Cuando yo me sueño con dientes, dijo una vez mi padre, es porque alguien se va a morir.  ¡Que Dios nos libre! –Exclamó- porque eso a mí no me falla.

Yo nunca he sido persona de creer en supersticiones y agoreros.  Recuerdo que de niña venía de visita una señora amiga  de mi madre, la cual era muy agradable.  Tenía numerosos hijos y nunca pregunté si era viuda o divorciada. El tema es que nunca la vi con marido.  Me caía bien la señora, hasta que llegaba la hora del café.  De una vez envolvía a mi madre en un ritual que yo rechazaba con cada parte de mi ser.  Me provocaba un rechazo que ahora entiendo venía de lo profundo de mi espíritu.  Tan pronto mi madre terminaba su taza de café, la mujer la cogía, se iba para la estufa y la ponía boca abajo en el fuego por unos segundos.  Los suficientes para que las gotas de café que bajaban por fuerza de la gravedad, se secaran y quedaran pintadas en las paredes de la taza.  El fuego consumía la humedad y dejaba la oscura tinta, contrastando con el tono claro de la taza.

La mujer que se sabía la vida de mi madre, pues eran amigas, comenzaba a “profetizar” cuantas cosas les produjera la imaginación, contando con que su ingenua audiencia le creería.  Llegó un punto en que perdí la cuenta, de cuántas veces le habló a mami que veía un hombre moreno.  Una vez me atreví a preguntarle dónde estaba “el hombre” y me enseñó la cabeza era la forma redonda de la gota y el cuerpo era la estela que había dejado el café antes de secarse.  -Yo me reí porque la taza estaba llena de “hombres” por todos lados, pues obviamente tenía mucho café antes de voltearla en el fuego.  También  le pregunté cómo podía distinguir entre un hombre blanco y uno moreno, si todas las gotas eran oscuras.  Cuando  se vio sin explicaciones y a punto de quedar expuesta, me dijo que yo no sabía de eso y que me fuera, que esa conversación no era para muchachos.

Al cabo de los años, me he encontrado con otros tipos de creencias similares con las que la gente se deja embobar.  La Biblia misma habla de adivinadores, espiritistas y de espíritus demoníacos que tratan de engañar y adquirir influencias sobre esas vidas.  A estos rituales es a lo que Dios llama “Abominaciones”,  y no por nada.  Brujos y chantajistas han causado graves daños a quienes se lo han permitido.

Todos los jueves, asisto a un grupo de oración; una célula de nuestra iglesia.  Allí compartimos la Palabra, oramos por las necesidades y es una hermosa forma de conocer y apoyarse mutuamente.  La semana pasada me tocó dar el mensaje, por petición de la líder del grupo.  Me sugirió que estudiara el libro de Ezequiel, capítulo 3 y que hablara de ser un atalaya.  Allí Jehová está dando una gran responsabilidad a su profeta, pues tiene que darle mensajes duros al pueblo de Israel, el cual estaba negado a seguir a Dios.  Ellos estaban viviendo apariencias, pero practicaban toda clase de abominaciones opuestas a lo mandado por Dios.  En tiempos antiguos, un atalaya pagaba con su propia vida, si no advertía a la ciudad de un peligro.  Estos soldados debían subir a la torre más alta y vigilar los 4 puntos cardinales, para advertir cualquier enemigo que se avecinara, y dar la alarma con tiempo de que pudieran reaccionar.

Así le dijo Dios a Ezequiel que le reclamaría la sangre que se derramara de aquellos a quienes Él les mandó a hablar, y que perecieran por su desobediencia.  Más, si Ezequiel daba el mensaje y de igual forma, no escuchaban, entonces perecerían por su propia maldad.  Al compartir ese estudio, concluimos que todos los que creemos en Dios tenemos un llamado y una responsabilidad de ser atalayas de nuestras familias.  Para entenderlo, es necesario entender lo siguiente:  Dios nos habla por sueños, por presentimientos y por una voz susurrante que nos advierte de algo.   Los adivinadores, piden dinero para decirte una interpretación y se aprovechan de tus miedos para acorralarte.  Dios lo hace para que ores y como atalaya adviertas e intercedas por el bien de tu familia o tu propia vida.  No te pide nada a cambio, sino que ores.  Cuando obedecemos el poder de la oración se activa y la gravedad del evento se minimiza o se desaparece.  He escuchado muchísimos testimonios de personas que se pusieron a orar por que les sobrevino un “presentimiento”, y horas más tarde, se enteran de que sus hijos, esposo, o familiar estuvo a punto de perecer en un accidente, y milagrosamente salió ileso.  O la operación no fue necesaria porque el diagnóstico desapareció.    O ese hijo (a) rebelde no participó de algo ilegal, porque cambió de idea al último minuto, alejándose de las malas influencias.

Dios tiene formas de actuar que nos resultan un misterio, pero siempre, siempre muestran su gran misericordia.  Nosotros debemos ver a lo lejos lo que nos puede venir si no actuamos correctamente, a tiempo con una sabia decisión.  Cuando es algo que se escapa de nuestras manos, quién mejor que Dios para hacer posible lo imposible?  Por eso, ore.  Sea un desbaratador de problemas con el poder de la oración y créale a Dios cuando le da esos avisos.  No son agoreras, son actos de amor y misericordia.

Al final de la prédica, uno de los miembros expresó su agradecimiento, porque el tema sobre el Atalaya le había confirmado que todas esas oraciones y ayunos que él hace por su familia, cada vez que ha sentido la necesidad de cubrirlos en oración, le ayudaron a entender que no han sido en vano.  Ahora él sabe que cuando lo hace, está actuando como un atalaya y Dios valora su disposición.  Es por eso que tiene muchos testimonio para contar, de todas las veces en que un problema parecía que acabaría con la familia, y cómo todo se resuelve, con el favor Divino.

Mi papá se sueña con dientes, aquella mujer quema tazas en el fuego, porque no entienden, no han sabido reconocer la voz del Espíritu Santo, llamándolos a ser atalayas de los suyos.  No caiga en trampas de adivinadores.  Vaya a los brazos de Jesús y ore.  Lo que va a experimentar es majestuoso y va a fortalecer su fe y dependencia en el Altísimo.

EZEQUIEL 3: 16 Y aconteció que al cabo de los siete días vino a mí palabra de Jehová, diciendo:

17 Hijo de hombre, yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel; oirás, pues, tú la palabra de mi boca, y los amonestarás de mi parte.18 Cuando yo dijere al impío: De cierto morirás; y tú no le amonestares ni le hablares, para que el impío sea apercibido de su mal camino a fin de que viva, el impío morirá por su maldad, pero su sangre demandaré de tu mano.19 Pero si tú amonestares al impío, y él no se convirtiere de su impiedad y de su mal camino, él morirá por su maldad, pero tú habrás librado tu alma.

20 Si el justo se apartare de su justicia e hiciere maldad, y pusiere yo tropiezo delante de él, él morirá, porque tú no le amonestaste; en su pecado morirá, y sus justicias que había hecho no vendrán en memoria; pero su sangre demandaré de tu mano.21 Pero si al justo amonestares para que no peque, y no pecare, de cierto vivirá, porque fue amonestado; y tú habrás librado tu alma.

 

Bendiciones!