Escribir una columna diaria, limitada a un espacio breve que obliga a contar con cada frase o idea el número de palabras y caracteres, tiene enormes riesgos para quien respete su trabajo. En una oportunidad le atribuí la autoría de “Las bodas de Fígaro” de Mozart a Rossini, en una imperdonable confusión impropia de alguien que ama tanto la ópera como el béisbol. Pero lo de un sábado, último día del caluroso mes de junio de 2007, supera cuantos errores pudiera haber cometido desde aquella lejana jornada de septiembre de 1980, cuando don Germán Ornes aceptó mi propuesta de escribir para El Caribe una columna diaria de opinión, lo cual entonces no era usual entre reporteros o ejecutivos de la redacción.

Fue gracias a un inteligente  y evidentemente culto lector residente en Swampscott, Massachussets, quien por cierto se llama también Miguel, omito su apellido porque no le pedí autorización para referirme a su correo, en que vine a darme cuenta de eso que él llama “lapsus”, cuando ya era inútil para todo fin práctico porque estaba publicado. El caso es que refiriéndome a las ambigüedades que se observan en las actitudes dentro de la política, en relación al tratamiento a la inversión extranjera, escribí esta joya del disparate: “…las contradicciones a un alto nivel son contradictorias”.

La verdad es que cuando se comete este tipo de yerro, el escalofrío que sigue le recorre a uno todo el cuerpo. Es natural que Juan Crisóstomo Wolfang Amadeus no se haya sentido ofendido cuando le despojé de la autoría de una de sus obras más famosas porque donde está seguramente no se lee el internet, pero aquello de las contradicciones contradictorias es para morirse y no de risas. Eso de tener que contar cada palabra saca a cualquiera de concentración, como las veces, por ejemplo, que en el digital me han cambiado el apellido. Y pensar que  aún debo seguir con la columna no es nada divertido.