No quiero misa, eso es lo primero. No quiero curas ni cadenas de oración ni que anden mandando la noticia por Wasapp. Tampoco quiero que me lleven al cementerio ni a la funeraria; morirme no es excusa para que me cierren en un caja y me coman los gusanos. No me interesa que exhiban mi cadáver públicamente ni que me manden flores. Quizás no he sabido vivir, pero lo he hecho de manera auténtica y quisiera morirme de igual forma. He buscado, sin lograrlo, entender esto de estar vivo y cómo ser feliz sin hacer miserables a los demás. Obviamente no se nada de morirme pues cuando muera, sería la primera vez. Pero he visto a otros morirse y lo que pasa después. He visto las líneas de recibo y el dolor de los que quedan.
En vida, he dormido poco, porque dormir es como morirse o vivir dos veces; una u otra. Pero sobre todo, he dormido poco porque me gusta estar despierto. Me gusta comenzar cosas y a veces, incluso terminarlas. Me gusta el silencio y me gusta la guitarra. Me gustan las historias y la pizza y la cerveza. Por cosas como esa, vivir es muy bueno. Pero me ha costado mucho entender lo que hemos diseñado alrededor de vivir: los bautizos, los funerales, la fiesta de año nuevo, las moñas de regalo, la economía, la etiqueta y protocolo, los cojines, la margarina, las corbatas y las teleconferencias. Entiendo de manera más clara el asco y el miedo, ambos alertas del cuerpo frente al peligro, pero no comprendo los aplausos, ni el arroz con fideos ni los anillos de graduación ni los desodorantes ni el maquillaje ni los peluches ni las plantas de plástico ni los zapatos. Cuando muera, no quiero que me pongan zapatos, en ningún momento, ni por un minuto.
Quizás lo que más difícil se me hace, es comprender los acuerdos sociales implícitos: cuando mirar a los ojos y cuando dejar de mirar a los ojos, cuando decir lo que pienso y cuando no, cuando la tranquilidad es más importante que la verdad… cosas así. Me cuesta sonreír cuando no quiero sonreír y me cuesta, mucho, tener pequeñas conversaciones – Hola ¿qué hay? todo bien ¿y tú?, aquí todo tranquilo, fajao', trabajando, todo bien, tu sabes, tirando pa’lante, esto está duro pero estamos echando el pleito,… – . Me cuesta acordarme de la gente; emparejar sus caras y sus nombres en una sola memoria, pero recuerdo el número de teléfono de todos, incluso de mis compañeros de colegio de quinto curso: Miguel Abbot, 541-1013, Octavio Azar, 567-3490, Tuto, 530-4793, Adriana Quirós, 530-8910, Ana Leticia, 530-4659, Giovani Bonarelli, 562-9031, Fabito, 541-1535, Calderón, 562-9032…
Cuando muera quiero que me cremen, pero quiero que mientras lo hacen escuchen “Famous Blue Raincoat” en repeat. Antes de cremarme quiero que verifiquen muy bien que estoy muerto, porque me da mucho miedo estar durmiendo y que alguien se confunda; ha pasado. Luego de una doble, o triple verificación, entonces que me cremen y pongan mis cenizas en una jarra. Que hagan un hoyo de 12 pulgadas de ancho y 12 pulgadas de hondo en el patio de mi casa en Jarabacoa, que mis cenizas se mezclen con la tierra negra y que ahí siembren un árbol de frutas, preferiblemente de mango. Así estaré vivo en cada mango, cada año, hasta que el árbol muera derrotado por su propio peso o por alguna nueva urbanización. Como seguro no irá mucha gente a la siembra, quizás podrían hacer un círculo alrededor del hoyo y contar historias, no tienen que ser sobre mi, podrían ser los viajes de Shackleton, Robinson Crusoe o cualquier otra aventura peligrosa. Es importante que acordemos desde ahora el playlist del evento: Moonlight Sonata, seguido de Holocene, seguido de Tu Fantasma, seguido de Nothing Else Matters y terminando con Sweet Caroline. Creo que cinco canciones son suficientes para sembrar un mango. Además es un playlist diverso, para todos los gustos. Y está bien que lloren. Yo siempre lloro cuando alguien se muere.
Quiero que me siembren por la mañana, bien tempranito y antes de que haga calor. Cuando ya el árbol esté firme y sus raíces estén envueltas en tierra y cenizas, entonces que alguien riegue la planta con agua fresca. Ese sería el final: sin oraciones, sin coro y pase lo que pase, bajo ninguna circunstancia, sin cantar “señor has llamado mi barca, sonriendo has dicho mi nombre”. Eso, sin duda, sería lo peor.
Estas son las instrucciones generales y espero que mi abogado garantice su fiel cumplimiento. Pero no sabemos cómo voy a morirme, así que les dejo algunas notas adicionales para algunos de los casos más probables:
Si me muero en un accidente, quiero que incluyan la placa del carro en la siembra. La placa podría quedar montada en una base de barro a cuarenta y ocho pulgadas del centro del hueco donde se sembró el árbol, así dejamos suficiente espacio para que el tronco crezca sin obstáculos.
Si muero devorado por algún animal salvaje; un oso, un tiburón o un cocodrilo, entonces en vez de usar las cenizas de mi cuerpo, asumiendo que no quede nada de mi, puede usar las cenizas de mis diarios como sustituto. No soy lo que pienso, pero lo que pienso me representa mejor que cualquier otra cosa, así que servirán. Si el animal también muere en el ataque, ya sea muerto por mi o por un tercero, me gustaría que se incluyeran sus cenizas mezcladas con las mías, me parece poético y un homenaje al animal salvaje que tampoco quiso morir ese día.
Si muero ahogado, lo cual sería especialmente trágico, deben tener cierta sensibilidad al echarle agua al mango, ya que podría verse, frente a mis familiares, como una ironía e incluso una falta de respeto. Sugiero utilizar tierra previamente humedecida y enriquecida con fertilizantes para evitar desagravios.
Si muero de un infarto, lo cual es probable por el tema de mi colesterol, les pido que dejen claro que fue el corazón que se rindió, y no el cerebro. Ahora, si muero de un derrame, que ojalá no sea el caso, entonces no hace falta aclaración alguna. En ese caso les pido que digan que fui devorado por un cocodrilo e incluso fotochopeen alguna evidencia.
Si muero asesinado, quiero que garanticen cárcel para quien sea que lo haya hecho. Sin piedad. Sin perdón. No importa que el asesino alegue venganza ni defensa propia. Quitarle la vida a otra persona es imperdonable.
Por último, quisiera dejar muy claro el futuro de los mangos que serán el fruto de mi árbol. Estos serán por siempre un poco de mi, y no quisiera que caigan en malas manos ni en bocas sucias. Me gustaría que mis descendientes garanticen que solo ellos, además de mis amigos y sus descendientes, disfrutarán la pulpa que para siempre estará conectada con mis cenizas.