Si la semana pasada comentábamos un poco sobre la movilidad y el tránsito vehicular en la ciudad de Santo Domingo, lo hacíamos como un pequeño desahogo frente a un mal que se va haciendo endémico y cada vez más desesperante.

Estamos asistiendo al deterioro continuo y acelerado, valga el término, de las más básicas normas de convivencia social. El tránsito es un reflejo, quizás el más urbano de todos, de cómo estamos en franco deterioro de los niveles de educación colectivos.  En el asfalto todos somos muy guerreros, cuasi salvajes; incluso no parecemos buena gente.

Periplo no existe como tal, es una figura creada para recrear lo que aparenta ser la ausencia de “don de gente”. Nos preocupa el tránsito porque nos resulta una especie de laboratorio en el que queda de manifiesto como nuestra sociedad en construcción se está torciendo. Se puede apreciar desde la corrupción o vista gorda que permite la circulación de vehículos que no deberían circular (¿para qué sirve la revista?), hasta la ausencia total de educación para que el simple peatón cruce la calle.

El sálvense quien pueda se ha apoderado totalmente de una sociedad que se ha acostumbrado al desorden y a la autogestión, que mal administrada lleva a más desorden.

Periplo no existe como tal, pero es fácil verlo en aquel joven con vehículo de lujo y equipo de sonido que solo contamina la paz de los vecinos que lo sufren, porque a nadie más le importa ese ruido, excepto al jefe de la patrulla que cobrara su mordida por permitirle seguir circulando; Periplo existe en cada motorista que circula en vía contraria sin luz, sin casco  y con una grande en la mano; Periplo se detiene en el cruce, sin importarle las decenas de vehículos que atasca porque su prioridad es su pasajero y sus 25 pesos hasta la Gómez; Periplo conduce un cabezote o una patana por el carril izquierdo, rápido y temerario,  y no señaliza para cambiar de carril si es que sus neuronas le permiten entender que debe circular por la derecha, aunque lo cierto es que no puede porque  el otro Periplo está reparando la voladora en ese ese mismo carril y “ selimporta”. El diablo parece que se soltó en Santo Domingo y no hay varón que lo ataje, y pagamos justos y pecadores. ¿A quién en su sano juicio  se le ocurriría tocarle bocina a Periplo que ha decidido parar en medio de la vía a saludar a Yayita la de los chores?…Se atreve a bajarse y pegarte un tiro, un hombre que está caliente y quillao’.

Nuestras calles están sin control;  es cierto que hay mucho vehículo circulando, pero también es cierto que hay mucho vehículo que no debería circular, mucho vehículo que no debería estar estacionado en determinado lugar, mucho agente de tránsito mirando al cielo y asustado de que le salga una fiscal que lo manotee.

Ciertamente hay muchas buenas soluciones que se pueden implementar para solventar el problema del tránsito en la ciudad, y de hecho probaremos ir planteando algunas por aquí, pero desde luego el tema de la educación, es decir la falta de ella, es posiblemente un alto porcentaje del problema.

El cuento del Abuelito

Hace años, por los 90,  el abuelo del autor visitó Singapur, regresó a Santo Domingo maravillado de como aquel país era un ejemplo de orden y educación. Nos contaba nuestro abuelo de como los lugareños le comentaban lo orgullosos que estaban de haber cambiado las reglas hacía cosa de 20 años. Nadie tiraba basura a las calles, so pena de castigo mayor; no había delincuencia, so pena de castigo mayor; el tránsito estaba estrictamente controlado, so pena de castigo mayor. El taxista que los transportaba en sus recorridos le comentó a mi abuelo y acompañantes,  que esto les había costado mucho, que no se logró en dos días, que casi una generación completa pasó para que esta nueva generación recogiera los frutos de poner en práctica la disciplina y las leyes.

¿Pasará esto con los dominicanos o vagaremos por el desierto 40 años hasta que no quede uno de la vieja generación que entre a la tierra prometida?…..Yo recuerdo cuando Periplo era buena gente…Igual puede volver a serlo.