O quizá no es que no quieres, es que "sientes" que no puedes más. Tu mente, por algún motivo, te ha convencido que "irse" es la única opción; y no es que diga "algún" como quien no encuentra una justificación o motivo y usa esa palabra para designar a lo imaginario. Realmente hay razones muy concretas debidamente identificadas por la propia persona que decide la "salida", y también diferenciadas por la comunidad médica.
Algún motivo es una infinita sensación de tristeza instalada en la psique, y por ende, una cruel ausencia de voluntad en el cuerpo para realizar las actividades más simples y comunes del día a día, como salir a la calle, bañarse, o comer. Es solo querer dormir o no logar hacerlo. Es pánico, miedo, angustia, y la peor de todas: la sensación de desesperanza.
El resumen de todos estos "algunos" -y muchos otros más-, cuando persisten por un tiempo prolongado, se presentan en forma crónica, y dificultan de manera importante la rutina diaria de la persona, se llama Depresión, una enfermedad mental, tan seria y grave como cualquier otra que afecte al cuerpo. Incluso, padecer depresión puede provocar la aparición de otras enfermedades -de fácil identificación- que agravan todo el cuadro. Ese “irse, no estar, desaparecer, dejarlo todo, escapar, resolver esto de una y por todas”, no es más que la decisión de matarte, quitarte la vida, cometer suicidio. Lamentablemente, la depresión, cuando no es, primero que todo, identificada, diagnosticada correctamente y posteriormente tratada en forma adecuada, conduce a lo que en menos de 7 años, de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, se ha colocado en la segunda causa de muerte entre sujetos de 15 a 29 años: al suicidio.
Del mismo modo, esta enfermedad es la primera causa de discapacidad y actualmente afecta a más de trescientos millones de personas en todo el mundo. Lo peor: que no todo el que la padece lo sabe; lo más grave: La depresión no se nota tan a simple vista. Hay que prestar mucha atención por un espacio de tiempo a alguien para al menos colegir que algo le pasa. Establecer comparaciones con comportamientos anteriores, para poder llegar a la conclusión de que algo le ocurre.
En nuestra cultura, como si ya no fuera bastante, padecer de depresión es todo un tema. Aunque poco a poco la conciencia social en torno a cualquier trastorno mental ha cambiado un poco, no todos se animan a admitir que visitan al psiquiatra, que deben medicarse por un tiempo debido a un trastorno anímico importante, o que están en psicoterapia. Sigue siendo un tema tabú y que provoca vergüenza. Por otro lado, persisten una serie de ideas dañinas y equivocadas en torno a esta enfermedad, que más que ayudar al que la padece, le perjudica y provoca que este se aísle, lo cual, en todo caso, es lo menos aconsejable.
Muchos piensan que a una persona que padece de depresión no se le puede venir con ñoñerías; mano dura es lo que corresponde. Para aquellos que piensan así, la depresión se supera con voluntad, fortaleza y la decisión de sanar y ser feliz; además, el enfermo debe poner de su parte y ser fuerte; contar todas sus bendiciones, entender que Dios no hace disparates y que por tanto, él o ella no tiene motivos para estar así. -Sal a caminar, vete a una plaza, ya verás que te sentirás mejor… Claro que debe haber voluntad por parte del paciente, por supuesto que tiene que colaborar en su proceso de sanación, pero el asunto no es tan simple como lo pintan.
Una parte de la sociedad responsabiliza en alguna medida a la persona con depresión por su condición. Si está bajo medicación, será que no es suficientemente fuerte para lograr equilibrio mental con sus propios recursos emocionales; o no ha tenido la entereza de espíritu necesaria para afrontar los golpes de la vida; quizá le falta madurar y crecer. Es persona ñoña, delicada. En este punto empieza la comparación y consejos llenos de buena intención, eso sí, pero ignoran de qué están hablando: "porque a mí me pasó una vez, pero yo me puse fuerte y salí de eso", "tienes que decidirte a ser feliz y eso no te lo dará ninguna pastilla o medicamento, la felicidad está dentro de ti, hállala". "Solo Dios te sanará…". Al sujeto depresivo estos mensajes no le sirven de nada, lo hará sentirse incluso peor, y no se animará a contar a nadie por lo que está pasando, ya que entiende que no lo comprenden.
El gran mito: Quien se suicida no lo dice, y si comete suicidio, es cobardía el no atreverse a afrontar su situación. El paciente depresivo que empezó a concebir la idea de matarse da señales, grita de muchas formas, solo que no son obvias, como sucede con cualquier dolencia de otra enfermedad. Además, sucede que no le toman en serio. Si un joven le dice a un amigo o amiga, "cualquiera deja esto y se mata….estoy harto de todo"…. Es muy probable que no lo tome en serio y le responda con algo trivial, como: "Oye, ¡pero tú estás bromeando!, deja eso…, ven vamos a….". La persona se queda con la idea en la cabeza, quiso hablar, se atrevió a hacerlo y no recibió la respuesta que necesitaba. No han tomado en serio su grito, porque resulta que si no observas bien el comportamiento, si no te detienes a mirar de cerca, ni idea tendrás que ese era “su grito”. Es muy distinto responder: – ¿Cómo es eso? ¿Por qué dices algo así? ¡Hey! ¿Qué te pasa?… Ven, vamos a hablar…-. Eso sería como una puerta abierta que puede cambiar todo, pero no siempre sucede así.
Sobre la cobardía del suicida, no se trata de que la persona no quiera vivir, es que sencillamente no soporta más y busca una salida. En este estado, el paciente está en gravedad y debería ser intervenido de inmediato, porque su concepción de la muerte tiene más que ver con la idea de no poder más, de no aguantar, de escapar. En serio, la persona no quiere morir, solo no resiste, está agotada y hay que ayudarlo lo más pronto posible a que salga de ese estado, para ayudarle luego a entender que sí hay opciones. Siempre habrá opciones. En este punto la medicación correcta y un posterior plan de psicoterapia se hacen necesarios, junto con el apoyo de todo el círculo íntimo y más cercano del paciente.
Por último, la depresión y el suicidio no tienen que ver con etnias, culturas, edad, países, si se es hombre o mujer, estatus civil o económico. Si conoces a alguien que padece depresión, o al menos lo sospechas, ofrécele tu ayuda, no le juzgues y escúchalo. Pregúntale de qué forma puedes ayudarle, o conversa sobre ello con algún familiar. Eso haría una gran diferencia.
La mayoría de la gente entiende todo, ve las señales, justo cuando la persona ya se fue. Triste, ¿no?