo y la densa oscuridad, batiendo sus hélices una Palma Real, por lo que se precipitó a tierra.

El helicóptero quedó “totalmente destruido”, dijo. Luego se supo que el helicóptero, con sus ocupantes adentro, fue impedido de caer a un precipicio por el tronco de una mata de caoba que había sido aserrada.

“Salimos milagrosamente ilesos”, proclamó. Luego entornó sus ojos, hizo un mutis calculado, elevó su voz cual marinero desde una garita en el silencio del ancho mar, y casi aulló (estilo discursivo característico en él) al decir que había sobrevivido gracias a un milagro de la Virgen de La Altagracia, y que ello significaba que “la providencia considera que mis servicios son útiles a la ciudadanía”.

Y García de León y yo nos pasamos esa y muchas otras noches muy, pero muy “incojonados” con la “providencia” y la Virgen de La Altagracia.